Su vida no había resultado fácil, pero esas circunstancias le había hecho más fuerte si cabe. Solía recordar su infancia como se recuerda la época feliz en que todo sonríe a nuestro alrededor. Pretendía así refugiarse en aquellos años en los que la risa le acompañaba en cada amanecer. Después llegaría el llanto que mas de una vez le impidió ver la luz del sol.
Con el paso de los años aprendió a ver el mundo desde sus inmensos tacones cercanos, siempre muy cercanos...como si desde su atalaya postiza pudiera tener una visión más amplia del horizonte de su vida y sus propios afanes y recuperar fuerzas para seguir viviendo. Era como ver los acontecimientos diarios desde la perspectiva de otra dimensión, la que da la altura.
Aprendió a vivir con su complejo de mujer bajita, pero poco a poco fue creciendo en altura de miras, de intereses, y hasta se reía con todas sus fuerzas de los más altos que ella pero que se habían quedado empequeñecidos por su vanidad calculadora y marchita.
Eso si, sus tacones les siente cada día más cercanos...