8 de abril de 2022

MIRADAS EN BLANCO Y NEGRO

 


Era una mañana soleada en una playa del sur.

Disfrutaba junto con mi familia de unas vacaciones navideñas.

Tenía mi cámara al hombro, vieja amiga de aventuras.

De repente, a lo lejos divisé a una pareja caminando despacio. 

Eran dos personas con unos años a sus espaldas. Me maravilló su ternura en el trato, su delicadeza, su amor...

Al llegar a la zona de la arena, él la ayudó a sentarse y la despidió con un beso.




Después, le vi alejarse por la orilla hasta meter sus pies desnudos en el agua y sentir las caricias de las olas.

Era un día en que la mar estaba tranquila, apacible, mansa, reposada, serena, sosegada. 

Y pensé en aquel hombre y su historia al atardecer de su vida.

Se me antojaba que gozaba de una paz semejante a la del mar.



Ella, permanecía quieta con los pies descalzos en la arena. Parecía que se dejaba besar por aquel sol invernal que le había salido al encuentro.

Ambos, habían aparecido ante mis ojos y mi alma inquieta en un instante en el que yo estaba a merced de mis acompañantes. 

Cuando voy en compañía de familiares y amigos, procuro no dejarme llevar de lo que a mi me gustaría hacer, pues ellos son mi prioridad.

Si hubiese estado sola, me hubiese acercado a ellos para que me contasen su historia de amor.

Hubiese entablado con ellos una conversación interesante, como interesante seguro era su vida.

Con momentos alegres y tristes, con ilusiones y pequeños sinsabores, con instantes felices y amargos, en el bagaje de toda una vida.

Una bella ancianidad es la recompensa de una bella vida.




Al poco rato llegó él y se sentó a su lado.

Me conmovió la escena.

Ambos apoyados el uno en el otro, cimiento de su amor mutuo,  respaldo donde apoyar la propia vulnerabilidad, descanso en el camino de la vida, sustento para seguir adelante.

Así es el amor.