16 de marzo de 2022

LIDIA. IM MEMORIAM.

 


Te has ido despacito hacía ese mar desconocido.

Las frías y claras aguas del Carrión te han acunado en tu marcha hasta llegar a él.

Ese río que  guarda tus secretos, tus amores, tus luchas, tus sueños...

Me contabas apenas hace un par de semanas, que había una fuerza en ti que te llevaba hacía el mar.

Presentías que tenías que ponerte en camino. Estabas preparada. Emanaba de ti una paz desconocida.

Tu dulce mirada de filósofa, delataba tu amor por la sabiduría. Se adivinaba en ella, ese poso que da el paso de los años y tu pasión por saber y comprender mejor la esencia de la vida.

Con mi curiosidad innata, me gustaba que hicieras de profe conmigo. Tenía tantas preguntas sin respuesta, que pensaba podrías solucionarlas tú.

El río de tu vida, en alborotada corriente, o en remanso de paz, sin prisa alguna, te llevaba como en un susurro, mientras los que te amábamos estábamos allí contigo, acompañándote.

Nuestra amistad no viene de lejos. 

Es de estas amistades que aparecen sin buscarlas al atardecer de la vida.

Estas amistades suelen ser profundas, aunque sean cortas en el tiempo, porque en la madurez, estamos más preparados para compartir vivencias desde la sabiduría que vamos adquiriendo de manera genuina, serena, clara, sin adornos.

También nos unieron las letras, esas grandes amigas.

Estabas pendiente de todo lo que publicaba en mis redes sociales o en mi blog, y más de una vez me animaste a publicar un libro con mis relatos.

Yo siempre te respondía que no pretendía ser escritora, simplemente, escribía.

Si alguien me leía y lo hacía suyo, me daba por bien pagada.

Siempre me regalabas libros. Libros que conservo de manera muy especial por lo que significan para mi.

Reíamos de buena gana mientras nos contábamos nuestras cuitas y pequeños secretos.

Esa complicidad nuestra, había nacido de manera natural, como nace el amor y la amistad. Y se hacía vida, cuando regresaba a Guardo en verano y salíamos a pasear a orillas del Carrión o por las calles y plazas del pueblo.

Eras una persona muy querida por todos, que se acercaban a saludarte con enorme afecto.

Muchas veces, tus alumnos te rodeaban bulliciosos, mientras yo te observaba maravillada.

Me arrepiento no haber hecho una fotografía de esos encuentros. Una instantánea que pudiera plasmar con su fuerza todo ese cariño que te profesaban.

Cuando me vine a vivir a Navarra, nuestra amistad siguió su curso a través del teléfono.

Me llamabas con frecuencia y charlábamos largo rato sin prisa alguna.

Te preguntaba por lo que ocurría en el pueblo, porque era una manera de sentirme allí contigo.

Con el paso del tiempo nuestras citas fueron más cercanas.

La vida de nuevo te ponía en mi camino y ya no había distancia.

Han sido unos años muy bonitos de ir afianzando la amistad, donde nuestros corazones hicieron piña, se unieron más y más...

Hasta el final, he podido estar contigo, besar tu frente, y coger tus manos entre la mías.

Te has ido rodeada de amor del bueno.

Esa preciosa familia que tienes, ha estado ahí contigo, rodeándote de una ternura inmensa.

Aún mis ojos lloran tu ausencia, un dolor agudo penetra en mi pecho que me impide respirar.

Quedan esos lugares de Pamplona donde fuimos felices.

¿Recuerdas aquella tarde de calor que querías un helado?

Me fui al supermercado más cercano y compré una caja entera de polos, pues ya no era época.

No dejamos ni uno, sentadas en un banco ante la mirada de transeúntes y curiosos.

Y esos paseos por el Campus Universitario, testigo mudo de tus tiempos de estudiante, al amparo de los edificios de los Colegios Mayores donde fuiste residente.

O las visitas al Corte Inglés para comprar algún modelito de temporada.

Los paseos por el Parque Yamaguchi, ese delicioso parque japonés, cerca del Planetario de Pamplona.

Las meriendas en mi casa, donde sacaba de mi nevera lo mejor que tenía para ofrecértelo, pues tenías buen apetito por entonces.

En mi ir y venir por la ciudad, sentiré tu presencia.

Cada vez que pase en el autobús hacia casa, miraré en el vestíbulo del hotel, por si te veo...

¡Cuantas charlas y citas hemos tenido ahí!

La tarde de mi despedida, estabas especialmente guapa.

Nuestras miradas se dijeron adiós para siempre.

Las dos lo sabíamos.

Me hubiera gustado acompañarte en tu funeral en Guardo. Me han contado que todo el pueblo estaba allí despidiéndote.

En la distancia, de alguna manera estuve presente, al igual que siempre vas a estar presente en mi corazón.