21 de mayo de 2022

LA CALÓ.

 


Nos ha llegado "la caló" como dicen en Sevilla, sin esperarlo.

De la noche a la mañana nos hemos visto obligados a sacar la ropa de verano y guardar la de invierno.

Las calles se llenaron de gentes con la piel muy blanca y caminando con desgana por las altas temperaturas.

Personalmente, me he visto, además de blanca, llena de manchas cada vez más acentuadas por el paso del tiempo y debido a mis largos años en el sur. Allí, el sol, aprieta en las horas punta de una manera tremenda.

A las cuatro de la tarde, muchas veces he jugado un partido de tenis, después de haberme sumergido en la piscina y con la ropa de deporte mojada, sin temor alguno.

¡Bendita juventud!

Ahora en la vejez, conservo manchas por todo el cuerpo, pero sobre todo en la cara, cuello, brazos y piernas.

Estéticamente no me favorecen nada de nada. 

Eso si, observo cualquier cambio que puedan tener alguna de ellas, por si acaso...

Pero además, he ganado peso,  he perdido tamaño y soy un poco más ancha que antaño.

Bien es verdad que me he mantenido hasta ahora bastante bien para mi edad. 

Bueno, después de verme y aceptar el cambio, me he liberado.

Tengo claro que lo importante es seguir viva.

Amo el verano, el sol, la luz, los días largos.



La vida es un caminar constante.

Me gusta observar ese ir y venir de las gentes por un camino plagado de amapolas y trigales.

Por él, los peregrinos aguantan estoicamente las inclemencias del tiempo hasta llegar a Santiago.

-¡Buen camino!

Les digo al pasar.

Y me sonríen, o me saludan, a veces con un español aprendido para la ocasión.


Cada Primavera tengo cita con las amapolas. 

Conservo con ellas una amistad desde que las encontré por vez primera a mi llegada a este lugar.

Puedo estar horas contemplándolas extasiada.

Y me gusta conservar viejas amistades.

Como la de mi joven amigo, Mohamed.

Fue mi vecino al llegar a mi nueva casa. 

Era un niño de pelo ensortijado y ojos muy vivos, que enseguida conectó con mi alma inquieta, con apenas diez años.

Nos hicimos muy amigos, junto con su hermana un poquito mayor que él.

Pero a mi vuelta de Guardo, después del verano, se habían mudado y no les volví a ver.

Esta mañana estaba en el super, y de repente, se acerca a mi un chicarrón muy alto. Sonriente, amable, pelo ensortijado y ojos vivos.

¡Era Mohamed!

¡Qué ilusión!

Nos abrazamos como suelen hacer los amigos después de mucho tiempo de ausencia.

Ha crecido mucho, pero su cara le delataba, aunque al principio me costó reconocerle.

Su sonrisa amplia, cautivadora, tierna,  y su mirada pícara y divertida era la misma.

Y sobre todo, el afecto con el que se acercó a mi.

Suelo decir, que uno recoge lo que siembra. Me gusta ser generosa en la siembra del cariño por donde quiera que voy. Y suelo encontrar mi recompensa con creces.


"Ve a ver las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo" dice el zorro al principito.

Los cuidados con los que la había colmado, habían creado un vínculo afectivo, que la hacía especial.

Así, mi amistad con Mohamed, es única y a pesar de la distancia sigue viva a través de los vínculos que creamos cuando estábamos cerca.



Como en un mar infinito, el trigo y las amapolas bailan con el viento acariciándose entre si. Es como una coreografía entrenada paso a paso, pero con la belleza de lo genuinamente bello .

Suelo contemplarlas sin acercarme demasiado, no sea que con mi presencia se despierte la magia de esos instantes.

Las gentes van charlando de sus cosas sin apenas darse cuenta.

Tan solo, algún peregrino del Camino de Santiago que va en silencio se percata de esa belleza.

Los silencios son capaces de rescatar lo bello y lo bueno que la vida nos regala de manera más inmediata.

Las voces, el ruido, hacen que nos disipemos de lo importante.

El sol de justicia me besaba una mañana sin ningún recato.

Caminé largo rato saboreando la vida.

Al llegar a casa lucía muy buen color y me dolían menos los huesos.

En cuanto a las manchas, que les den...