Regreso a mis rutinas después de los días estivales.
Las musas andan perezosas para salir a mi encuentro.
Por algún rincón de la casa, dormitan.
Intentaré despertarlas, venciendo mi propia pereza.
Además, un sol otoñal inunda las calles, por lo tanto, no soy capaz de quedarme en casa nada más que lo necesario.
La luz de la vida, me atrapa.
Las letras son mis compañeras en el frío invierno, donde me cobijo al calor de su belleza.
Pero siempre están ahí, al abrigo de mi curiosidad innata.
Tan solo tengo que hacer el esfuerzo de juntarlas una a una.
Ardua tarea, que a veces requiere el esfuerzo de pararse y pensar.
Y es que en el fondo, soy una lagartija hambrienta de sol y nuevas sensaciones.
Un espíritu inquieto que no puede parar ni un momento.
Tengo en mi contra, el paso inexorable del tiempo.
Me bebo sorbo a sorbo cada instante de vida.
Cada nuevo día, renazco. Y muero un poco también.
Siempre con la ilusión en bandolera, junto con mi cámara de fotos.
Intentando atrapar lo bello y lo bueno.
Lo malo y lo feo nos acosa por las esquinas.
Me niego a quedarme pegada a ras del suelo. Prefiero mirar a lo alto, donde puedo ver el mundo en perspectiva.
Por supuesto intentando mejorar la pequeña parcela que me atañe directamente, y a la que no quiero renunciar como ciudadana comprometida.