5 de noviembre de 2013

JUICIOS TEMERARIOS

Vivimos constantemente expuestos a los juicios de los demás de manera agresiva condicionando muchas veces nuestro modo de expresarnos y comportarnos. Es como un ritual propio de la condición humana que desde tiempos lejanos se viene sucediendo de generación en generación.
El ser humano tiende a juzgar situaciones o modos de ser, desde su propia óptica, sin llegar al meollo de lo que realmente importa del otro.
Cuando juzgamos, la mayoría de las veces no contamos con todos los datos necesarios para poder hacerlo y solemos ser implacables.
En nuestra peculiar manera de impartir justicia no damos al otro la oportunidad de defenderse, quizá porque nos movemos en una sociedad con unos parámetros de conducta preestablecidos . Olvidamos que la belleza del interior de cada ser humano tiene infinidad de tonalidades, luces y sombras, que componen la obra de arte de su propia vida.
Hay seres ignorantes que no ven mas allá de lo que tienen delante y que tampoco se empeñan en mirar con otra perspectiva. No saben mirar.
Hay seres mezquinos que manchan todo aquello que observan, atreviéndose a juzgar hasta la propia conciencia del otro. Su mirada es turbia.
Hay seres mediocres que ponen cargas en hombros ajenos intentando aliviar su propia cobardía. Su mirada es viscosa.
Mientras intentamos colarnos con nuestros juicios temerarios en las vidas ajenas, dejamos de vivir la nuestra con plenitud, robándonos eficacia y fuerza para nuestra propia batalla diaria.
Es demasiado bella y fugaz la vida para perderla en pequeñas escaramuzas sin valor. Demasiado majestuoso el horizonte para quedarse prendido en cualquier pequeña vereda del camino.
Se necesita un espíritu libre que sepa ver mas allá de los actos y de las intenciones que vemos a primera vista, y adentrarse en el mundo mágico del interior del otro sin la espada de los juicios temerarios dispuesta a cortar cabezas y corazones.