16 de junio de 2021

EL BILLETERO

 


Últimamente me obsesiono con la pérdida del billetero.

Cuando voy al centro, me ocurre con frecuencia, que a veces lo busco y no lo encuentro dentro del bolso.

Bien es verdad, que procuro ponerlo siempre en el mismo lugar para que sea más fácil dar con él cuando lo necesito.

Pero a veces, aún así, es difícil localizarlo a la primera con el consiguiente sobresalto.

El otro día, me ocurrió, al ir a coger el bonobús para regresar a casa después de una tarde de tiendas, empecé a rebuscar en el bolsillo donde lo suelo poner y no aparecía. 

Comencé entonces a revolver una y otra vez cada uno de los recovecos del bolso para dar con él, pero imposible. No aparecía por ningún rincón.

Alterada, nerviosa, con el alma en vilo, intenté pensar donde lo había perdido. 

¿Me lo habría robado aquel chico joven que se acercó a mi pidiendo una ayuda?

No quería pensar mal. Me estaba dejando llevar del ambiente de desconfianza que anida en la calle.

¿Lo habría caído al pagar una camiseta en el Corte Inglés?

Un montón de preguntas como estas me iba haciendo, mientras pensaba como iba a regresar a casa.

De nuevo intenté localizarle hurgando con mi mano una vez más, y al fin apareció en el fondo del bolso.

¡Menos mal!

Respiré aliviada mientras cruzaba el semáforo cercano.

Esto me ha ocurrido un par de veces más.

Pero a los pocos días, volví al centro de nuevo. Como el verano se está haciendo notar ya, y el bolso de invierno era enorme y me daba calor, opté por sacar uno más ligero.

Hice el cambio lo mejor que pude, intentando no olvidarme de nada.

A la vuelta, colgué el bolso detrás de la puerta de mi habitación.

Al día siguiente, a la hora de salir a la calle, volví por inercia a coger el bolso de invierno. Cual es mi sorpresa, que no encuentro las llaves de casa.

¡Uff...ni el billetero!

Busco precipitadamente en otro bolso de verano parecido al que había llevado la tarde anterior, y nada de nada...

Densos calores me invadieron por dentro, mientras mis manos temblorosas y agitadas volcaban todo lo que había en el interior de cada bolso intentando recuperar lo perdido.

¿Pero, como había entrado en casa si me faltaba la llave?

Profundo misterio.

¿Y la tarjera?

Tendría que llamar al banco inmediatamente para anularla.

¿Y el carnet de identidad? 

Tendría que acudir a la policía y contar que lo había perdido.

Menuda rollo, ahora que tengo pensado pasar el verano en Guardo, no tener carnet.

¿Y la llave de casa? 

Bueno, tenía una copia en el cajón.

Menos mal que tenía el móvil.

Mi angustia se iba haciendo mayor cada vez, sin saber que hacer.

De repente, entré en mi habitación tratando de buscar en algún otro bolso, y al cerrar la puerta, allí estaba un bolso muy parecido al que creía haber utilizado.

¡Madre mía que alegría!

La llaves, la tarjeta, el carnet... todo estaba intacto.

¡Qué mal rato!

Poco a poco me fui serenando y tomando aire de nuevo.

Por unos minutos me sentí morir y me faltaba el aliento.

Y es que tengo una colección de bolsos muy parecidos.

Aún me faltan de traer de Guardo cuatro o cinco de variados colores de verano.

Creo que comienzo a perder fuelle...jejeje.

Y es que los años no pasan en balde.