19 de abril de 2022

ROSA


 Rosa tenía la piel morena y unos ojos muy bellos. Cuando reía, se podía ver al lado del pómulo derecho un hoyuelo travieso que le daba un aíre pícaro y acentuaba su belleza. De pelo suave y abundante y pequeña nariz . No muy alta de estatura, pero muy bien proporcionada. Era delgada y poseía unos andares de diosa al caminar.

Educada en los valores tradicionales de la época, aspiraba como todas las mujeres de su familia y entorno a encontrar un buen marido, casarse y tener muchos hijos.

Manuel, hacía tiempo se había fijado en ella y la rondaba por las esquinas del pueblo. Una mirada aquí, un piropo allá, una sonrisa en el momento oportuno...

Lo que más le gustaba era sacarla a bailar.

Entonces, se formaba entre la cercanía de sus cuerpos, una corriente de complicidad y deseo, que alimentaba las ganas de compartir su vida para siempre.

Paseaban cogidos de la mano a la orilla del río, mientras los chopos eran testigos de algún beso robado.

El roce de sus cuerpos al caminar, alimentaba la pasión con vehemencia, temiendo perder la razón ante la incitación al deseo sexual que les acechaba.

Pero ambos se abstenían de pasar los límites establecidos.  El decoro, la decencia, el honor, la dignidad, las normas morales, campaban a sus anchas en una sociedad conservadora de aquel pueblo de montaña.

De alguna manera, eran presos de convencionalismos anclados en viejas doctrinas religiosas y represoras, que acataban, porque formaban parte de comportamientos culturales ancestrales heredados de sus mayores.

 Así transcurrían los días de Rosa enarbolando la bandera de su amor por Manuel.

Sus corazones ansiaban unirse para siempre, y dar rienda suelta a su enamoramiento.

Pero llegó a la zona una familia de empresarios hoteleros, con la intención de establecerse y apoyar este sector, comprando un viejo hotel desvencijado en el pueblo cercano y más grande de la comarca.

Era gente de mucho poder adquisitivo. Se instalaron en una enorme casa a las afueras, mientras les hacían una de nueva planta.

La familia tenía varios hijos. Alguno en edad de merecer, como se solía decir por aquellos lares.

El mayor de ellos tenía veinte años y se llamaba Pablo.

Una mañana de Primavera, Rosa y Manuel paseaban por la plaza, cuando Pablo les vio. 

Pablo, se sintió aturdido ante la belleza serena de Rosa.

Los ojos de Rosa y Pablo se encontraron. Fue un  instante, en que el espíritu de ambos se fundieron en una luz desconocida.

Y nada volvió a ser igual para Rosa.

Pablo comenzó a cortejarla, a hacerse el encontradizo, a piropearla cuando no estaba delante Manuel.

Rosa, sufrió una transformación en su interior, mientras le corroía la duda.

Al principio, intentó que no tomara fuerza aquel sentimiento desconocido, pero poco a poco le fue invadiendo por dentro, hasta adueñarse de sus entrañas.

Y no pudo más.

Se dejó llevar por la simpatía de Pablo, por su buen humor, por su romanticismo, sus modales, su atrevimiento, su manera de ver la vida, y hasta el futuro.

La familia de Rosa, muy devota, preguntó al cura, que debían hacer ante aquellas circunstancias, pues de todos era sabido que Rosa y Manuel, estaban a las puertas de su boda.

El cura, después de haber analizado el asunto, se decantó por aconsejarles que escogiera a Pablo, puesto que al estar mejor posicionado a nivel cultural, de posesiones y dinero, a Rosa le iría mejor. 

Deducía el presbítero, que en cuestión de amores, no hay que desdeñar el dinero, aún a costa de dejar a un lado los sentimientos más nobles.

Rosa y Pablo se casaron, dejando a Manuel con el corazón roto.

Pablo, mandó construir una preciosa casa cerca del río, en una huerta llena de árboles frutales.

Y allí, en su nido de amor, lleno de las más codiciadas pertenencias, comenzaron a llegar los hijos.

La familia de Pablo, ya establecida, veía llenar las arcas de ganancias de los negocios hoteleros, y de rebote a sus hijos, que eran los reyes del lugar.

Rosa, veía todas sus necesidades cubiertas generosamente. Tenían servicio, los mejores muebles, vestidos, enseres...

En su mesa, se podían degustar los mejores manjares y los buenos vinos de la zona.

Pablo, la colmaba de su amor cada instante.

Era un amor apasionado, loco, emocionalmente desconocido para ella. Corría por su cuerpo, como un torrente de emociones incontrolables en las que se sumergía sintiéndose viva.

Como fruto de ese amor, nuevos vástagos llenaban de alegría la vida de Rosa.

Ah, pero...

Siempre hay un pero en la vida.

Con el paso de los años, Pablo se volvió huraño, controlador, misterioso...

¿Qué le estaba ocurriendo?

¿Por qué se comportaba así?

¿Ya no la quería?

Todas esas preguntas se las hacía, Rosa, llena de impotencia.

Pablo, cada vez llegaba más tarde a casa. Apenas comía y dormía.

Ojeroso y con un humor de perros, mostraba un carácter autoritario y cruel con ella y sus hijos.

Ella, no sabía a quien acudir, para saber que era lo que estaba pasando en el entorno de su marido que le había vuelto loco de repente.

La convivencia se hizo insoportable.

Hasta que una mañana llamaron a la puerta con una orden judicial de llevarse muebles y enseres de valor, como reclamo de una deuda de una apuesta de juego.

El mueble del salón, de madera noble y figuras torneadas fue arrancado de su lugar, ante la mirada atónita de Rosa.

Hacía meses que Pablo, acosado por la ludopatía se había convertido en un enfermo, incapaz de dejar el juego.

Hasta tal extremo llegó, que un día se jugó la casa y la perdió.

Rosa, no pudo más y regresó a su pueblo cargada de hijos y con lo puesto.

Para entonces, Manuel estaba casado y con hijos.

Más tarde, en una subasta de muebles, el hijo mayor de Rosa y Pablo, ya casado, queriendo rescatar un poco de su historia familiar, pujó hasta llevarse a su casa el mueble del salón.

Y allí le tuvo como recuerdo de sus días de infancia. Él tuvo que hacer de padre para sus hermanos y aliviar el dolor de Rosa, su madre.

A la orilla del río, está la vieja casa, testigo mudo de aquel amor de Rosa y Pablo.

Cuando hijos y nietos pasan cerca, la emoción les embarga.

Rosa, murió muy mayor. Siempre serena, amorosa, sacrificada, guapa y dolorida, como las vírgenes de su tierra enlutadas en las procesiones de Semana Santa.

P.D. De repente se pone la letra más grande. No sé que pasa...