25 de febrero de 2020

PASEOS POR LA CIUDAD


Me gusta decir que la vida está en la calle, o lo que es lo mismo, que las calles están llenas de vida.

      En el autobús veo a ciudadanos de Lituania, China, Marruecos, India, Mali, Navarra y León.
Todo eso a simple vista sin indagar más. 
Les escucho hablar en su propio idioma, mientras observo su peculiares características.

    No cabe duda de que Pamplona se ha convertido en una ciudad cosmopolita desde hace años.




Cuando la Villavesa- así llaman aquí los autobuses- hace su segunda parada, a través de la ventanilla observo jugar con su papá a una niña muy pequeña con rasgos de un país lejano.

    Tiene una carita preciosa y sonríe sin parar. 
El juego consiste, en que el padre mueve las manos y trata de atrapar las suyas con un ritmo acompasado.
Ella va escondiendo sus manitas, mientras intenta retener entre las suyas las de su papá declarándose victoriosa.

     El último rayo del sol ilumina la tarde, mientras contemplo extasiada la escena.
El autobús se aleja y ella me sonríe al percatarse también de mi sonrisa.

      En un banco de la avenida veo a una mujer joven hablando por teléfono. 
Más bien, grita.
Tiene lágrimas en los ojos. 
Se le ha corrido el rimel y una sombra negra me impide ver de color son.
El pelo alborotado le cae por la cara que muestra un rictus de dolor.
Su voz es un lamento, una queja que se lleva el viento al pasar.
Apenas ha sido un instante, pero suficiente para ser capaz de percibir su estado interior.
Habla con un hombre.
Le lanza una serie de preguntas en plan de reproche.
Estoy a punto de preguntar que le ocurre. Pero no cesa de hablar por teléfono.
Me hubiera gustado aliviar su dolor de alguna manera.

    Unos adolescentes se hacen selfies delante de una tienda de ropa.
Alegres, desenfadados, burlones, divertidos...
Comienzan a vivir su propia viva pletórica de belleza por explorar.


    Un cuidador lleva a un anciano en una silla de ruedas.
El anciano lleva la mirada perdida. Parece estar en su mundo que no es el nuestro.
Ambos se compenetran también en su mundo de necesidades.

    Señoras ricachonas con ropa de marca y caros perfumes, pasan a mi lado.
Ostentosas ellas, van hablando de lo mal que está la vida, que no hay moral, que la gente joven está muy perdida...

      Un hombre toca la guitarra en una calle cercana. 
Su mirara triste se asemeja a las notas melancólicas de su instrumento.
A su lado unas tristes monedas reposan al caer la tarde.
Tan tristes como su guitarra y él mismo.




En un supermercado, una mujer de edad avanzada, me pregunta si no hay guantes para pesar la fruta.
Le comento que no, pues también había pensado yo lo mismo hacía unos minutos.
        Ya...es con el coronavirus hay que tener cuidado.
¿Ha llegado ya a Pamplona, sabes?...
¡No me diga, señora!
Se aleja en busca del encargado de reponer del super.

   Los pobres y miserables de este mundo, esperan a última hora para comprar a mitad de precio las bandejas de pescado del día. Con su dignidad al hombro, quizá ahorren algún euro que les ayude a llegar a fin de mes.

A la salida noto un ligero lagrimeo en los ojos y me pica la garganta.
¿Será que estoy inoculando el virus?

Un pequeño perro espera paciente a la puerta del super.
Se le ve temeroso ante las risas y gritos de unos chiquillos.
Como sufro al ver su vulnerabilidad...
¡Que manía con dejarles a meced de algún malvado ladrón!





La belleza de las calles del casco antiguo me subyugan en la noche. 
Las gentes vienen y van sin prisa alguna.
Se asoma la luna por entre los tejados curiosona y atrevida.
Las notas de una tarantela salen de una pizzería cercana.
Hay algo mágico en mi andar peregrino de esta noche.

Llega el autobús.
Un par de enamorados se besa al despedirse.
El autobús se lleva sus sueños y la ilusión de volver a besarse mañana de nuevo.

En un asiento cercano al mío, una jovenzuela lleva el pelo de dos colores. Moreno y rubio.
Mitad y mitad.
Con dos coquitos en lo alto.
Rubio uno y moreno otro.
Miradas curiosas e incluso burlonas se posan en ella.
Le importa un pimiento el sentido de la estética donde todo tiene que ser según lo establecido.
Es más, se atreve a desafiarlo.
Me producen enorme ternura y me encanta la gente joven sin prejuicios que se atreve a ser ella misma.
Me gusta explorar su rico mundo escondido entre su aspecto nada convencional.


Prácticamente toda la gente del autobús está mirando el móvil.
Jóvenes y menos jóvenes.
Menuda poder de seducción que tiene esa infernal maquinita...
Me niego a ser su esclava y le dejo dentro del bolso.
Parece que ya no fuera posible estar a solas con nuestros propios pensamientos.

      Unos chiquillos juegan en el barrio.
Unas vecinas amantes de los gatos callejeros han bajado a darles de cenar. Me uno al grupo.
Y es que yo siempre llevo pienso en el bolso y se lo dejo en el rincón donde se reúnen a comer.

       En Canal Sur, mi amigo, Toi va a cantar y no quiero perdérmelo.

         Leticia me recibe impaciente. 
Le paso la mano por el lomo, mientras le hago un mimo.

    Paseos por la ciudad, donde las calles están llenas de vida.






17 de febrero de 2020

LOS CALDEREROS


Una semana antes de los Carnavales, por Pamplona desfilan los caldereros. 
La tradición se basa en aquellos oficios artesanos que fabricaban calderos y otros cacharros de metal y los distribuían por medio de la venta ambulante.



Eran los también llamados hojalateros que arreglaban los cacharros por los pueblos.



El Día de los Caldereros nació hace poco más de un siglo. Pretendía emular a a las tribus gitanas que durante el siglo XIX y seguramente el anterior, todos los años venían a vender sus productos por el Carnaval.



Zíngaros y Caldereros recorren las calles del casco viejo de Pamplona.



Su modo de subsistencia era la reparación y venta de cacerolas y otros utensilios de metal, por lo que se les conocía con el nombre de "caldereros",de ahí el nombre de la calle Calderería, ya que se ponían a lo largo de ambas calles( Calderería y San Agustín) llegando a ocupar también las calles de alrededor.



Con una blusa de colores vistosos y un pañuelo a la cabeza con monedas colgando, y una cuchara de palo en la mano se les veía en otras épocas por las calles.



Emulando a esos personajes, mucha gente ataviada de esa peculiar manera,  recorre las calles de la ciudad al son de la música.









La alegría inunda las calles a lo largo del día.
Yo solo acudí por la tarde, pero por la mañana la comitiva acude al mercado de Santo Domingo procedente de la iglesia de San Lorenzo para realizar su tradicional visita junto a los gaiteros y la Cofradía de Danzantes de San Lorenzo donde interpretan varios bailes con timbales y fanfarres.








El oso Margarito hace las delicias de grandes y pequeños cuando encadenado intenta escapar.



Cuando me vio grabando vino hacía mi con intención de devorarme. En este vídeo se pueden escuchar mis gritos. La pena que no me dio tiempo de volver la cámara para que pudierais haber contemplado la escena. Al principio le confundí con un lobo.



Después, en un pequeño descanso intenté hacerme amiga de él y nos hicimos un selfie.












Como colofón os dejo unos vídeos no muy bien grabados por la luz y el jaleo que había en la calle.




Este vídeo de la televisión navarra lo explica muy bien .

10 de febrero de 2020

ARIADNA Y LA LUNA


Ariadna se enfundó el abrigo y se fue en busca de los secretos de la noche.
Hacía un intenso frío que calaba hasta los huesos y el alma, pero enseguida se sintió aliviada arropada por su bufanda de colores.
Aligeró el paso por las calles desiertas. Necesitaba mover sus pies entumecidos por las largas horas de reposo.

Un gato callejero cruzó muy cerca de ella aunque apenas logró verle. Huidizo corrió a refugiarse en el seto de un jardín cercano.

Allá a lo lejos, unos jóvenes cruzaban la plaza en plan de marcha.
Iban hablando a gritos.
Al pasar cerca de ella le invitaron a sumarse a la fiesta.
Ella no aceptó. 
Tenía una cita más allá de las estrellas.

Se perdió por una calleja cantando una canción.
Tan solo el eco de sus botas al pasar, y su sombra, le acompañaban en su paseo.

Iba muy segura de saber hacía donde quería llegar.

La plaza solitaria coqueteaba con la hermosa luna, mientras el tintineo de las gotas de agua de la fuente cercana marcaban el compás.

Ariadna contempló a la luna extasiada de placer.

Después, se soltó el pelo y descalza comenzó una danza apasionada.
Sus menudos pies volaban una y otra vez al son de una música imaginaria.
Su fina cintura se cimbreaba como una contorsionista al ritmo de sus caderas.

Así estuvo largo hasta que vencida por el cansancio dejo caer sus brazos y sus pies suspendieron el frenético baile.

Seguidamente se sentó en el suelo y comenzó a llorar con desconsuelo.

Así la recogió Manuel que la había seguido desde que salió de casa. 
Él la sigue siempre cada noche de luna llena.

No ha vuelto a ser la misma desde que regresó de la clínica donde estuvo internada después de perder a su hijo.