8 de diciembre de 2010

ELOISA Y GUMERSINDO



Se amaban desde siempre. Ella era hija de unos ricos comerciantes, era guapa, elegante, tenia los ojos mas bonitos de todas las muchachas de la ciudad. Gustaba de adornar su cabeza con sofisticados sombreros como para ocultar su timidez. Sus finas manos delataban su cuna, de vez en cuando se adornaba con joyas familiares herencia de su abuela materna.
Su sonrisa era sincera, abierta, como cuando la luz del sol penetra a raudales en algún lugar del universo. Le gustaba pasear al atardecer en un lando de tres caballos. Entonces la alameda se cubría de un encanto especial con su presencia. Las damas sonreían a su paso y se podía adivinar en sus miradas un no se qué de malicia. Quizá la envidia de las féminas tenia algo que ver con la aceptación que tenia por parte de los caballeros del condado.
Ella con una dignidad que asombraba al mundo entero sonreía a la vida como suelen hacer las personas que irradian autenticidad.
Nunca se había doblegado a lo que estaba previsto en la sociedad de su tiempo para la mujer. Se había preparado intelectualmente estudiando arte en la Universidad de Oviedo y regentaba un pequeño estudio donde daba clase a sus alumnos. Allí podía evadirse de una sociedad que la anulaba como persona, como mujer...donde se regían por unos códigos de conducta morales que dictaban unos pocos imponiéndoselos a los demás y haciendo caso omiso de ponerlos en practica ellos mismos.
Gumersindo entró en su vida una mañana lluviosa y triste. Paseaba por los soportales de la Calle Mayor, meditabundo y silencioso con su sombrero de copa y una flor en su solapa.
Era Gumersíndo un guapo mozo moreno, de refinados ademanes y ojos oscuros. Un mostacho muy poblado dada a su rostro un aire muy peculiar, le añadía una prestancia a su varonil figura ya de por si muy atractiva.
Muy conocido por sus conquistas femeninas, nadie había reparado en interior de valor incalculable.
En su pequeño mundo de placeres, no había lugar para el asombro ante las cosas pequeñas e insignificantes de la vida, porque la rutina hacia tiempo que formaba parte de ella.
Pero esa mañana, su mirada se cruzó con la de ella y fue como si la primavera recién estrenada, hubiera aparecido en aquel rincón de un día gris. Su corazón latía con una fuerza inusitada, le temblaban las piernas, y apenas podía balbucear unas palabras inteligibles.
Con el paso del tiempo, aquella sensación de convirtió en un amor profundo, cercano, ardiente, sosegado,apasionado, sacrificado...
No volvieron jamas a separase, se amaron eternamente. Aun hoy se les puede ver pasear al caer la tarde con sus sombreros.

P-D- Esta foto tan simpática, se la hice a Mª Carmen y Mº José unas amigas en un Carnaval. Siempre he querido inventarme una historia de esta secuencia Hoy se la dedico...se que me leen.