4 de junio de 2023

ADRIANA


 Adriana, tiene solo un mes y llora.

Ha nacido al arrullo de las humildes margaritas.

Adriana, es una bella flor que acaba de ver la luz. Un canto a la vida. Un poema de amor.

Sus pequeños piececillos se asoman entre los brazos de su madre. Son frágiles, menudos, muy bellos.

Me paro a contemplarla, porque quizá sea lo más bonito que me me pueda ocurrir hoy.

La belleza te puede sorprender por las esquinas cuando menos lo esperas. Tan solo hay que saber mirar.

Adriana, ha dejado de llorar y me mira con atención. Tiene dos bonitos hoyuelos en sus mejillas sonrosadas. La ternura que me produce su mirada, me hace saltar las lágrimas.

Si, soy una sentimental. Lo reconozco.

Adriana, en su pequeñez y vulnerabilidad, posee un futuro de esperanza, a pesar de los pesares...

Una nueva vida que llega trayendo un mundo de posibilidades. Y eso ya es maravilloso en si mismo.

Con el paso de los meses, iré viendo crecer a, Adriana, cuando me la cruce por la calle.

Ella, se hará mayor y yo una anciana.

Así es la ley de la vida.

No, no conozco a su madre. 

Simplemente la la vi con ella en brazos al cruzar el parque y me conmoví. 

Me despedí de Adriana y su mamá, no sin antes felicitarlas a ambas por haberme dado la oportunidad de haber podido rescatar un rayito de vida.

18 de mayo de 2023

MAÑANAS DE PRIMAVERA

 


Pasa cerca un hombre corpulento, de ojos azules y la decrepitud humana reflejada en su rostro.

En otros tiempos, ha debido ser muy guapo. Aún conserva un poco de su atractivo, pero lleva su mirada sin el brillo de antaño.

Yo, balanceo mi vida en un columpio infantil.




Alguien muy osado, trata de pegar el cartel electoral que cuelga de la pared, de los contrarios, cabeza abajo.

Uno que pasa a su lado sonríe cómplice. Murmuran algo bajito que no acierto a escuchar.

Todo el pueblo está plagado de carteles con los rostros de los candidatos.

Alguno se queja de que se les arrancan.

Cada partido trata de hacerse oír, ofreciendo en su programas mercancía atractiva para el gran mercado del mundo.

Estamos en tiempo de elecciones.

Corre un viento peleón y desagradable.

A punto he estado de quedarme en casa.

Antes de salir, me llaman insistentemente desde un número de Sevilla.

No suelo coger, si no le tengo en mi agenda; pero pregunto al Señor Google y me dice que es del Servicio de Salud Andaluz.

Me pica la curiosidad y a la segunda llamada lo cojo.

Una voz, con ese acento que tanto me gusta, pregunta por un nombre masculino.

-No, se ha equivocado. Está llamando a Navarra.

-Ah, pues aquí tengo ese número de teléfono. Lo siento.

-No pasa nada...siempre es un placer poder hablar con Sevilla y sus gentes.

Y se escucha una voz complaciente a través del teléfono.

No en vano he vivido allí casi toda mi vida.

¡Que casualidad!

Pensaba yo que tenía algo pendiente con ellos...

Un cochecito de niño, aparece bailando solo por la plaza.

Le ha dejado en una esquina, la abuela que juega con su nieto a esconderse.

Ríen los dos, al ver el baile desenfrenado animado por el viento.

Un cochecito juguetón y travieso.

La magia me ha salido al encuentro, en esta mañana de viento peleón y desagradable.

Una joven de pies chiquitos, el alma blanca, como las nubes de algodón, el corazón ardiente, la cabeza soberana, los ojos llenos de curiosidad, la pasión encendida a todas las horas, la sonrisa a flor de piel, las manos generosas, y los sentimientos abiertos al amor, así es ella.

Así la ve él, y así me lo cuenta.

Está locamente enamorado.

Desde el primer instante en qué la vi, supe que la amaría para siempre.

Porque el amor es así: impetuoso, visceral, apasionado...capaz de atraparnos en un instante (le comento bajito) .

El tiempo te enseñará a cultivar ese fruto hasta llegar a la madurez plena. De eso se trata. De que no se agoste y muera.

Me mira con fijeza, como escudriñando mi alma.

No sé si es capaz de captar lo que le quiero decir.

Quizá, son consejos demasiado serios para su joven corazón que acaba de conocer el amor fogoso, demasiado ardiente, que quema, que abrasa...

Y reímos de buena gana...

Con una risa cómplice.

Ya el hecho de que comparta conmigo su historia, me conmueve.

¡Podía ser su abuela!

Es un chaval que siempre te tiende los brazos. Necesita abrazar, y que le abracen.

Tiene en su haber, mucha falta de besos y mimos en su infancia, por el  abandono de su padre.

Por eso, abre sus brazos intentando reparar su ausencia.

El sol se ha unido a nuestro encuentro, poniendo la calidez necesaria para que se de la confidencia.

Y mi alma se llena de savia nueva.

El viento peleón se ha ido calmando un poco. Incluso me ha dejado leer un poco, el último libro que ha caído en mis manos, al amparo de un banco al sol.

 Se titula: "Cuando la vida empieza" de Iván Bunin. En él relata sus recuerdos de infancia y adolescencia, sobre el Imperio que se desmorona. Apoyada en un culto apasionado a la tradición rusa, de las grandes familias de la nobleza rural, a la que él mismo pertenecía. 

Regreso a casa, despacito, saboreando la mañana, y la vida...


10 de mayo de 2023

VISITANDO VALENCIA

 


Junto con mi amiga, Victoria, visitamos Valencia hace unos días. 

Hacía muchos años que no volvía por allí. Recuerdo la última vez, acompañando a las alumnas de la Escuela de Formación Profesional, donde trabajaba, en su viaje de fin de curso.

Ha cambiado mucho.

Comenzábamos el día, con un buen desayuno.


Y con una sonrisa...

Dispuestas a vivir una bonita aventura.


Llegamos a primera hora de la tarde, y nos fuimos a visitar la ciudad. 

Estaba yo, grabando en directo, para Instagram, cuando de repente, vi reflejada la figura de mi amiga de infancia y adolescencia, Marypi,  junto con su marido, Pedro, en la pantalla del móvil.

De la emoción, no acertaba a apagar el móvil para saludarles. Resulta, que su hija, Helga, me había visto y les avisó.

Fue, una sorpresa muy bonita nada más llegar.

Yo sabía que vivían ahí, pero eran tan pocos días, lo que iba a estar que pensaba, no me daría tiempo de verles.


Al día siguiente, pateamos la ciudad de la luz, hermosa, muy hermosa...


La temperatura, era veraniega, pero yo me fui con ropa de entretiempo, y pasé bastante calor.


Para aliviar, mis maltratados pies, por el calor, me compré unas bonitas alpargatas valencianas, aunque al final, terminé con los pies llenos de heridas.

Menos mal, que fue el último día, cuando me salieron...

Fueron mi salvación.


Valencia, bien merece más de una visita, pues tiene muchas cosas para ver y no da tiempo en tres días y medio.

Es una ciudad preciosa, con un encanto muy particular y una luz que te atrapa desde el primer instante.


Y llena de personajes divertidos, que llenan las calles de música y alegría tratando de ganarse unas monedas.


Como no dábamos tregua, al descanso, íbamos reponiendo fuerzas lo mejor que podíamos...


Pudimos aliviarnos con una bebida típica, que no recuerdo el nombre, dado que la sed, hacía acto de presencia a cada paso.


Por supuesto, visitamos la Ciudad de las Artes y las Ciencias, un complejo arquitectónico, cultural y de entretenimiento que uno no se puede perder. 


Es enorme, y fuimos un par de días.


Tengo muchas fotos, pero tan solo os voy a mostrar alguna de ellas.

La buganvilla, al lado del Palacio de las Artes Reina Sofia, lucía esplendorosa. 

Es una obra bellísima del arquitecto valenciano Calatrava. Parece un pez, o un velero, sugiriendo la presencia cercana del mar.


El primer día, visitamos el Museo de las Ciencias, al que hay que dedicar tres horas, para verlo bien.

Impresionante lo que hay allí...

Desde exposiciones interactivas, animaciones científicas, y objetos variados, relacionados con la evolución de la vida, la ciencia y la tecnología, y los grandes hombres que contribuyeron con su saber, su dedicación y su esfuerzo.


El segundo día, mi amiga visitó el Oceanográfico, pero yo no.


No me gusta ver a los animales en algún lugar que no sea su hábitad. 

Preferí visitar despacio la Ciudad de las Artes y la Ciencia.


Han sido  unos días muy bonitos, en muy buena compañía.

Pudimos visitar a Leonor, una amiga de noventa años de Victoria, de su época de juventud.

La hicimos muy feliz en esos días.

Nos invitó a comer, y pudimos vernos dos veces.


Y nos fuimos después a la playa de la Malvarrosa.


Y visitamos el Barrio del Cabanyal un barrio de pescadores , protagonista de las estampas más costumbristas y de valor incalculable.


Allí, junto a la playa, degustamos una exquisita paella, como manda la tradición.


Y unos boquerones muy ricos.


El día estaba nublado. Menos mal...

Entre la brisa y que no lucía un sol de esos que te queman viva, pudimos pasar unas horas muy bonitas.


Había mucha gente disfrutando del agua y del paseo, junto a músicos callejeros que animaban el ambiente.


Y pude aliviar mis cansados pies dentro del agua salada.

Días intentos de saborear la vida.

Tengo infinidad de fotos de la ciudad, que iré subiendo a mis redes sociales.


Como colofón, no podía faltar la horchata y los fartons, pero de los buenos...

De los de toda la vida...



De eso se encargaron mis amigos; de llevarme a un lugar donde los ponen exquisitos.

Y también para despedirnos y visitar en su compañía de algunos rincones de la ciudad.

Mi amiga, Victoria, estaba muy cansada y prefirió irse al hotel.


Valencia, me ha conquistado, y yo he conquistado a Valencia a base de pasear por sus calles y plazas.

A los pies del Jaime I el Conquistador, me despido de mi aventura.

24 de abril de 2023

LAS LÁGRIMAS.

 


Con estas temperaturas veraniegas, apetecen ya platos fríos. Por eso, he comprado unas cebolletas para picarlas en crudo, con una ensalada de patatas cocidas con atún, aceitunas, huevo duro...

El problema, viene, cuando tienes que hacerlo y empiezas a llorar con desconsuelo...jejeje.

Hace tiempo, me compré unas gafas que alivian bastante este menester. Son bastante eficaces, aunque depende mucho de la calidad de la cebolla. Estas cebollas, tiernas, tienen una fuerza tremenda, y a pesar de las gafas, he terminado llorando a mares...

Me sugería, este afán mío, por evitar las lágrimas, que es un calco de la vida misma. Y mira, que según los expertos, llorar cumple una función de transpiración emocional, y que con ello eliminamos toxinas perjudiciales para el organismo. Pero ni por esas...

Las lágrimas, nos acompañan en nuestra venida al mundo. El llanto, forma parte de la comunicación del niño con la madre en los primeros años de vida.

El sollozo, como respuesta al dolor, forma parte de nuestra vida de adultos, como algo misterioso ligado al mundo de las emociones. 

Aunque, también se puede llorar de risa. 

¡Me encanta llorar de risa!

Soy propensa a dejarme llevar de la risa contagiosa y reír hasta desternillarme, mientras las lágrimas me impiden ver al que tengo delante.

Por cierto, que me he ido a la Red, para buscar el significado de :"desternillarse" y dice, que hace alusión  a las "ternillas" unos cartílagos que se encuentran  en diferentes partes del cuerpo humano: orejas, mandíbula...y que debido al movimiento espasmódico y exagerado del que se desternilla, parece que se va a romper. 

Las lágrimas, siempre liberan, ya sea de una manera u otra.

Quizá sea, uno de los recursos más baratos para hacerlo. 

Es muy normal, que hasta los niños en edades tempranas son llevados al psicólogo, e incluso al psiquiatra. 

En fin, que mis cebolletas, han dado para traer aquí los dos extremos de las lágrimas: las del dolor y las de la risa.

Y es que , sobre las lágrimas se puede escribir mucho, pero de momento, os dejo con esta ridícula fotografía mía, para que podáis sonreír a la vida.

¡Felices sonrisas!

12 de abril de 2023

POMPAS DE JABÓN.


 Aquella mañana, las pompas de jabón y su fantasía le salieron al encuentro en la avenida.

Últimamente, tan solo escuchaba noticias catastróficas en el telediario y necesitaba evadirse como fuera.

Es más, ya ni escuchaba el telediario, pues le producía una desazón considerable que a veces le impedía casi respirar.


Para ello, se había vestido de Primavera y se había ido a la calle, a saborear la mañana.

Lucía un sol juguetón y cautivador.

Quizá un poco exagerado para la época, pero que no molestaba en exceso.

La belleza y la fantasía de las cosas sencillas, suelen aparecer de repente. Pero para saber disfrutar de ellas, hay que saber mirar.

Hay personas, que arrastran su mirada a ras del suelo. 

Van inmersas en sus propios pensamientos, en sus problemas, en su pequeño mundo.

No ven más allá de sus propias narices.

No alcanzan a ver las nubes con sus formas variopintas, ni los pájaros revoloteando a su alrededor, o la sonrisa de un pequeño niño inocente, ni los pasos vacilantes de un anciano al cruzar un semáforo.

La dureza de la vida misma, ha hecho que se olvidaran de mirar.

Mirar y ver a su alrededor.


Por eso, ella, no dejaba de mirar y ver.

La risa cantarina de unas pequeñas niñas le habían devuelto la alegría de vivir.

Trataban de coger en el aíre las pompas de jabón que volaban libres.


Las pompas de colores, por efecto de la interferencia entre las ondas de luz, aunque apenas duran solo unos segundos, alimentan la ilusión de los más pequeños.

Y de los mayores...

Porque la felicidad, son momentos.

Y todos, en mayor o menor medida, tratamos de atrapar esos momentos.

Efímeros, como las pompas de jabón.




Ella, se paró largo rato a contemplar aquel juego entre las niñas y las pompas de jabón, y hasta se lanzó a coger una, que se desvaneció con rapidez al contacto con sus dedos.

La felicidad, es así, se escurre y no se deja atrapar fácilmente.



Pero hay que atreverse a correr tras ella, como las pequeñas niñas.

Gritos, carreras, risas...llenaron la mañana de sueños por cumplir.



Era un espectáculo encantador, que no pasaba desapercibido a los transeúntes deseosos de sonrisas.

También, ella, había acabado sonriendo.



Al fondo, los toros buenos y nobles en el Monumento al Encierro, también parecían sonreír.

Y los mozos, con su pañuelico al cuello.

Se alejó, dejándose besar por los rayos del sol y con una carga de energía positiva.

Y todo ello muy barato.

Tan solo mirar, y mirar...

27 de marzo de 2023

EL MUERTO.

 


Aquella mañana, las campanas de Villa Candiles de Arriba tocaban a muerto.

Un toque de agonía, lento, a cuerda de dos campanas. Todo indicaba, que era un hombre el fallecido, por los tres toques que se escuchaban por las calles del pueblo.

Era un sonido triste, de despedida; como un quejido, un lamento...

Las campanas, con su repique, eran  las mensajeras, encargadas de comunicar en su propio idioma lo bueno y lo malo que acontecía en el lugar. 

Un ritual ancestral, símbolo de entendimiento entre los hombres y su aventura de vivir.

Con su repique,  eran capaces de reunir a las mujeres, hombres, niños y ancianos en un mismo sentir; ya fuera para un suceso luctuoso, o una alegría festiva.

Su sonido, tenía varios significados: desde un toque religioso, para acudir a misa, o rezar el ángelus, el repicar en una procesión, o el toque a muerto, toque de tormenta, toque de arrebato o de fuego. Incluso para marcar el paso del tiempo desde el amanecer hasta el anochecer.

Aquella mañana el pueblo se vistió de tristeza, ya que le había llegado la hora de la partida a uno de ellos.

En pequeños corros, las gentes hablaban en voz baja, como intentando respetar el dolor de familiares y amigos.

Apenas sucedía nada diferente de las pequeñas rutinas que a todos les atañían y, la novedad, era la noticia que corría de boca en boca.

La pequeña, María, jugaba en la plaza con sus primos. Su tía, Emilia la llamó a gritos, pues se resistía a acudir a su llamada. 

Era una niña cabezota, independiente y soñadora que le gustaba ir por libre.

Al fin, no le quedó más remedio que ir donde se encontraba su tía, pues la amenazaba con ir a por ella y traerla a rastras si fuera necesario. No la quería dejar en la calle a su libre albedrío, pues la habían dejado a su custodia todo el verano y no era de fiar.

-Ven, vamos a ir a casa de Alicia, se ha muerto su padre que es familia nuestra y hay que darle le pésame. 

-¿Qué es el pésame? 

- Es una manera de mostrar dolor y pena a los familiares de alguien que ha fallecido.

-¿Y como se hace?

-Tú, no tienes que decir nada. Yo me encargo.

- ¡Ah, bueno...!

María no estaba muy conforme, pero se dejó peinar, después de haberse cambiado de vestido.

Los zapatos de los domingos, un lazo en el pelo y unas gotas de colonia fueron el aderezo final antes de emprender calle abajo.

Por el camino se iban cruzando con más vecinos que llevaban el mismo camino, hacía la casa del difunto. 

Incluso se podían ver algunos coches, llegados de la capital, de  familiares que habían venido a despedirle.

La puerta estaba abierta. 

La gente se arremolinaba en la pequeña estancia encalada con una ventana que daba al huerto familiar.

En la cama, postrado, el cadáver frío de un hombre de unos cincuenta años. Nariz aguileña, color amarillento, pelo ensortijado. Tenía un semblante de paz en su rostro.

En sus manos enlazadas, almas piadosas habían colocado un rosario.

Le habían amortajado con el traje de su boda; camisa blanca y corbata azul.

Esperaban que la funeraria trajera la caja para meterlo dentro. La más cercana estaba a unos kilómetros del pueblo y no había podido llegar.

El silencio, solo era interrumpido por las toses de los allí presentes. Apenas unos leves susurros al oído de los familiares, haciéndoles partícipes de su pena los que poco a poco iban llegando.

Era un dolor sereno, sin grandes aspavientos. 

Abrazos, lentos y sentidos.

Las lágrimas caían lentamente, mansas y serenas, como aceptando la llegada del final del ser amado.

Había una comunión de afectos y dolorida pena, forjada al amparo de las vivencias de cada uno de los que rodeaban aquel ser sin vida.

A la pequeña, María, no la dejaron entrar dentro de la habitación.

Había que preservar a los niños de algo tan cruel como es la muerte, decían los mayores.

María, y los niños de la casa, nietos del difunto, se quedaron abajo, en la cocina. Eso si, muy callados, pues habían sido amonestados a portarse bien por las circunstancias del momento.

Pero en un descuido, María se escurrió lentamente por las escaleras sin ser vista hasta hacerse un hueco en la habitación.

Detrás de una columna, nadie la podía ver, pero ella veía a todos.

Desde su escondrijo, sus negros ojos se fijaron en el cadáver que yacía inerte y le pareció, la miraba, incluso llamándola por su nombre. Sintió un sudor frío, mientras sus piernecillas parecían flaquear.

Le vio levantarse y salir a su encuentro gritándola  como tantas veces.

Temió la alcanzara por fin y se desquitase de tanta burla con que le habían obsequiado.

El difunto se llamaba, Teodoro y tenía un huerto con árboles frutales.

En las tardes de estío, muchas veces se habían subido a la tapia para robar alguno de sus preciados tesoros en aquel trozo de tierra fértil.

Más de una vez, tuvieron que salir huyendo, por haber sido pilladas infraganti, mientras escuchaban los gritos enfadados del señor Teodoro.

Ellos, le hacían burla desde lejos y gritaban su nombre.

Un nudo en la garganta le impedía casi respirar.

Tenía miedo.

Un miedo a lo desconocido.

Jamás había visto un muerto y se sentía acongojada.

Después de unos minutos, se dio cuenta de que todo lo había imaginado.

El señor, Teodoro, permanecía rígido. Ni sus ojos, ni su boca, ni las manos tenían movimiento alguno.

Después del primer susto, se fue serenando. Incluso, hicieron intención de aparecer unas lágrimas, que amenazaban con salir resbalando por su hermosa carita. 

Eran demasiadas emociones para su pequeño corazoncito.

Pero si algo había aprendido, de aquella circunstancia, era que el señor Teodoro ya no iba a volver jamás.

El huerto, de alguna manera se había quedado huérfano.

¿Quién se ocuparía ahora de él?

¿La muerte viene cuando menos lo esperas?

¿Será muy dolorosa?

¿Se podrá uno escabullir?

Estas preguntas se iba haciendo mientras bajaba las escaleras de la casa.

Una vez en la calle, se sintió aliviada.

Comenzó a caminar deprisa, sin rumbo fijo, como queriendo huir de allí, a no sabía donde.

Al cabo de un rato, se sentó en una enorme piedra. Lucía un sol primaveral. En el prado, unos caballos pastaban pacíficamente.

Un pajarillo cantaba en una rama.

El perro de una casa cercana salió a saludarla. Se sentó junto a ella largo rato.

La vida seguía latiendo en aquel lugar, a pesar de que la muerte había había pasado por allí sin esperarla.

María, cerró sus ojos como para mirar a sus adentros. 

Después, los abrió con todas sus fuerzas, se levantó de golpe y salió dando saltitos por las callejas.

Pasado un mes, su tía le dijo una mañana, que iban a ir a dormir a casa de un familiar que necesitaba compañía.

Su rebeldía le hizo contestar mal a su tía y, esta la reprendió.

- Una tiene que estar dispuesta a hacer algo por los demás, aunque no nos apetezca.

-Ya...pero no tengo ganas...

-Bueno, las ganas se hacen y ya está...

-Pues yo no tengo ganas, de hacer ganas...

Así podían estar horas enfrascadas en pequeñas discusiones.

Su tía, se daba cuenta de la responsabilidad de tenerla todos los veranos en casa y la necesidad de irla formando.

Pero ella, se resistía como gato panza arriba.

Al llegar la noche, emprendieron rumbo a la casa donde iban a pernoctar.

Una luna curiosona iba siguiendo sus pasos.

La calle estaba en silencio, tan solo interrumpido por los ladridos de los perros.

Al llegar frente a la puerta, María, cambió de color.

¡Era la casa del muerto!

Con un manotazo se deshizo de la mano de su tía sin querer entrar dentro.

-¿Pero qué te pasa?

- Nada...que quiero irme a casa.

-Mira, la hija del señor Teodoro me ha pedido venga a dormir con ella, que se ha quedado sola esta noche.

-Ya...pero...yo ...

Tras un pequeño forcejeo, su tía la empujó hacia el portal.

-¡Alicia, estamos aquí!

-¡Ah, hola!

María, caminaba despacio, con desgana, obligada...

En unos minutos se tomaron un vaso de leche con cola cao y se fueron a la cama. 

María, estaba angustiada, no sabía como zafarse y echar a correr lejos.

¡La cama del muerto... la cama del muerto... la cama del muerto...! Iba diciendo para sus adentros.

Una vez allí, se pusieron el camisón y se dispusieron a acostarse.

Era una cama de matrimonio. La de los padres de, Alicia, que ahora había heredado ella.

-María, tú en medio.

- ¡Venga, venga, María...!

¡Ya voy!

Un ligero temblor invadía el cuerpecillo desgarbado de  aquella niña respondona y rebelde.

Haciendo de tripas corazón, como se suele decir, de un salto de metió en medio de las dos.

Solo así, en medio, se sentía más protegida.

¿No andaría por allí el señor Teodoro con un palo?

Ahora estaba a su merced. 

No podría escapar.

Intentó cerrar los ojos, mientras se agarraba a la mano de su tía.

-¿Pero qué te pasa. Estás helada?

-No, nada...

No podía quitarse de la cabeza la cara y las manos inertes del señor Teodoro en aquella misma cama.

Si, en la mima cama...

¿Cómo podía haberle ocurrido a ella eso?

Pensó en contarles su secreto; que había visto al muerto encima de la cama, si, si...de la mismísima cama... que le tenía miedo en vida, que le parecía que estaba allí todavía de alguna manera esperando tomarse su venganza.

Pero, pensó la tomarían por una niña. Y ella era ya casi una mujer. No estaba dispuesta a ceder, a pesar de su temor.

Igual, así, se le quitaba para siempre el miedo al señor Teodoro y a la muerte. Porque mira que la muerte es fea...ah, y el señor Teodoro también era bastante feo.

La ventana del jardín estaba abierta y unas sombras juguetonas se dibujaron en la pared.

María, dio un respingo, que no pudieron percibir sus compañeras que estaban dormidas como un tronco.

Se metió debajo las sábanas sin que se le viera ni la cabeza.

Respiró una y otra vez lentamente hasta serenarse.

Tengo que tener fuerzas- se dijo- la vida no es nada fácil por lo que estoy observando en mis cortos años.

Después, sacó la cabeza y se armó de valentía.

La luna, le sonreía asomada a la ventana.

En unos minutos sus ojos se cerraron agotados.

¿Velaría su sueño el espíritu del señor, Teodoro?


P.D. Basado en hechos reales.


17 de marzo de 2023

BARRIO

 


El barrio se llena de vida cuando llega el buen tiempo. 

Los ancianos, después de largos meses viendo pasar el tiempo a través de la ventana salen presurosos de su escondrijo.

Su palidez les delata. 

Pero aún les quedan fuerzas para saborear la vida. Se nota, en sus caras anhelantes, de que alguien les dedique una sonrisa cómplice, un saludo, una mirada afectuosa. 

Un grupo de mujeres realizan unos ejercicios en el parque cercano.

Sus risas, llenan la mañana de una alegría festiva, pues es fin de semana.

Una pequeña niña, se acerca a mi y me regala un caramelo.

Tiene unos rebeldes rizos en su pelo, y su mirada es azul cielo.

Le doy las gracias, mientras doy unos saltitos a su lado para que me sienta cercana.

Luego, me dice adiós con su pequeña manita, donde aflora la generosidad más pura y bella.

Por el parque cercano, salta y corre con sus pequeñas, una joven madre. 

Es casi una niña.

A su lado, un chico joven que parece ser su pareja, le grita:

 ¡Ainara, ya está bien!

¿Cuántas veces te he dicho que tienes que aprender a comportarte?

Ella, se para en seco y con ella las pequeñas niñas. 

Le miran con temor, mientras cabizbajas se alejan. 

¡No podemos hacer nada, siempre nos riñes...!

La queja, el reproche, la rabia, se pierde en la mañana llena de luz y alegría.

Hay gente que  se empeña en tapar el sol con el poso amargo de su alma atormentada.

El hombre, metido en si mismo, con gesto adusto y desapacible, se fija en mi al pasar. 

Sus ojos se fijan en los míos. Creo que perciben mi reproche.

Y de nuevo les grita con malos modos.

A punto estoy de gritarle yo también.

Hasta un pequeño gorrión se sobrecoge y revolotea a su lado, como intentado hacerle entender lo feo de su comportamiento.

Las terrazas arropan a familias enteras, mientras el sol les besa la cara en esta mañana de sábado primaveral.

Un chico muy joven pasa cerca. 

Su andar es seguro, ágil. 

Lleva una rosa en la mano. 

Puedo ver su corazón ilusionado.

Incluso juego a saber quien será la destinataria de esa flor tan bella.

Poesía a pie de calle.

Contrastes de colores. 

Luces y sombras del ser humano.

Dos muchachas están enfrascadas en una conversación muy amena, por lo que puedo comprobar al ver sus gestos. 

Una de ellas lleva dos perros con un arnés. 

El sol aprieta con fuerza, mientras los canes buscan refugio entre la sombra que producen los cuerpos de las dos amigas.

La conversación va para largo. 

Al final, los animalitos se tumban en el suelo.

Entro a tomar un café en una terraza cerrada, con intención de leer la prensa y un libro que llevo dentro del bolso.

Empiezo a rebuscar las gafas y no aparecen por ningún lugar.

¡Buff...me las he dejado en casa!

Tan solo puedo leer las letras grandes de los titulares.

Una mujer bastante joven, lleva a su marido en una silla de ruedas. Intenta meterlo dentro de la terraza, por la rampa que hay, pero no puede.

Me levanto rauda a ayudarle.

La puerta es estrecha y apenas cabe la silla.

La mujer es aparentemente frágil. 

Tiene la mirada triste. 

El hombre, se deja llevar. Hay un halo de resignación en su actitud.

Agradecen mi ayuda.

En una mesa cercana a la puerta, un hombre y una mujer, no se han inmutado al ver el problema de la silla.

Los han visto, pero no iba con ellos.

Quizá yo lo he vivido en carnes propias. Cuidé a mi madre que estuvo largos años en silla de ruedas y tengo más empatía.

Al llegar a casa, en el jardín, veo a una madre con un montón de táper en la mano. Un muchacho joven ha entrado a la vez que yo y me ha saludado.

Es su hijo.

Le mira, le acaricia el pelo, le sonríe, le besa, y le entrega  tan preciada mercancía. 

¡Ay, las madres!

Saludo al pasar, mientras insinúo que me apunto al festín.

Sonríen ambos. 

Yo también.

Esto es barrio.


5 de marzo de 2023

TRADICIONES

 


¿No os ocurre que a veces se os escapa la vida?

Quizá tan solo me ocurre a mi por mi edad.

Llega un momento, que el tiempo, no corre...¡Vuela!

Por eso me propongo beberme sorbo a sorbo la vida, paladeando suavemente el vivir.

No niego, que a veces, siento las ganas de quedarme tranquila en casa, en el sofá, vegetando.

Pero abandono esa tentación con enorme rapidez, pues luego, siempre me arrepiento de aquello que dejé de hacer.




Esta tarde, emprendí el camino hacía el casco viejo, donde iba a tener lugar con motivo de los carnavales, la quema de Tártalo, un ser de la mitología vasca, que representa a un cíclope antropomorfo, gigantesco, con un solo ojo en medio de la frente con costumbres antropófagas y comportamiento cruel. 

Vivía en el monte próximo a Zizur Mayor y Astraín, el monte Erreniega. Su entretenimiento era tirar piedras de un monte a otro. Se alimentaba de ovejas, niños, e incluso adultos. Tenía un anillo mágico que le servía para controlar a sus presas. 

Al grito de: ¿Dónde estás? por parte de, Tártalo, el anillo respondía:¡Aquí estoy, aquí estoy! y así les descubría fácilmente. 

Me fascinan las tradiciones de los pueblos con su cultura ancestral, que va pasando de padres a hijos.

Me gusta cuando llego a un lugar hacerme una más. Conocer a sus gentes, su cultura...

Es la única manera de enriquecerme y no quedarme en mi pequeño mundo.

No sabía muy bien donde iba a tener lugar el acto, pero una chiquillería que llevaba el mismo camino me fue indicando donde era.

Al poco rato, comenzó un desfile por las calles con los Zampantar danzando a golpe de cencerro, los gaiteros de Zizur, Joaldunak, Zizurko Trikitilariak y Birariak Dantza Taldea y Z.G.A.

Al llegar a la plaza, se hizo un corro alrededor de Tártalo y dio comienzo una danza antes de ser llevado a la hoguera.

Por allí estaban mis amigos del grupo Birariak con sus trajes y tocados multicolores.

-¿No te pierdes una, eh, Maripaz?

Una voz desconocida me susurraba al oído.

Pero veo a Eduardo a su lado y se me enciende la bombilla.

Y es que ...me ocurre una cosa. Cuando no van vestidos con los trajes con los que bailan, apenas les reconozco. Les veo en grupo y es difícil luego ponerles cara a cada uno.

Saludo a mis amigos gemelos que van tocando en un grupo, y les comento, que si han visto unas fotos que les hice el otro día, por si no quieren les ponga en la Red.

-¡Ya somos mayores de edad, Maripaz! Nos puedes poner, me responden orgullosos.

Poco a poco, voy subiendo al compás de la música, que alegra mi alma, por una cuesta cercana a la iglesia donde ya veo la hoguera preparada.

Los niños se arremolinan para ver por última vez a Tártalo, antes de ser devorado por las llamas. 

Gritan y le increpan sin cesar. Los más pequeños, en brazos de sus padres, observan con enormes ojos llenos de asombro lo que allí acontece. 

En unos instantes, las llamas se agigantan llenando de luz aquel rincón.

Los más atrevidos, se acercan al fuego, bajo la atenta mirada de sus padres que no les pierden de vista. Su inconsciencia les lleva a no temer nada.

¡Bendita edad!

Con el paso de los años, llegan los miedos que nos paralizan, los temores que nos hacen ser precavidos y sumisos ante un futuro incierto.

En apenas unos minutos tan solo quedan unas brasas.

 Del mítico ser, cenizas. 

De repente, veo a dos vecinas mías y las saludos.

Después, me pierdo con el grupo de danzas Birariak y terminamos en el Azcona de zuritos.

Dentro, hay un ambiente acogedor de amigos.

En una mesa cercana, veo a Jon y sus amigos. Me acerco a saludarles y reímos y charlamos un rato.

Son gente afectuosa, que me ha acogido con enorme cariño.

Incluso me han invitado a unirme a ellos para aprender a bailar.

Uno de ellos, sabio en historia, me va contando paso a paso las costumbres, las tradiciones que van pasando de generación en generación.

Es un apasionado. Fácilmente  capta mi atención y le escucho embobada. 

Otro, se me acerca y me da en un papelito, el teléfono suyo y el de su esposa, por si quiero acompañarlos en sus excursiones a pueblos cercanos donde bailan. 

Acepto encantada.

Ya sabéis como me gusta conocer gente nueva y estoy abierta siempre a nuevas aventuras.

Es tarde, y regreso a casa acompañada de mis nuevos amigos, no sin antes, probarme uno de sus coloridos sombreros. Mi amiga, Paquita me presta el suyo y me hace la foto. 

Promete ser un año estupendo. Por eso, no quiero perderme nada de nada...

El tiempo, no corre...¡vuela...!


24 de febrero de 2023

HERIDAS

 


Este pequeño guerrero venía de librar una y mil batallas de su recién estrenada vida a última hora de la tarde.

Llevaba impresas las heridas de guerra en sus pequeñas rodillas.
Quizá eran las primeras.
Lucían como condecoraciones por haber luchado.
Un pequeño campeón, que no me cabe duda, habrá soltado unas lágrimas cuando se haya ido de bruces al suelo.
Cuando yo me lo encontré sonreía feliz y ni se acordaba del percance.
Sentado en su sillita y bebiendo agua de su botella, regresaba a casa custodiado por su papá y su abuela.
Tenía la mirada tan clara, que la tarde se inundó de una luz especial.
Era la luz de la inocencia que con toda su belleza me había salido al encuentro. 
Fue un instante sublime que me produjo una sensación maravillosa.
Le vi alejarse, feliz, con su piel magullada y dispuesto a vivir mañana un nuevo día igual de intenso que de hoy.
Es la vida misma...
Comienza a vivir y le faltan ojos para mirar.
Necesita experimentar por él mismo los colores, los olores, los sabores...
No importan los tropezones, las caídas, el llanto...
Mañana correrá de nuevo detrás de una paloma con pasos vacilantes, saltará de felicidad ante la llegada de su madre, se soltará de la mano de su abuela, o de su padre, y querrá caminar solo hasta que tropiece de nuevo.
Los brazos de su mamá, su papá, su abuela, le acunarán mientras le cantan una nana.
Es el aprendizaje necesario antes de enfrentarse a la vida.
Con el paso de los años, conservará alguna cicatriz que le devolverá a la infancia, y quizá le parezcan minúsculas si las compara con las de su vida de adulto.
Bendita infancia.

17 de febrero de 2023

MAÑANAS DE SOL.

 


De vez en cuando me abandonan las letras y una enorme pereza se adueña de mi. 

Por más que les hago burla y les saco la lengua, no aparecen...

Entonces, no se me ocurre nada que contar y, se me pasa por la mente la idea de cerrar el blog y con él un ciclo de mi vida virtual.

Y es que, un maravilloso sol se asoma por mi ventana y  me invita a salir de casa. 

Parece una primavera adelantada.

El sol es un embaucador de gentes soñadoras y con un puntito de locura a sus espaldas.

Siempre pienso, qué con mi edad, no puedo perderme nada de lo que la vida me ofrezca. Ahora, tengo salud, movilidad, entusiasmo, alegría y unas enormes ganas de saborear la vida.

Quizá, en apenas unos años, mis circunstancias cambien y no pueda hacer muchas de las cosas que ahora me son permitidas.

Estaba esta mañana en una tienda regentada por chinos. Un bazar donde hay toda clase de objetos muy variados. 

Una señora mayor entraba por la puerta con un andador, cuando yo casi salía.

- Buenos días. ¿Tiene bragas de algodón?

- Si, en la tercera estantería de la cuarta calle.

-Perdón, ¿De qué calle?

- De la cuarta.

Viendo que la señora no se aclaraba a las respuestas de la dueña que estaba en la caja, me brindé a ayudarla.

- Mira, hija, me gustan las bragas grandes y de algodón. 

¡Las de toda la vida, vamos...!

-Que tapen bien.

- A mi también, señora.

Me atreví a confesarla, mientras sonreía con complicidad.

La señora era un encanto. Arreglada, limpia, perfumada...

Y muy simpática.

-Mira, es que se ha quedado mi hija fuera con mi perro.

-No se preocupe, yo le ayudo.

Las bragas en cuestión estaban en una estantería a ras del suelo. Ella sola no podía cogerlas, por la posibilidad de irse al suelo.

Le cogí un par de ellas de la talla XL. 

Las extendimos todo lo largas y anchas que eran, calculando con que serían de su talla.

La señora, reía sin parar al verme en semejante tesitura.

Y comenzó a contarme sus últimos achaques, operaciones y demás problemas de salud que acompañan a la vejez. 

-¡Tengo 95 años!

- ¡Madre mía, está guapísima!

- Además, me gusta la vida y la gente. Vivo sola con mi perro en Pamplona. Bueno...mi hija que vive aquí me sigue la pista...jejeje.

Sus ojillos brillaban mientras me contaba algún retazo de su historia.

-Yo me hago mi comida, voy a la compra, cuando se trata de pequeñas cosas, salgo a pasear con mi perro, veo la tele...

El mundo se había parado en aquel instante.

Yo, no tenía prisa alguna y ella tampoco.

Eso de ir sin prisa alguna por la vida, es todo un lujo que se adquiere con el paso del tiempo, la jubilación y la serenidad que dan los años.

Y ese saber escuchar al otro, hacerle ver que nos interesa lo suyo, lo que cuenta, es un arte que se va perdiendo, por la prisa, la indiferencia, el egoísmo, la despreocupación, el desinterés... 

- Me llevaré un par de ellas y luego veré...

- Muy bien. Así va sobre seguro.

Al instante nos acercamos a la caja, no sin antes haberme dado las gracias, mientras se apoyaba en su andador.

-¿Cuanto valen?

-Seis euros.

¡Uy, que caras...

-Ha subido todo: la cesta de la compra, la gasolina, el gas y hasta las bragas...jejeje.

Fuera estaba la hija con el perro y una prima charlando.

Acaricié al perro, mientras ella nos presentaba.

Me presentaba al perro, que la hija seguía charlando sin mirarnos.

- No le gusta mucho que le toquen el morro.

-No se preocupe. Ejerzo en ellos un poder de seducción que les atraigo.

-Pues es verdad.

-Mira como se deja acariciar.

-¡Adiós, bonita!

-Adiós, señora. Ha sido un placer.

Seguí caminado por el parque cercano con mi carro repleto.

Las gentes disfrutaban de la mañana, mientras el sol me hacía un guiño juguetón.

Y efectivamente, en mi regreso a casa, pude acariciar a Kira y Milka que van con sus dueños. Dos perritas preciosas. Una, tiene un año, la otra es un bebé. No cabe duda de que la seducción existe.