Pasa cerca un hombre corpulento, de ojos azules y la decrepitud humana reflejada en su rostro.
En otros tiempos, ha debido ser muy guapo. Aún conserva un poco de su atractivo, pero lleva su mirada sin el brillo de antaño.
Yo, balanceo mi vida en un columpio infantil.
Alguien muy osado, trata de pegar el cartel electoral que cuelga de la pared, de los contrarios, cabeza abajo.
Uno que pasa a su lado sonríe cómplice. Murmuran algo bajito que no acierto a escuchar.
Todo el pueblo está plagado de carteles con los rostros de los candidatos.
Alguno se queja de que se les arrancan.
Cada partido trata de hacerse oír, ofreciendo en su programas mercancía atractiva para el gran mercado del mundo.
Estamos en tiempo de elecciones.
Corre un viento peleón y desagradable.
A punto he estado de quedarme en casa.
Antes de salir, me llaman insistentemente desde un número de Sevilla.
No suelo coger, si no le tengo en mi agenda; pero pregunto al Señor Google y me dice que es del Servicio de Salud Andaluz.
Me pica la curiosidad y a la segunda llamada lo cojo.
Una voz, con ese acento que tanto me gusta, pregunta por un nombre masculino.
-No, se ha equivocado. Está llamando a Navarra.
-Ah, pues aquí tengo ese número de teléfono. Lo siento.
-No pasa nada...siempre es un placer poder hablar con Sevilla y sus gentes.
Y se escucha una voz complaciente a través del teléfono.
No en vano he vivido allí casi toda mi vida.
¡Que casualidad!
Pensaba yo que tenía algo pendiente con ellos...
Un cochecito de niño, aparece bailando solo por la plaza.
Le ha dejado en una esquina, la abuela que juega con su nieto a esconderse.
Ríen los dos, al ver el baile desenfrenado animado por el viento.
Un cochecito juguetón y travieso.
La magia me ha salido al encuentro, en esta mañana de viento peleón y desagradable.
Una joven de pies chiquitos, el alma blanca, como las nubes de algodón, el corazón ardiente, la cabeza soberana, los ojos llenos de curiosidad, la pasión encendida a todas las horas, la sonrisa a flor de piel, las manos generosas, y los sentimientos abiertos al amor, así es ella.
Así la ve él, y así me lo cuenta.
Está locamente enamorado.
Desde el primer instante en qué la vi, supe que la amaría para siempre.
Porque el amor es así: impetuoso, visceral, apasionado...capaz de atraparnos en un instante (le comento bajito) .
El tiempo te enseñará a cultivar ese fruto hasta llegar a la madurez plena. De eso se trata. De que no se agoste y muera.
Me mira con fijeza, como escudriñando mi alma.
No sé si es capaz de captar lo que le quiero decir.
Quizá, son consejos demasiado serios para su joven corazón que acaba de conocer el amor fogoso, demasiado ardiente, que quema, que abrasa...
Y reímos de buena gana...
Con una risa cómplice.
Ya el hecho de que comparta conmigo su historia, me conmueve.
¡Podía ser su abuela!
Es un chaval que siempre te tiende los brazos. Necesita abrazar, y que le abracen.
Tiene en su haber, mucha falta de besos y mimos en su infancia, por el abandono de su padre.
Por eso, abre sus brazos intentando reparar su ausencia.
El sol se ha unido a nuestro encuentro, poniendo la calidez necesaria para que se de la confidencia.
Y mi alma se llena de savia nueva.
El viento peleón se ha ido calmando un poco. Incluso me ha dejado leer un poco, el último libro que ha caído en mis manos, al amparo de un banco al sol.
Se titula: "Cuando la vida empieza" de Iván Bunin. En él relata sus recuerdos de infancia y adolescencia, sobre el Imperio que se desmorona. Apoyada en un culto apasionado a la tradición rusa, de las grandes familias de la nobleza rural, a la que él mismo pertenecía.
Regreso a casa, despacito, saboreando la mañana, y la vida...