5 de marzo de 2023

TRADICIONES

 


¿No os ocurre que a veces se os escapa la vida?

Quizá tan solo me ocurre a mi por mi edad.

Llega un momento, que el tiempo, no corre...¡Vuela!

Por eso me propongo beberme sorbo a sorbo la vida, paladeando suavemente el vivir.

No niego, que a veces, siento las ganas de quedarme tranquila en casa, en el sofá, vegetando.

Pero abandono esa tentación con enorme rapidez, pues luego, siempre me arrepiento de aquello que dejé de hacer.




Esta tarde, emprendí el camino hacía el casco viejo, donde iba a tener lugar con motivo de los carnavales, la quema de Tártalo, un ser de la mitología vasca, que representa a un cíclope antropomorfo, gigantesco, con un solo ojo en medio de la frente con costumbres antropófagas y comportamiento cruel. 

Vivía en el monte próximo a Zizur Mayor y Astraín, el monte Erreniega. Su entretenimiento era tirar piedras de un monte a otro. Se alimentaba de ovejas, niños, e incluso adultos. Tenía un anillo mágico que le servía para controlar a sus presas. 

Al grito de: ¿Dónde estás? por parte de, Tártalo, el anillo respondía:¡Aquí estoy, aquí estoy! y así les descubría fácilmente. 

Me fascinan las tradiciones de los pueblos con su cultura ancestral, que va pasando de padres a hijos.

Me gusta cuando llego a un lugar hacerme una más. Conocer a sus gentes, su cultura...

Es la única manera de enriquecerme y no quedarme en mi pequeño mundo.

No sabía muy bien donde iba a tener lugar el acto, pero una chiquillería que llevaba el mismo camino me fue indicando donde era.

Al poco rato, comenzó un desfile por las calles con los Zampantar danzando a golpe de cencerro, los gaiteros de Zizur, Joaldunak, Zizurko Trikitilariak y Birariak Dantza Taldea y Z.G.A.

Al llegar a la plaza, se hizo un corro alrededor de Tártalo y dio comienzo una danza antes de ser llevado a la hoguera.

Por allí estaban mis amigos del grupo Birariak con sus trajes y tocados multicolores.

-¿No te pierdes una, eh, Maripaz?

Una voz desconocida me susurraba al oído.

Pero veo a Eduardo a su lado y se me enciende la bombilla.

Y es que ...me ocurre una cosa. Cuando no van vestidos con los trajes con los que bailan, apenas les reconozco. Les veo en grupo y es difícil luego ponerles cara a cada uno.

Saludo a mis amigos gemelos que van tocando en un grupo, y les comento, que si han visto unas fotos que les hice el otro día, por si no quieren les ponga en la Red.

-¡Ya somos mayores de edad, Maripaz! Nos puedes poner, me responden orgullosos.

Poco a poco, voy subiendo al compás de la música, que alegra mi alma, por una cuesta cercana a la iglesia donde ya veo la hoguera preparada.

Los niños se arremolinan para ver por última vez a Tártalo, antes de ser devorado por las llamas. 

Gritan y le increpan sin cesar. Los más pequeños, en brazos de sus padres, observan con enormes ojos llenos de asombro lo que allí acontece. 

En unos instantes, las llamas se agigantan llenando de luz aquel rincón.

Los más atrevidos, se acercan al fuego, bajo la atenta mirada de sus padres que no les pierden de vista. Su inconsciencia les lleva a no temer nada.

¡Bendita edad!

Con el paso de los años, llegan los miedos que nos paralizan, los temores que nos hacen ser precavidos y sumisos ante un futuro incierto.

En apenas unos minutos tan solo quedan unas brasas.

 Del mítico ser, cenizas. 

De repente, veo a dos vecinas mías y las saludos.

Después, me pierdo con el grupo de danzas Birariak y terminamos en el Azcona de zuritos.

Dentro, hay un ambiente acogedor de amigos.

En una mesa cercana, veo a Jon y sus amigos. Me acerco a saludarles y reímos y charlamos un rato.

Son gente afectuosa, que me ha acogido con enorme cariño.

Incluso me han invitado a unirme a ellos para aprender a bailar.

Uno de ellos, sabio en historia, me va contando paso a paso las costumbres, las tradiciones que van pasando de generación en generación.

Es un apasionado. Fácilmente  capta mi atención y le escucho embobada. 

Otro, se me acerca y me da en un papelito, el teléfono suyo y el de su esposa, por si quiero acompañarlos en sus excursiones a pueblos cercanos donde bailan. 

Acepto encantada.

Ya sabéis como me gusta conocer gente nueva y estoy abierta siempre a nuevas aventuras.

Es tarde, y regreso a casa acompañada de mis nuevos amigos, no sin antes, probarme uno de sus coloridos sombreros. Mi amiga, Paquita me presta el suyo y me hace la foto. 

Promete ser un año estupendo. Por eso, no quiero perderme nada de nada...

El tiempo, no corre...¡vuela...!