9 de junio de 2018

HISTORIAS EN EL SUPERMERCADO.


Era una mañana huérfana de sol y flotaba bochorno en el ambiente. Unos niños jugaban en la plaza poniendo una nota de color con sus variadas vestimentas. Sus voces llenaban de vida la calle. Los últimos acontecimientos la habían llevado al enfado y la crispación más de una vez aquella semana.
Por eso necesitaba tomar el aire, salir de la prisión en la que había estado oculta.
Entró en un supermercado cercano y se dirigió a la sección de frutas y verduras. .Desde hacía tiempo había tomado la sana decisión de cuidarse y para ello se afanaba en conseguir los alimentos relacionados con la famosa dieta mediterránea. Tenía ya una edad que no podía descuidarse...
Mientras escogía uno a uno los tomates que parecían los mejores, descubrió a una niña de piel morena de un país lejano con dos moños apretados en su pelo que le tenían casi que hacer daño. Miraba atentamente un pastel de chocolate enrollado de nombre "Tigretón" y varios más que se exponían en la pequeña estantería. Sus profundos ojos negros estaban fijos en el objeto de deseo y apenas escuchaba la voz de su madre que le llamaba muy cerca. En su pequeño mundo se podía observar casi un diálogo entre ella y el pastel. Es más, casi se percibían sus palabras al observar sus ademanes. Su madre no estaba por la labor de hacer realidad su ilusión y la instaba una vez más a reunirse con ella. Muy de mala gana se alejó por fin apretando la mano de su madre y dejando atrás su sueño. Quizá fuera una lección en el aprendizaje para la vida y los pequeños desencantos y era mejor  agarrarse a lo seguro. La mano de su madre de momento...
Por la puerta apareció un muchacho dando grandes pasos. Tenía una larga melena con rizos que descansaban en sus hombros sin demasiado atractivo. Vestía ropa deportiva de marca y su higiene no era la más acertada. Quizá había puesto interés en ello, influenciado por la  modas. Iba como desafiando al mundo y a la sociedad queriendo singularizarse. Andar decidido, mirando al frente con ademanes de superioridad. Con esa actitud imposible ver que una mujer de edad y pequeña estatura no alcanzaba un bote de tomate, o un hombre mayor apenas podía levantar el carro de la compra a la hora de pasar por caja. Parecía no darse cuenta de que para cambiar el mundo hay que cambiar de actitud personalmente. Y es que, él vive en su propio mundo y no percibe nada más.
En la puerta de entrada, una madre joven charlaba con una amiga acompañada de sus dos hijas. La más pequeña, aburrida de esperar comenzó a pasar una y otra vez a través de la puerta que se habría nada más notaba su presencia. Era algo mágico que estaba dispuesta a explorar las veces que hiciera falta. Tenía una simpática cara y unos ojillos traviesos. Sonreía sin parar buscando la complicidad de los que la observaban.  Sus dientes perfectos mostraban la más bella de las sonrisas como queriendo iluminar el mundo en su ingenuidad infantil. Ya tendría tiempo de cambiar el rictus de su cara más adelante. Su risa fresca y desenfadada se abría paso ante la vida que tenía por delante.
Por último su mirada se fijó en un niño muy alto- demasiado- que estaba delante de ella en la caja. Una mujer que por lo visto le conocía le gritó: "¡Vas a llegar a lo alto"!
Él, ruborizado no sabía donde meterse....
Con una tímida sonrisa intentaba contarle lo que había hecho el fin de semana. Al mismo tiempo parecía querer encogerse un poco disimulando se aspecto y su tamaño. Se le veía inseguro. Quizá su altura había sido mofa por aquello de salirse de los cánones establecidos y deseaba no singularizarse de esa manera.
Pagó con tarjeta y se alejó sonriendo. Había conseguido relajarse y sonreír.