Todas las mañanas observaba como su abuela despues de hervir leche recien ordeñada, llenaba un enorme tazon blanco y le migaba pan. Ella, solia llamarlo, "sopas de leche "
Mientras este proceso era llevado a cabo, su abuela montaba guardia al lado del puchero. En el menor descuido, la leche como si tuviera alas al alcanzar la ebullición, salia con premura hasta acabar por los suelos.
Luego, más tarde, se dejaba enfriar en la ventana de la cocina. Por entonces no había nevera, y a la tarde, a la hora de la merienda quitaba cuidadosamente la capa de la nata y con primor de abuela cortaba una rebanada de pan de la hogaza y untaba generosamente aquel preciado alimento espolvoreando azúcar por encima como si de un paisaje nevado se tratara. Como por arte de magia, aquel momento se convertía en uno de los mas deliciosos del día.
Aquel olor a pan, a nata, a azucar, a las manos de la abuela ...la acompañarian siempre, porque a lo largo de la vida volvemos con el pensamiento a los lugares donde vivimos momentos felices. Los olores, los sabores, los instantes, se graban en nuestra memoria y nos refugiamos en ellos cuando lo necesitamos.
Desde la ventana de la cocina se divisaba un pequeño huerto donde se cultivaban tomates, cebollas, patatas ...
Un olor a vida, a tierra, acompañaba la mirada por aquel pequeño ventanal.
Muy cerca, los chopos se cimbreaban por el viento mientras se escuchaba el rumor del agua que bajaba cantarina de la montaña fresca y transparente en el río cercano.
Al atardecer, el sol brillaba y jugaba a esconderse con sus guiños llenos de complicidad. Ella, vivio las más bella historias de amor en aquellos atardeceres ...
Mientras este proceso era llevado a cabo, su abuela montaba guardia al lado del puchero. En el menor descuido, la leche como si tuviera alas al alcanzar la ebullición, salia con premura hasta acabar por los suelos.
Luego, más tarde, se dejaba enfriar en la ventana de la cocina. Por entonces no había nevera, y a la tarde, a la hora de la merienda quitaba cuidadosamente la capa de la nata y con primor de abuela cortaba una rebanada de pan de la hogaza y untaba generosamente aquel preciado alimento espolvoreando azúcar por encima como si de un paisaje nevado se tratara. Como por arte de magia, aquel momento se convertía en uno de los mas deliciosos del día.
Aquel olor a pan, a nata, a azucar, a las manos de la abuela ...la acompañarian siempre, porque a lo largo de la vida volvemos con el pensamiento a los lugares donde vivimos momentos felices. Los olores, los sabores, los instantes, se graban en nuestra memoria y nos refugiamos en ellos cuando lo necesitamos.
Desde la ventana de la cocina se divisaba un pequeño huerto donde se cultivaban tomates, cebollas, patatas ...
Un olor a vida, a tierra, acompañaba la mirada por aquel pequeño ventanal.
Muy cerca, los chopos se cimbreaban por el viento mientras se escuchaba el rumor del agua que bajaba cantarina de la montaña fresca y transparente en el río cercano.
Al atardecer, el sol brillaba y jugaba a esconderse con sus guiños llenos de complicidad. Ella, vivio las más bella historias de amor en aquellos atardeceres ...