26 de julio de 2012

EL PEREGRINO


Le vieron aparecer en el viejo camino por donde pasan los peregrinos del Camino de Santiago.

 Aparentemente era uno más de ellos. Era bien entrada la tarde y aún lucia el sol de verano de manera espectacular acariciando la vieja tierra parda castellana.

Quizá coqueteando con ella y saboreando un atardecer más de aquel estío.

 Los inviernos suelen ser muy fríos por aquellas tierras, de ahí que la calidez del verano y las largas tardes llenasen los caminos de personajes como el que nos ocupa.

Era alto, bien parecido. Quizá aparentaba menos años que los que tenia, aunque había llegado ya al medio siglo. Sus rasgos bien definidos le hacían a uno suponer que procedía de la vieja Inglaterra. Se podía adivinar en su mirada de color azul los mares que había surcado a lo largo de su travesía hasta llegar allí.
 Aunque no hubieran sido mares de agua salada, sino caminos y veredas, pueblos y ciudades, dejaba entrever en los pliegues de su bellísima sonrisa su espíritu aventurero.


A lo largo del camino había experimentado una paz muy particular observando la belleza del paisaje.
Su vida se caracterizaba por haberla vivido vertiginosamente dominada por la prisa y el éxito.

Periodista prestigioso de la BBC dedicado por entero a su profesión, había decidido darse un respiro. Animado por su amigo Peter que le hablo de hacer el camino, sin apenas darse cuenta, en la soledad de aquellas caminatas se había encontrado a si mismo.
 Había sido un proceso interior bastante rápido. Como si toda su vida hubiera estado corriendo a la deriva, como si le faltara de cubrir su etapa más importante deseando alcanzar por fin la meta.


Se sintió atraído por aquella inmensidad de la meseta castellana como si un horizonte nuevo e ilusionado se hubiera abierto ante él.
 Muchas veces nuestros sueños hace tiempo se quedaron dormidos con el pasar de los años y son una rémora para seguir viviendo con dignidad el tiempo que nos queda. La vida nos impone una rutina ardua que nos asfixia el alma, y es de sabios saber cuando tenemos que desertar de tamaña esclavitud. 
Una vez que hubo descansado del camino y recuperado fuerzas, se animó a visitar el pueblo donde había llegado.
 Sus gentes, de trato llano y sencillo, de corazón recio y generoso le cautivaron.
En los siguientes días no hubo un rincón que no visitase. Sus pies parecían haber encontrado tierra firme, sus pasos se volvieron serenos, sin la prisa que siempre les había caracterizado.
Una idea comenzó a tomar cuerpo en su interior. Estaba dispuesto a romper con todo.
Se compró una casita, y nunca volvió al lugar desde donde emprendió su viaje.
 En su interior ha descubierto a tiempo su liberación y saborea intensamente la vida.