20 de noviembre de 2014

AMORES


Atardecía, y el sol se despedía en el horizonte con sus destellos color rojo llenado de poemas sin estrenar aquel lugar.
Carmela, una mujer frágil, de edad avanzada, con su bastón en la mano acompañada de su gato rumiaba su soledad a la puerta de su casa.
Tenía unos ojos claros de mirada intensa y porte señorial. Se adivinaba en ellos un halo  de melancolía causada por la ausencia de su esposo muerto apenas hacia unos pocos años.
Hablaba bajo, despacio, como en confidencia con el felino.
-Me hubiera gustado tener hijos, sabes?
- También a él.
-Pero no vinieron.
- Aunque siempre esperamos los dos que se cumpliera en nosotros la voluntad de Dios, la vida nos fue llevando de la mano por distintos derroteros siempre en la soledad de un matrimonio bien avenido.
-Viajamos bastante y vivimos la vida intensamente.
-Yo, sabes, siempre quise ser madre, pero no pude hacer realidad ese sueño y siempre me acompaña ese deseo.
-No me atreví a repetírselo más, desde el día en que me dijo que así estábamos muy bien los dos solos. Según él se había pasado el tiempo y tener un hijo era una aventura arriesgada para la que ya no se sentía preparado.
-Mi resignación me llevo a olvidarme de mi sueño pudiendo condescender por el amor que le profesaba.
-Y ahora que él no esta, la soledad me consume entre las paredes de nuestra casa.
El gato parece entender la historia de su dueña, pues hace tiempo que es su confidente.
 Cuando ella ha terminado de hablar, el gato se acurruca a su lado como para darle a entender que esta allí para lo que haga falta, para lo que necesite...
Ella, le acaricia lentamente, mientras el sol les guiña con complicidad y se despide hasta mañana.
Juntos se adentran en la vivienda pues el frío ha hecho su aparición.
La noche se encargará por unas horas de ocultar ese secreto de su deseo que se quedó perdido en el camino de su vida.



Rocio, aún recuerda su primer amor. Un amor que conserva idealizado con la ilusión de adolescente echa carne en su alma en pena.
Cuenta una y mil veces la misma historia, el mismo instante en que se enamoró de él. Es como si hubiera quedado grabado en su alma, y esculpido en la roca de su corazón marchito por el paso de los días.
Nunca puso en duda lo que soñaba vivir junto a su amado. Tenía la fuerte seguridad de sus afectos que la llevaban en volandas por un mundo imaginario de sentimientos compartidos al unísono.
Creyó haber encontrado la plenitud de la belleza en aquel ser.
Se dejó llevar por el corazón sin atender los sabios consejos que se le presentaban insidiosos.
Cuando tuvo oportunidad, dejó al descubierto su interior esperando recibir el mismo trato. Desnudo su alma sin cautela alguna, abriéndose de par en par.
Desarmada y sin aliento, quedó presa de un amor no correspondido.
Aún con el paso de los años, busca una y mil escusas para seguir pensando que él la amaba.
Quizá es que lo que no vivimos pero anhelamos vivir, nos marca de por vida, aunque solo sea algo que nuestra imaginación ha agrandado hasta el extremo de hacerlo imprescindible.
Solo las vivencias son capaces de dejar huellas reales en nosotros. Todo lo demás se queda pendiente para una nueva oportunidad.



Javier, amaba a alguien que le estaba prohibido. Quizá se había empecinado precisamente porque lo prohibido ejercía en él un poder de seducción enorme.
Siempre le había gustado arriesgar en el amor. Su espíritu aventurero le había llevado de acá para allá sin dejarse llevar por los miedos existenciales que azotan la mente de cualquier mortal.
Solía cuestionarse muchas veces, que quienes dictaban las prohibiciones no tenían todos los datos para juzgar, y como consecuencia todo era muy relativo a la hora de zambullirse en el mundo de los sentimientos.
No podía, ni quería dejar pasar el amor que la vida le brindaba. Estaba dispuesto a cualquier cosa: saltarse las normas, ir contracorriente, plantar cara al enemigo, cortar amarras para siempre...
Todo menos rendirse ante una evidencia que no dejaba lugar a dudas.
 ¡Se había enamorado!
Su ternura exquisita, su sensibilidad a flor de piel, su atrevimiento, su mirada del mundo con sus bellos ojos negros, le parecían suficiente bagaje para competir con lo prohibido.
Podía ser una lucha ardua e incierta, pero estaba dispuesto a no desertar del campo de batalla.
Lo tremendo es que las luchas cuerpo a cuerpo suelen ser dolorosas y dejan cicatrices.
Al otro lado de la balanza estaba el amor como contrapartida.
En el amor, unas veces se gana y otras se pierde, pero siempre deja una huella indeleble para el resto de la vida cuando nos encontramos cara a cara con él en nuestro caminar.
Al final, solo el amor nos redime.

M.Paz.