28 de abril de 2022

SECRETOS A MEDIA VOZ

 


A esas horas en las que el sol comienza a despedirse en el horizonte, y la tarde se viste de poesía por los rincones, se hallaban un grupo de mujeres sentadas en el soportal de una casa, protegiéndose de los rigores del largo estío.

Enfrascadas en sus banales y rutinarias conversaciones sobre los programas del corazón de la tele, se vieron sorprendidas por la llegada de dos mujeres con muy buena planta, de andares sueltos y sonrisa burlona, ataviadas con finos y atractivos modelos de temporada.

Eran dos amigas que habían acudido a aquel rincón con motivo de una visita familiar.

Todas las miradas se volvieron con enorme interés hacia las recién llegadas.

Era como si un espectáculo televisivo de esos que tanto les gustaba, hubiera llegado hasta ellas, así, de repente, pero en fino.

Sin voces, sin increpar, sin corregir, sin reprender, sin sermonear. 

Elegantemente, con gusto, con simpatía.

Daba la sensación, de que, los ojos de aquel grupo de mujeres se iban a salir de las órbitas, por el interés que mostraban en escudriñar a aquellas féminas que habían roto con su presencia la paz de la tarde.

Aquellas reuniones, eran sagradas. El tiempo en que se afanaban por comunicarse sus cuitas, sus planes y la problemática de sus rutinas diarias. 

Era un pueblo muy pequeño, con pocas posibilidades de tener actividades que alimentaran su espíritu.

Y en aquel ambiente de compañerismo femenino, se arrogaban la facultad de hacer crítica -no muy constructiva a veces- de juzgar a quien pudiera traspasar sus dominios.

Viejos prejuicios anclados en costumbres ancestrales se codeaban con la razón.

Siempre respetando esas costumbres sin salirse ni un palmo de lo establecido.

Eran buenas personas, no cabe duda.

Quizá, un poco limitadas en sus apreciaciones, en las que ellas creían tener la razón.

Pero ¿Quién no se equivoca?

Lo único perverso, quizá, era el llevar chismes de acá para allá sembrando cizaña sobre la vida de los demás.

Ideas que se formaban, a su manera, por el simple echo de observar lo que veían a primera vista.

Sin profundizar más.

El correveidile, formaba parte de sus vidas de manera trapichera y embustera.

Lo mismo te subían a un pedestal, que te arrojaban a las tinieblas de un plumazo.

Y por supuesto, se sentían orgullosas de su pertenencia al grupo.

Es una reacción emocional la que les llevaba a juzgar la primera impresión a través de los rasgos faciales y físicos y su comunicación no verbal.

De ahí pasaban a denominar buenos y malos, y si el sujeto era de fiar o no.

También intervenían la envidia y los celos, que surgen de las necesidades no cubiertas y emociones mal gestionadas.

Todo un mundo oculto en su interior y próximo a salir al exterior a la menor ocasión.

Las dos amigas saludaron atentamente al pasar.

Ellas, respondieron al unísono clavando sus miradas en ellas hasta perderlas de vista.

El resumen del juicio vendría después, mientras ellas se alejaban calle abajo.

No en vano decía Bertrand Russell: "El interés generalizado en el chisme está inspirado, no por conocimiento, sino por la malicia: nadie chismea sobre las virtudes secretas de otras personas, sino sólo sobre sus vicios secretos.

19 de abril de 2022

ROSA


 Rosa tenía la piel morena y unos ojos muy bellos. Cuando reía, se podía ver al lado del pómulo derecho un hoyuelo travieso que le daba un aíre pícaro y acentuaba su belleza. De pelo suave y abundante y pequeña nariz . No muy alta de estatura, pero muy bien proporcionada. Era delgada y poseía unos andares de diosa al caminar.

Educada en los valores tradicionales de la época, aspiraba como todas las mujeres de su familia y entorno a encontrar un buen marido, casarse y tener muchos hijos.

Manuel, hacía tiempo se había fijado en ella y la rondaba por las esquinas del pueblo. Una mirada aquí, un piropo allá, una sonrisa en el momento oportuno...

Lo que más le gustaba era sacarla a bailar.

Entonces, se formaba entre la cercanía de sus cuerpos, una corriente de complicidad y deseo, que alimentaba las ganas de compartir su vida para siempre.

Paseaban cogidos de la mano a la orilla del río, mientras los chopos eran testigos de algún beso robado.

El roce de sus cuerpos al caminar, alimentaba la pasión con vehemencia, temiendo perder la razón ante la incitación al deseo sexual que les acechaba.

Pero ambos se abstenían de pasar los límites establecidos.  El decoro, la decencia, el honor, la dignidad, las normas morales, campaban a sus anchas en una sociedad conservadora de aquel pueblo de montaña.

De alguna manera, eran presos de convencionalismos anclados en viejas doctrinas religiosas y represoras, que acataban, porque formaban parte de comportamientos culturales ancestrales heredados de sus mayores.

 Así transcurrían los días de Rosa enarbolando la bandera de su amor por Manuel.

Sus corazones ansiaban unirse para siempre, y dar rienda suelta a su enamoramiento.

Pero llegó a la zona una familia de empresarios hoteleros, con la intención de establecerse y apoyar este sector, comprando un viejo hotel desvencijado en el pueblo cercano y más grande de la comarca.

Era gente de mucho poder adquisitivo. Se instalaron en una enorme casa a las afueras, mientras les hacían una de nueva planta.

La familia tenía varios hijos. Alguno en edad de merecer, como se solía decir por aquellos lares.

El mayor de ellos tenía veinte años y se llamaba Pablo.

Una mañana de Primavera, Rosa y Manuel paseaban por la plaza, cuando Pablo les vio. 

Pablo, se sintió aturdido ante la belleza serena de Rosa.

Los ojos de Rosa y Pablo se encontraron. Fue un  instante, en que el espíritu de ambos se fundieron en una luz desconocida.

Y nada volvió a ser igual para Rosa.

Pablo comenzó a cortejarla, a hacerse el encontradizo, a piropearla cuando no estaba delante Manuel.

Rosa, sufrió una transformación en su interior, mientras le corroía la duda.

Al principio, intentó que no tomara fuerza aquel sentimiento desconocido, pero poco a poco le fue invadiendo por dentro, hasta adueñarse de sus entrañas.

Y no pudo más.

Se dejó llevar por la simpatía de Pablo, por su buen humor, por su romanticismo, sus modales, su atrevimiento, su manera de ver la vida, y hasta el futuro.

La familia de Rosa, muy devota, preguntó al cura, que debían hacer ante aquellas circunstancias, pues de todos era sabido que Rosa y Manuel, estaban a las puertas de su boda.

El cura, después de haber analizado el asunto, se decantó por aconsejarles que escogiera a Pablo, puesto que al estar mejor posicionado a nivel cultural, de posesiones y dinero, a Rosa le iría mejor. 

Deducía el presbítero, que en cuestión de amores, no hay que desdeñar el dinero, aún a costa de dejar a un lado los sentimientos más nobles.

Rosa y Pablo se casaron, dejando a Manuel con el corazón roto.

Pablo, mandó construir una preciosa casa cerca del río, en una huerta llena de árboles frutales.

Y allí, en su nido de amor, lleno de las más codiciadas pertenencias, comenzaron a llegar los hijos.

La familia de Pablo, ya establecida, veía llenar las arcas de ganancias de los negocios hoteleros, y de rebote a sus hijos, que eran los reyes del lugar.

Rosa, veía todas sus necesidades cubiertas generosamente. Tenían servicio, los mejores muebles, vestidos, enseres...

En su mesa, se podían degustar los mejores manjares y los buenos vinos de la zona.

Pablo, la colmaba de su amor cada instante.

Era un amor apasionado, loco, emocionalmente desconocido para ella. Corría por su cuerpo, como un torrente de emociones incontrolables en las que se sumergía sintiéndose viva.

Como fruto de ese amor, nuevos vástagos llenaban de alegría la vida de Rosa.

Ah, pero...

Siempre hay un pero en la vida.

Con el paso de los años, Pablo se volvió huraño, controlador, misterioso...

¿Qué le estaba ocurriendo?

¿Por qué se comportaba así?

¿Ya no la quería?

Todas esas preguntas se las hacía, Rosa, llena de impotencia.

Pablo, cada vez llegaba más tarde a casa. Apenas comía y dormía.

Ojeroso y con un humor de perros, mostraba un carácter autoritario y cruel con ella y sus hijos.

Ella, no sabía a quien acudir, para saber que era lo que estaba pasando en el entorno de su marido que le había vuelto loco de repente.

La convivencia se hizo insoportable.

Hasta que una mañana llamaron a la puerta con una orden judicial de llevarse muebles y enseres de valor, como reclamo de una deuda de una apuesta de juego.

El mueble del salón, de madera noble y figuras torneadas fue arrancado de su lugar, ante la mirada atónita de Rosa.

Hacía meses que Pablo, acosado por la ludopatía se había convertido en un enfermo, incapaz de dejar el juego.

Hasta tal extremo llegó, que un día se jugó la casa y la perdió.

Rosa, no pudo más y regresó a su pueblo cargada de hijos y con lo puesto.

Para entonces, Manuel estaba casado y con hijos.

Más tarde, en una subasta de muebles, el hijo mayor de Rosa y Pablo, ya casado, queriendo rescatar un poco de su historia familiar, pujó hasta llevarse a su casa el mueble del salón.

Y allí le tuvo como recuerdo de sus días de infancia. Él tuvo que hacer de padre para sus hermanos y aliviar el dolor de Rosa, su madre.

A la orilla del río, está la vieja casa, testigo mudo de aquel amor de Rosa y Pablo.

Cuando hijos y nietos pasan cerca, la emoción les embarga.

Rosa, murió muy mayor. Siempre serena, amorosa, sacrificada, guapa y dolorida, como las vírgenes de su tierra enlutadas en las procesiones de Semana Santa.

P.D. De repente se pone la letra más grande. No sé que pasa...




11 de abril de 2022

CARTA A DANI.

 


Querido Dani:

No tuve el privilegio de conocerte de cerca. Tan solo alguna vez, mis ojos se tropezaron con tu sonrisa, pero no recuerdo haber hablado contigo nunca.

No supe como era el tono de tu voz, la inflexión verbal a la hora de referirte a tus familiares y amigos.

Y me hubiera gustado, no creas...

Según los que te conocieron bien, eras un hombre bueno, y eso ya dice mucho de ti.




Un gran amigo de sus amigos, generoso, divertido, servicial, alegre compañero.





Todo lo que he leído acerca de ti estos días, se centra en esos adjetivos que hacen tu figura grande, muy grande.



Amabas la naturaleza y las preciosas montañas palentinas, testigos mudos de tu presencia y de tantos amaneceres y atardeceres que tan bien has plasmado en la belleza de tus magníficas fotografías.

Muchas veces te manifesté mi admiración al darle al like en tu muro de Facebook.

Y amabas la nieve en la montaña y el placer de deslizarte por las pistas saboreando la vida.

Precisamente, la blanca nieve te acunó rumbo a lo desconocido.

Me gusta pensar, que como una buena amiga te cobijó en tu último suspiro.

Ya le hubiera gustado a tu querida madre acogerte en sus brazos en esos dolorosos momentos y hacer más suave tu caída.

Esa madre buena, que se ha quedado rota de dolor sin saber cómo va a seguir viviendo.

No es la primera vez que pasa por ello.

Tu padre, también falleció de manera inesperada en un trágico accidente, y la herida, aunque cicatrizada, aún duele.

Entre todos los que la queremos trataremos de ayudarla a sobrellevar su pena.

Y además, están tu mujer y tu joven niña.

No puedo imaginar el dolor tan intenso que su corazón albergará en estos momentos.

Para tu mujer, el tiempo se ha detenido, porque el destino le ha arrebatado su amor y no encuentra consuelo.

Tu niña, ya no podrá llamarte papá, ni abrazarte, ni acudir a las montañas contigo.

También, tu hermano, tendrá el corazón destrozado. Me consta que estabais muy unidos.


Como reza una sevillana: "Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va, y va dejando una huella que nadie puede borrar".

Con esta misma letra me quiero despedir de ti: Algo se muere en el alma, cuando un hijo, un hermano, un marido, un padre, un amigo se va, y va dejando una huella que nadie puede borrar.

La huella que tú dejas es imperecedera, porque tu ejemplo es el mejor legado que hemos recibido aquellos que tuvimos la suerte de conocerte.

In Memoriam.

P.D. Hace unos días nos dejaba Dani en un trágico accidente que llenó los titulares de los periódicos. Era hijo de una amiga mía, y aunque nuestra amistad es reciente, tiene un poso que se ha ido forjando día a día. Con este texto quiero abrazarla en la distancia y enviarla mi cariño.

8 de abril de 2022

MIRADAS EN BLANCO Y NEGRO

 


Era una mañana soleada en una playa del sur.

Disfrutaba junto con mi familia de unas vacaciones navideñas.

Tenía mi cámara al hombro, vieja amiga de aventuras.

De repente, a lo lejos divisé a una pareja caminando despacio. 

Eran dos personas con unos años a sus espaldas. Me maravilló su ternura en el trato, su delicadeza, su amor...

Al llegar a la zona de la arena, él la ayudó a sentarse y la despidió con un beso.




Después, le vi alejarse por la orilla hasta meter sus pies desnudos en el agua y sentir las caricias de las olas.

Era un día en que la mar estaba tranquila, apacible, mansa, reposada, serena, sosegada. 

Y pensé en aquel hombre y su historia al atardecer de su vida.

Se me antojaba que gozaba de una paz semejante a la del mar.



Ella, permanecía quieta con los pies descalzos en la arena. Parecía que se dejaba besar por aquel sol invernal que le había salido al encuentro.

Ambos, habían aparecido ante mis ojos y mi alma inquieta en un instante en el que yo estaba a merced de mis acompañantes. 

Cuando voy en compañía de familiares y amigos, procuro no dejarme llevar de lo que a mi me gustaría hacer, pues ellos son mi prioridad.

Si hubiese estado sola, me hubiese acercado a ellos para que me contasen su historia de amor.

Hubiese entablado con ellos una conversación interesante, como interesante seguro era su vida.

Con momentos alegres y tristes, con ilusiones y pequeños sinsabores, con instantes felices y amargos, en el bagaje de toda una vida.

Una bella ancianidad es la recompensa de una bella vida.




Al poco rato llegó él y se sentó a su lado.

Me conmovió la escena.

Ambos apoyados el uno en el otro, cimiento de su amor mutuo,  respaldo donde apoyar la propia vulnerabilidad, descanso en el camino de la vida, sustento para seguir adelante.

Así es el amor.