10 de agosto de 2011

TEODORO


Se asomó al viejo balcón de su vida al atardecer. Últimamente se le antojaba que de aquella manera podía robarle al infinito un pedazo de cielo nuevo, una pequeña ilusión para aliviar su soledad .
Muchas veces sus amigas le habían dicho al oído que se le iba a "pasar el arroz"cuando todavía estaba de buen ver como queriendo animarle al compromiso. Y es que era un hombre habituado a huir.
A los hombres no se os "pasa el arroz, le había dicho bajito su amiga Carmela, y él, había sonreído con un disimulado desencanto, dando a entender que la paella estaba incomible para él hacia mucho tiempo.
Hubo un tiempo en que Teodoro no tuvo dudas sobre quien era la mujer con la que quería compartir el resto de sus días. Fue un encuentro fortuito en una calle cercana a su casa una mañana soleada de verano cuando la vio por vez primera. Su corazón loco parecía estallarle dentro del pecho cuando Ana se acercó para preguntarle si sabia donde vivía la señora Encarna.
Ana, era guapa, muy guapa...pero vanidosa y tonta como ella sola. Solía observar a los hombres desde un pedestal que la hacia inaccesible para casi todos. Miraba con desdén a las demás mujeres pensando que ninguna era mas bella que ella imitando a la malvada madrastra de Blancanieves con el famoso espejito.
Teodoro no es que fuera un dios griego de belleza varonil y presencia seductora. Era simplemente un hombre joven que creía en el amor, y que al ver a Carmela, creyó haberlo encontrado.
Pero aquella mujer fría y calculadora le despreció y se rió de él en sus propias narices.
Teodoro tuvo muchas oportunidades. Nuevas, mujeres que atraÍdas por su encanto personal trataron de seducirle y llevarle al altar. Fueron muchos lazos y trampas femeninas los que le acecharon durante años, pero su amor propio herido, su joven e inexperto corazón destrozado, se cerró para siempre desde entonces.
Ana, la guapa Ana, se casó con un hombre atractivo y rico como era de esperar.En la actualidad, es una mujer envejecida y fea, de piel ajada, de ojos marchitos, con kilos de más, con un poco de bigote y algo de barba.
Teodoro sentado a la puerta de su casa taciturno, cabizbajo, ojeroso y triste a sus setenta y nueve años, por fin hoy, ha sonreÍdo malicioso, cuando ha escuchado a voz en grito ¡Se te va a "pasar el arroz" Teodoro.