24 de febrero de 2023

HERIDAS

 


Este pequeño guerrero venía de librar una y mil batallas de su recién estrenada vida a última hora de la tarde.

Llevaba impresas las heridas de guerra en sus pequeñas rodillas.
Quizá eran las primeras.
Lucían como condecoraciones por haber luchado.
Un pequeño campeón, que no me cabe duda, habrá soltado unas lágrimas cuando se haya ido de bruces al suelo.
Cuando yo me lo encontré sonreía feliz y ni se acordaba del percance.
Sentado en su sillita y bebiendo agua de su botella, regresaba a casa custodiado por su papá y su abuela.
Tenía la mirada tan clara, que la tarde se inundó de una luz especial.
Era la luz de la inocencia que con toda su belleza me había salido al encuentro. 
Fue un instante sublime que me produjo una sensación maravillosa.
Le vi alejarse, feliz, con su piel magullada y dispuesto a vivir mañana un nuevo día igual de intenso que de hoy.
Es la vida misma...
Comienza a vivir y le faltan ojos para mirar.
Necesita experimentar por él mismo los colores, los olores, los sabores...
No importan los tropezones, las caídas, el llanto...
Mañana correrá de nuevo detrás de una paloma con pasos vacilantes, saltará de felicidad ante la llegada de su madre, se soltará de la mano de su abuela, o de su padre, y querrá caminar solo hasta que tropiece de nuevo.
Los brazos de su mamá, su papá, su abuela, le acunarán mientras le cantan una nana.
Es el aprendizaje necesario antes de enfrentarse a la vida.
Con el paso de los años, conservará alguna cicatriz que le devolverá a la infancia, y quizá le parezcan minúsculas si las compara con las de su vida de adulto.
Bendita infancia.

17 de febrero de 2023

MAÑANAS DE SOL.

 


De vez en cuando me abandonan las letras y una enorme pereza se adueña de mi. 

Por más que les hago burla y les saco la lengua, no aparecen...

Entonces, no se me ocurre nada que contar y, se me pasa por la mente la idea de cerrar el blog y con él un ciclo de mi vida virtual.

Y es que, un maravilloso sol se asoma por mi ventana y  me invita a salir de casa. 

Parece una primavera adelantada.

El sol es un embaucador de gentes soñadoras y con un puntito de locura a sus espaldas.

Siempre pienso, qué con mi edad, no puedo perderme nada de lo que la vida me ofrezca. Ahora, tengo salud, movilidad, entusiasmo, alegría y unas enormes ganas de saborear la vida.

Quizá, en apenas unos años, mis circunstancias cambien y no pueda hacer muchas de las cosas que ahora me son permitidas.

Estaba esta mañana en una tienda regentada por chinos. Un bazar donde hay toda clase de objetos muy variados. 

Una señora mayor entraba por la puerta con un andador, cuando yo casi salía.

- Buenos días. ¿Tiene bragas de algodón?

- Si, en la tercera estantería de la cuarta calle.

-Perdón, ¿De qué calle?

- De la cuarta.

Viendo que la señora no se aclaraba a las respuestas de la dueña que estaba en la caja, me brindé a ayudarla.

- Mira, hija, me gustan las bragas grandes y de algodón. 

¡Las de toda la vida, vamos...!

-Que tapen bien.

- A mi también, señora.

Me atreví a confesarla, mientras sonreía con complicidad.

La señora era un encanto. Arreglada, limpia, perfumada...

Y muy simpática.

-Mira, es que se ha quedado mi hija fuera con mi perro.

-No se preocupe, yo le ayudo.

Las bragas en cuestión estaban en una estantería a ras del suelo. Ella sola no podía cogerlas, por la posibilidad de irse al suelo.

Le cogí un par de ellas de la talla XL. 

Las extendimos todo lo largas y anchas que eran, calculando con que serían de su talla.

La señora, reía sin parar al verme en semejante tesitura.

Y comenzó a contarme sus últimos achaques, operaciones y demás problemas de salud que acompañan a la vejez. 

-¡Tengo 95 años!

- ¡Madre mía, está guapísima!

- Además, me gusta la vida y la gente. Vivo sola con mi perro en Pamplona. Bueno...mi hija que vive aquí me sigue la pista...jejeje.

Sus ojillos brillaban mientras me contaba algún retazo de su historia.

-Yo me hago mi comida, voy a la compra, cuando se trata de pequeñas cosas, salgo a pasear con mi perro, veo la tele...

El mundo se había parado en aquel instante.

Yo, no tenía prisa alguna y ella tampoco.

Eso de ir sin prisa alguna por la vida, es todo un lujo que se adquiere con el paso del tiempo, la jubilación y la serenidad que dan los años.

Y ese saber escuchar al otro, hacerle ver que nos interesa lo suyo, lo que cuenta, es un arte que se va perdiendo, por la prisa, la indiferencia, el egoísmo, la despreocupación, el desinterés... 

- Me llevaré un par de ellas y luego veré...

- Muy bien. Así va sobre seguro.

Al instante nos acercamos a la caja, no sin antes haberme dado las gracias, mientras se apoyaba en su andador.

-¿Cuanto valen?

-Seis euros.

¡Uy, que caras...

-Ha subido todo: la cesta de la compra, la gasolina, el gas y hasta las bragas...jejeje.

Fuera estaba la hija con el perro y una prima charlando.

Acaricié al perro, mientras ella nos presentaba.

Me presentaba al perro, que la hija seguía charlando sin mirarnos.

- No le gusta mucho que le toquen el morro.

-No se preocupe. Ejerzo en ellos un poder de seducción que les atraigo.

-Pues es verdad.

-Mira como se deja acariciar.

-¡Adiós, bonita!

-Adiós, señora. Ha sido un placer.

Seguí caminado por el parque cercano con mi carro repleto.

Las gentes disfrutaban de la mañana, mientras el sol me hacía un guiño juguetón.

Y efectivamente, en mi regreso a casa, pude acariciar a Kira y Milka que van con sus dueños. Dos perritas preciosas. Una, tiene un año, la otra es un bebé. No cabe duda de que la seducción existe.


10 de febrero de 2023

ATARDECER DE LA VIDA.


 Allí estaban delante de mi en la pescadería. 

Ella, muy dulce, el pelo blanco, la sonrisa a flor de piel, elegante, distinguida...

Él, no se cansaba de mirarla, mientras le comentaba algo al oído.

Hubo un momento, en que ella, puso su mano en el hombro de él.

No me dio tiempo de captar la instantánea.

Amor puro al atardecer de la vida.

Ya en la caja, volvimos a coincidir. 

Delante de nosotros, un hombre, con cara de malas pulgas y mirada hosca,  instaba a la cajera le dijera cual era el importe de la cuenta. 

Al lado, una mujer, un poco despistada, también le preguntaba cuanto le había cobrado con recelo e insistencia.

En un momento, se habían juntado los dos y se habían hecho un lío con las compras.

Yo escuché a la cajera decirle al señor el importe de la compra, pero él estaba ensimismado en no quitar ojo a la señora  que le parecía le había invadido y no se enteró.

- ¿Dónde me has metido el queso?

-En la bolsa, señora, pues se lo iba a dejar aquí. 

-Ah, es que eres un poco lenta.

La cajera, con una sonrisa y enorme paciencia, procuraba controlar la situación.

Detrás de mi, estaba el matrimonio de la pescadería. 

Ella, pasó a mi lado rozándome. 

- Perdona.

- No se preocupe.

Y con una sonrisa encantadora y buenos modales pasó un andador por mi lado.

Él, no la quitaba ojo, por si necesitaba echarle una mano.

El señor con cara de malas pulgas y la señora despistada, se perdían por la plaza, mientras yo trataba de facilitar al matrimonio la aventura de meter en el carro las provisiones. 

Nos despedimos de manera afectuosa.