28 de abril de 2012

AURELIA


Aurelia era diferente.Siempre había sido diferente. Desde que nació todos la vieron diferente. Con el correr de los años, su diferencia se acentuó, aunque ella no le daba la menor importancia.


Le gustaba correr descalza por los prados y sentir la hierba bajo sus pies.  Con la llegada de la primavera solía recoger margaritas y florecillas silvestres y hacía con ellas un ramo que ofrecía con una sonrisa a su abuela.
Su madre había muerto en el parto, por eso,  desde entonces, había cuidado de ella.
Nunca conoció a su padre ni tuvo ningún interés en hacerlo. Se había conformado a crecer sin la figura paterna, quizá porque su abuela siempre le daba todo el amor necesario.
 Es verdad, que alguna vez siendo  pequeña, había tenido que soportar las burlas de sus compañeras, que se encaraban con ella. porque habían escuchado en algún rincón, que era hija de padre desconocido, pero siempre tuvo muy claro que si él no había querido conocerla, el sentimiento era mutuo.


Aurelia habia nacido sin una mano, de ahí su diferencia con las demás personas. Aunque con la mano derecha era una experta, y sabía suplir con gracia y naturalidad la falta de la izquierda.
 Por lo demás, Aurelia era hermosa, muy hermosa.
Un día su mirada se posó en la pared de enfrente de su casa. Alguien había dibujado un rojo corazón, y se emocionó pensando que algún ser anónimo la amaba.
 Desde entonces acechaba detrás de los cristales por si encontraba al autor de semejante obra de arte, siempre con el pensamiento de que era dedicado a ella.


Sus diarios paseos se llenaron de color, mientras pensaba para sus adentros en ese hormigueo de felicidad que le hacía sonreír sin darse cuenta.
 Las nubes, el río, la montaña, el puente... eran testigos mudos de su dicha.
 Más de una vez se le oyó gritar al viento y chapotear en el agua.
Su alma sensible necesitaba de esos momentos en los que saboreaba la vida y cada uno de sus instantes.


Su mejor amigo se llamaba Gabriel, un espantapájaros que cuidaba diligente un huerto cercano. Solía mantener con él las más variadas confidencias.
 Nadie más que Gabriel sabia sus secretos, por eso desde que descubrió el corazón pintado en la pared, la mayoría de sus conversaciones eran sobre el amor.


Siempre le había gustado ver pasar el tren y vaciar sus sueños en los vagones, para que aquellos raíles que se le antojaban infinitos, los llevaran lejos.
Quizá algún atardecer, se bajará del viejo tren el amor que le hará feliz para siempre. Mientras tanto, el corazón rojo le acompaña siempre.