30 de enero de 2020

LA LLUVIA


Salí a pasear después de comer. Caían una finas gotas de lluvia y el viento huracanado luchaba por arrebatarme mi paraguas de colores.
Con enorme pericia para sostenerme en pie, me azotaba la cara sin piedad alguna.
Era frío, muy frío...
Parecía que estaba en el polo norte.

De repente, apareció el sol en el horizonte poniendo una nota de luz a la tarde.
Fue algo fugaz y muy bello.
Después, comenzó a llover torrencialmente. 
Me costaba enormemente sostenerme en pie y avanzar de nuevo.
Por un instante, pensé que mi paraguas saldría volando por los aires en busca de aventuras, e intenté sujetarlo con fuerza.
Viendo que mis esfuerzos eran inútiles, opté por cerrarlo y dejarme llevar.

El agua caía sobre mi y calaba mis huesos.
Comencé un baile por aquel camino saboreando la vida.

Alguien descorrió los visillos de una ventana y observó con asombro mi danza.
Luego, esbozó una sonrisa cómplice.

Apenas podía ver, pues el agua besaba mis ojos con frenesí y resbalaba por mi cara.
Un rebelde mechón de cabello se posó en mi frente.
Mis botas iban marcando el ritmo uniéndose a la fiesta.

Entre el agua y yo, se había establecido una conexión mágica de la que tan solo yo era testigo.
La calle desierta a ambos lados, me hacía pensar que la gente a esas horas dormitaba en el sofá al igual que mi gata Leticia.

Llegué a casa empapada de vida.
Un poquito de locura ayuda a la monotonía.