Al final del verano, una tarde rodeada de mi familia quise hacer una visita al pueblo de nuestros ancestros y del que guardo entrañables recuerdos de mi infancia, porque allí nací y aunque apenas viví en él se han quedado grabados a fuego aquellos primeros años de mi vida y las vivencias de años después cuando visitaba a mis familiares.
Recorrimos cada rincón con profunda emoción, pues no solemos ir con regularidad. Hicimos fotos de la casa de los abuelos, la iglesia donde me bautizaron, la casa donde nací, y la de los familiares que ya no están con nosotros.
Cada lugar me evocaba algún pequeño detalle de mi historia, y los recuerdos y los seres queridos, estaban muy presentes.
También acudimos al cementerio para visitar las tumbas de nuestra familia, y es en este lugar cuando me llamó poderosamente la atención una placa puesta en la pared de la capilla de aquel viejo rincón.
La placa rezaba así : " A la memoria de fulana de tal (ponía el nombre de una mujer) victima de los sufrimientos humanos, como consecuencia de las injusticias humanas - La fecha del nacimiento y defunción al lado con un sencillo "de tu hijo, fulanito"
Nos quedamos intrigados de cual habría sido el sufrimiento de aquella mujer y sentimos emoción al leer una vez mas aquel epitafio tan sentido de un hijo hacía su madre.
Pues bien, una prima de mi madre experta en genealogías precisamente de mi pueblo, me ha venido a visitar esta tarde y me ha contado la historia de esa mujer.
Os la cuento.
En un pueblecito pequeño de gentes humildes y de corazón noble, vivía un médico junto a su bella mujer. Tenían dos hijos. Su casa era la mejor del pueblo, incluso lucía un escudo en una de sus paredes símbolo de su linaje.
Cuentan que tenían sabanas y mantelerías de fino hilo y con hermosos bordados, que MªElena, la dueña de la casa, guardaba en baúles que impregnaba con hierbas olorosas del campo metidas en unas bolsitas de tela.
Sus hijos jugaban con los mejores juguetes de la época y los demás niños fijaban sus ojos en ellos queriendo compartirlos con sus dueños.
No faltaban los mejores manjares en su mesa ni gente que ayudaba en las labores domésticas a MªElena.
Pero la vida idílica se rompió una mañana que D.Marío, el médíco y marido de MªElena, enfermó de gravedad muriendo a las pocas semanas .
Se quedó sola para sacar adelante a sus hijos, teniendo que renunciar a las comodidades que habían formado parte de su vivir. Para ello, tuvo que trabajar fuerte, pues aunque sus generaciones habían sido de alta alcurnia, su situación era mas modesta. Aunque su marido ganaba bien para la época, y comparándose con las demás familias era una privilegiada.
Su belleza no se marchitó a pesar de los trabajos y penurias, lo cual no pasó desapercibido a un joven maduro que la amaba desde hacia tiempo. La empezó a cortejar y después de un año se casaron.
La vida le sonreía a MªElena de nuevo con un hombre en casa que la amaba a ella y a sus hijos. Después un nuevo vástago vino a sumarse a la nueva familia que les llenó de felicidad a todos.
Pasaron unos años de calma y felicidad.
Pero llegaron tiempos en los que las luchas fraticidas hicieron estragos en la sociedad y nubarrones de una guerra civil se avecinaban por las callejuelas de aquel tranquilo pueblo.
Pequeñas rencillas entre vecinos, heridas viejas heridas entre amigos e incluso hermanos sin cicatrizar, dieron paso a traiciones encubiertas de querer tomarse la justicia por su mano de unos y otros.
Una mañana unos golpes certeros y fuertes invadieron la calle haciendo eco por todos los rincones de la casa. Fernando que así se llamaba el hombre que quiso hacer feliz de nuevo a MªElena, se estremeció al escucharlos.
Miró ansiosamente a su mujer como queriendo llevarse para siempre su recuerdo antes de abrir la puerta.
Se lo llevaron engañado, casi a empujones, sin contener su odio, manteniendo su coraje en los puños apretados, dispuestos vengar algún viejo agravio que se quedó anclado en un atardecer de rencores.
Junto a la tapia del cementerio dispararon un tiro y después otro, rematandole en el suelo.
El eco le llevo a MªElena un suspiro de muerte que la dejó muda de dolor y angustia . Como pudo se arrastró hacia dentro de la casa y lloró con la amargura de un corazón roto por la injusticia.
Sus hijos la contemplaban en silencio sin apenas atreverse a abrazarla. Cuando al final lo hicieron, la rodearon fuertemente tratando de aliviar su dolor.
Su vida se paró para siempre. Cuentan que ya nunca más fue capaz de sonreír, convirtiéndose sus cabellos en blanca plata, y su mirada como la de las vírgenes dolorosas de su tierra.
Una vez más la vida la había maltratado y tenia que sacar sola a sus hijos adelante.
Los vecinos, entre ellos, la prima de mi madre, que entonces era una niña, le llevaban comida caliente, porque se dejaba morir.
Tan solo la mirada vacilante de sus hijos llena de inseguridad, hizo el milagro en ella de seguir viviendo, aunque ya nada fue igual nunca .
Se murió de dolor, de pena,cuando aún era joven.
Su hijo, con el paso de los años, se hizo un hombre de prestigio lejos de allí, pero un día en silencio, quiso recorrer el itinerario de dolor de su madre para acabar colocando un epitafio en el lugar donde reposan sus restos, dejando constancia para el resto del mundo del dolor de una maravillosa mujer que fue su madre, y rindiéndole así un pequeño homenaje a su recuerdo.
P.D. La fotografía de la casa no tiene que ver nada con la historia, simplemente es una casa que le hice una foto porque siempre me gustó de niña.
Recorrimos cada rincón con profunda emoción, pues no solemos ir con regularidad. Hicimos fotos de la casa de los abuelos, la iglesia donde me bautizaron, la casa donde nací, y la de los familiares que ya no están con nosotros.
Cada lugar me evocaba algún pequeño detalle de mi historia, y los recuerdos y los seres queridos, estaban muy presentes.
También acudimos al cementerio para visitar las tumbas de nuestra familia, y es en este lugar cuando me llamó poderosamente la atención una placa puesta en la pared de la capilla de aquel viejo rincón.
La placa rezaba así : " A la memoria de fulana de tal (ponía el nombre de una mujer) victima de los sufrimientos humanos, como consecuencia de las injusticias humanas - La fecha del nacimiento y defunción al lado con un sencillo "de tu hijo, fulanito"
Nos quedamos intrigados de cual habría sido el sufrimiento de aquella mujer y sentimos emoción al leer una vez mas aquel epitafio tan sentido de un hijo hacía su madre.
Pues bien, una prima de mi madre experta en genealogías precisamente de mi pueblo, me ha venido a visitar esta tarde y me ha contado la historia de esa mujer.
Os la cuento.
En un pueblecito pequeño de gentes humildes y de corazón noble, vivía un médico junto a su bella mujer. Tenían dos hijos. Su casa era la mejor del pueblo, incluso lucía un escudo en una de sus paredes símbolo de su linaje.
Cuentan que tenían sabanas y mantelerías de fino hilo y con hermosos bordados, que MªElena, la dueña de la casa, guardaba en baúles que impregnaba con hierbas olorosas del campo metidas en unas bolsitas de tela.
Sus hijos jugaban con los mejores juguetes de la época y los demás niños fijaban sus ojos en ellos queriendo compartirlos con sus dueños.
No faltaban los mejores manjares en su mesa ni gente que ayudaba en las labores domésticas a MªElena.
Pero la vida idílica se rompió una mañana que D.Marío, el médíco y marido de MªElena, enfermó de gravedad muriendo a las pocas semanas .
Se quedó sola para sacar adelante a sus hijos, teniendo que renunciar a las comodidades que habían formado parte de su vivir. Para ello, tuvo que trabajar fuerte, pues aunque sus generaciones habían sido de alta alcurnia, su situación era mas modesta. Aunque su marido ganaba bien para la época, y comparándose con las demás familias era una privilegiada.
Su belleza no se marchitó a pesar de los trabajos y penurias, lo cual no pasó desapercibido a un joven maduro que la amaba desde hacia tiempo. La empezó a cortejar y después de un año se casaron.
La vida le sonreía a MªElena de nuevo con un hombre en casa que la amaba a ella y a sus hijos. Después un nuevo vástago vino a sumarse a la nueva familia que les llenó de felicidad a todos.
Pasaron unos años de calma y felicidad.
Pero llegaron tiempos en los que las luchas fraticidas hicieron estragos en la sociedad y nubarrones de una guerra civil se avecinaban por las callejuelas de aquel tranquilo pueblo.
Pequeñas rencillas entre vecinos, heridas viejas heridas entre amigos e incluso hermanos sin cicatrizar, dieron paso a traiciones encubiertas de querer tomarse la justicia por su mano de unos y otros.
Una mañana unos golpes certeros y fuertes invadieron la calle haciendo eco por todos los rincones de la casa. Fernando que así se llamaba el hombre que quiso hacer feliz de nuevo a MªElena, se estremeció al escucharlos.
Miró ansiosamente a su mujer como queriendo llevarse para siempre su recuerdo antes de abrir la puerta.
Se lo llevaron engañado, casi a empujones, sin contener su odio, manteniendo su coraje en los puños apretados, dispuestos vengar algún viejo agravio que se quedó anclado en un atardecer de rencores.
Junto a la tapia del cementerio dispararon un tiro y después otro, rematandole en el suelo.
El eco le llevo a MªElena un suspiro de muerte que la dejó muda de dolor y angustia . Como pudo se arrastró hacia dentro de la casa y lloró con la amargura de un corazón roto por la injusticia.
Sus hijos la contemplaban en silencio sin apenas atreverse a abrazarla. Cuando al final lo hicieron, la rodearon fuertemente tratando de aliviar su dolor.
Su vida se paró para siempre. Cuentan que ya nunca más fue capaz de sonreír, convirtiéndose sus cabellos en blanca plata, y su mirada como la de las vírgenes dolorosas de su tierra.
Una vez más la vida la había maltratado y tenia que sacar sola a sus hijos adelante.
Los vecinos, entre ellos, la prima de mi madre, que entonces era una niña, le llevaban comida caliente, porque se dejaba morir.
Tan solo la mirada vacilante de sus hijos llena de inseguridad, hizo el milagro en ella de seguir viviendo, aunque ya nada fue igual nunca .
Se murió de dolor, de pena,cuando aún era joven.
Su hijo, con el paso de los años, se hizo un hombre de prestigio lejos de allí, pero un día en silencio, quiso recorrer el itinerario de dolor de su madre para acabar colocando un epitafio en el lugar donde reposan sus restos, dejando constancia para el resto del mundo del dolor de una maravillosa mujer que fue su madre, y rindiéndole así un pequeño homenaje a su recuerdo.
P.D. La fotografía de la casa no tiene que ver nada con la historia, simplemente es una casa que le hice una foto porque siempre me gustó de niña.
15 comentarios:
Triste historia la de Mª Elena... una más de las increibles historias de esa guerra que G.D. algunos no hemos tenido que sufrir y esperemos que no tengamos que sufrirla.
Morir de amor, que bello pero que triste, y que homenaje de sus hijos más precioso.
Un placer como siempre leerte, un abrazo de amistad.
Una triste historia similar a la de muchas mujeres que vivieron experiencias tan duras como esas.
Estupenda entrada, por otra parte.
Una historia conmovedora querida amiga... la guerra del 36 o de la envidia dejó fuera de combate a personas magnificas, que por ser feliz lo matarón...
Hoy si se formara una guerra (Dios no lo quiera) con la envidia que hay y la gente tan mala que nos rodea... seria una ecatombe grandisima...
¡Una pena!
Un beso preciosa mia...
Preciosa, estremecedora y triste historia. Cuantas de ellas quedaron en el olvido.
Bésix
Una historia muy triste de las muchas que dejo esa guerra que los hombres luchaban en el frente y las mujeres luchaban en los pueblos para sacer a sus hijos adelante.
Un abrazo!!
Feliz Navidadad!!
Una entrada emotiva que cuenta una historia preciosa.
Me encanta los epitáfios, siempre he pensado que todos los que destacan tien su porqué, que como en esta ocasión hay una historia en ellos.
Un relato precioso amiga, triste por el sufrimiento, pero muy bien relatado, seguro que el hijo de Mª Elena se leyera tu blog te lo agradecería.
Un abrazo.
hoy te has esponjado con estas letras... me has metido dentro de cada renglón.
buen domingo, amiga
Una esplendida lección de lo que es en verdad la vida. Nos creemos que somos dueños de todo y en realidad estamos rodeados de circunstancias que en cualquier momento pueden cambiarnos del todo la vida. Bonita historia.
Bella y triste historia la vida de Mª Elena contada con una finura y exquisita delicadez.
Me ha encantado leerla, Maripaz, de verdad, he disfrutado leyéndola en voz alta para sentirla más.
Descrita perfectamente. Una delicia esta lectura.
Cuántas familias destrozadas por la guerra, cuántos odios, cuántos rencores, esperemos no vivir una situación así.
Y qué premio emocional el del hijo a su madre, seguro que desde el sitio donde esté Mª Elena derramó una lágrima de cariño hacia su hijo.
Gracias, MªPaz. Un beso.
Una historia triste, muy bien contada, la has narrado de forma que engancha. Un beso
Una historia triste, muy bien contada. (Vi luz y entré y me quedé un rato leyendo...)
Qué tremendas injusticias se vivieron durante la Guerra Civil. Es una tragedia y una pena que en el corazón humano anide tanto odio. Gracias que sólo se encuentra en unas pocas personas.
Un abrazo.
Juan Antonio
Los recuerdos por tristes que sean siempre debemos sacar el lado positivo.
En este caso es poder haberse enterado de una verdadera historia de la fuerza que tiene el ¡¡¡AMOR!!!de una madre y de un hijo
Feliz salida y mejor entrada hasta el 2100
Naci al comienzo de la guerra, pero es ahora cuando he sentido interés historico por ella. Terrible desgracia para ambos bandos. Demasiadas muertes y venganzas vecinales tanto en un bando como en el otro.
Pasear por los lugares en los que te has criado y rememorar las vivencias de infancia y juventud es maravilloso. Si además te encuentras con un epitafio seguido de una historia que alguien recueda y te cuenta es algo indescriptible.
Un beso.
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