30 de mayo de 2021

EL MUCHACHO FORMAL

 


Tenía fama de ser un chico formal. 

Era alto, bien parecido, de maneras educadas, elegante porte y buena figura.

Tenía una sonrisa burlona y atractiva. Dentadura perfecta, labios gruesos y bien dibujados.

Un mechón de pelo rebelde se asomaba a su frente con enorme descaro y jugaba con taparle los ojos.

Unas manos bien cuidadas y finas, daban fe de su procedencia. Uno podía imaginarse que era de "casa bien" como se suele decir, pues no parecía que hubiera trabajado en oficios de poca monta.

Vestía con enorme pulcritud. Ropa de calidad, moderna, un poco atrevida para la época.

Era el alma de las reuniones familiares por su simpatía.

Siempre dispuesto a hacer un favor, sin esperar beneficio alguno.

Alegre, dicharachero, con un puntito de bonhomía de la que todos se beneficiaban.

Las madres de familiares y amigos, le confiaban a sus hijas cuando se iban de fiesta.

Se les podía ver por el Barrio Santa Cruz en grupo, o la calle Sierpes.

Él se hacía cargo de que las chicas pudieran volver a casa sanas y salvas.

Desde muy joven se diferenciaba de los muchachos de su edad por su sentido de la responsabilidad.

Era maduro, serio, comprometido.

Lo que nadie percibía al tratarle, era su inseguridad.

Una inseguridad casi enfermiza que él trataba de ocultar.

Siempre se había exigido a si mismo demasiado, de ahí que se reprochara el no estar a la altura infinidad de veces.

Pero no podía evitar ser más condescendiente con su manera de actuar.

No era que buscase la perfección personal como meta. 

Era simplemente, que la vida le había obsequiado con aquel carácter imposible de controlar.

Y muchas veces deseó ser como los otros. 

No ser tan disciplinado, moderado, comprometido, tenaz, amable, franco...

Pero al instante, volvía a estar seguro de la obligación de ser él mismo y mantener su reputación.

"Genio y figura, hasta la sepultura" reza un viejo refrán.

Tan solo una vez se atrevió a ir más allá.

Fue en un viaje de fin de curso a Italia. 

Habían pasado la mañana visitando los Museos Capitolinos y su colección de retratos de filósofos y emperadores romanos, la estatua ecuestre de Marco Aurelio, y la Luperca o Loba Capitolina, y salieron enardecidos.

Por la tarde, después de comer, pasearon por la Plaza Navona y Villa Borghese, para terminar en el Freni e Frizioni en el Trastevere.

Allí, al calor de la magia de las calles romanas, se dejó llevar.

Bebió, hasta perder un poco la cordura.

Solo un poco.

Lo suficiente, para atreverse a confesarle su amor a una prima suya de la que hacía tiempo se había enamorado.

Nada volvió a ser lo mismo desde entonces.

Una vez que se atrevió a cruzar el parapeto de sus miedos, no tenía que seguir ocultando su inseguridad.

Ya la vida misma se encargaría de ir llevándoles de la mano.

No importaba ser un poco imprudente, o inconsciente, si con ello lograba liberarse de lo que todos esperaban de él.

Roma, había sido su salvación.

A veces es bueno tomar distancia.

Y en Roma vive, junto con su prima.