13 de octubre de 2021

PUEBLO

 


Atardecía, y una vez más me perdí por los viejos barrios.

Parecía como si mis pies me fueran llevando muy despacio a los rincones donde estaba escrita mi historia.

Una fresca brisa me salió al encuentro, mientras una fuerza interior me llevaba a adentrarme por las callejas donde aprendí a amar el arte de vivir.

Iba sola, tarareando una canción. 

A mi paso, me iba encontrando con las gentes que regresaban a sus casas, mientras escuchaba el eco de su saludo al pasar.

De vez en cuando, siento la necesidad imperiosa de perderme con mi cámara rescatando rincones llenos de mi propia historia.

Me conmueven esas casas vacías que guardan en su interior el alma de sus moradores. Esas familias que las habitaron en una época, y que hoy permanecen huérfanas de sus amores.

Testigos mudos de tantas vivencias, que se quedaron prendidas detrás de esos viejos muros.

El silencio lo llena todo.

Quizá en otros tiempos, pequeños niños correteaban llenando de bullicio el lugar, como bandadas de pájaros surcando el cielo, esperando la llamada de su madre dando por terminado el día.



El horizonte se tiñe de rojo pasión, mientras un gato callejero, sentado en lo alto de una escalera, me observa curioso.

Una mujer asomada a la ventana, me saluda moviendo su mano.

Cerca, pasan dos enamorados bebiéndose la vida. Se miran a los ojos, se abrazan, se besan...

En una esquina, se ha parado el tiempo. Puedo escuchar las risas y gritos de los niños en el patio del colegio.

Recuerdo una a una las caras amigas.

También la complicidad de la amistad recién estrenada.

En algún camino cercano, se perdieron los pequeños desencantos.

En una calle próxima, puedo escuchar las notas de una orquesta de baile. Caras adolescentes sonríen y bailan al amparo de las ilusiones más bellas.

El viejo cine, ha muerto de nostalgia.

Los amores de antaño caminan por la avenida, como si no hubiera pasado el tiempo.

Mis pasos recorren como en un ritual, las calles donde amé y fui amada.

De alguna manera siempre volvemos allí. Algunas veces con la imaginación, otras volviendo sobre nuestros pasos, recorriendo las huellas de nuestro pasado.

Anochece, y me sumerjo en la magia de la luna que me sonríe burlona. Parece decirme que soy demasiado sensible para poder subsistir en este viejo y cansado mundo, huérfano de afectos.

Cierro mis ojos con fuerza, para sentir ese instante de vida que me sale al encuentro, porque ya nadie me lo podrá arrebatar.