25 de febrero de 2022

LOS MONAGUILLOS

 


Acudí a la misa por un familiar recientemente fallecido.

Todo transcurrió dentro del dolor normal en estas circunstancias y el reencuentro de familiares y amigos del difunto.

La muerte, como solía repetir mi padre, forma parte de la vida, y así hemos de acostumbrarnos a verla.

Fuera de esto, me llamaron la atención varias cosas, que me hubiera encantado grabar con mi cámara.

Presidia el presbiterio un retablo barroco del siglo XVIII bajo la advocación de la Asunción.

Un cura bonachón muy sonriente, junto a dos monaguillos de pocos años vestidos de rojo, componían el resto.

Hacía tiempo que no asistía a una misa y, se me hubiera hecho enormemente larga, a no ser por lo entretenida que estuve contemplando diversas escenas de cine costumbrista que tan bien retrató Berlanga en sus películas.

Sin ánimo de ofender a nadie que le pueda parecer frívolo mi comentario acerca de la religión o de lo que allí se celebraba, paso a relataros lo que mis ojos vieron.

Me llamó la atención que el cura sonreía todo el rato. 

Cosa que es de agradecer, pues la mayoría de las veces son unos señores muy serios que nos riñen para que seamos buenos.

No deja de ser un contrasentido, eso de que para ser bueno, uno tiene que estar triste y enfadado.

La bondad es luz y belleza, por eso últimamente me he alejado de todo aquello qué con doctrinas represoras traten de ocultármelo.

Las caras de los monaguillos parecían estar sacadas del cuadro de los querubines de Rafael.

Con sus mofletes y la inocencia reflejada en sus ojos, iban de acá para allá del altar, atentos a los requerimientos del sacerdote.

Más de una vez se confundieron en sus quehaceres. 

Pero nada de ello le llevo al al sonriente presbítero al enfado.

Existía una enorme complicidad entre los tres.

Quizá esos momentos, con el correr de los años, formarán parte de los recuerdos de infancia que llenarán las tertulias de la vida  de adultos de estos pequeños.

La escena era tremendamente evocadora, mientras el coro cantaba las alabanzas llenas de esperanza, de que hay otra vida detrás de esta mucho mejor.

Cosa que dudo...pero bueno...

Después, no nos libramos de un buen sermón, como Dios manda, o como manda Dios...

A la hora del responso final, ocurrió que no hubo manera de encender el carboncillo para quemar el incienso que conlleva ese ceremonial.

Por más que una y otra vez lo intentó, no llegó a conseguirlo. 

Pero eso si, este simpático cura a pesar del inconveniente no perdió la sonrisa.

Los monaguillos intentaban contener la carcajada, que parecía estar rondándoles, al ver las miradas de complicidad entre ellos.

Pero se mantuvieron impertérritos.

Lucía un sol primaveral a la salida.

Poco antes de la ceremonia nos había recibido un repique de campanas a nuestra llegada.