27 de junio de 2018

ARTURO


A las cuatro de la tarde cuando caía un sol de justicia, mi hermana y yo nos fuimos de tiendas. Al entrar en el Corte Inglés una bocanada de aíre fresco nos salió al encuentro y nos sentimos aliviadas. Sin apenas habernos repuesto del cambio brusco de temperatura, nos encontramos de sopetón con la sonrisa de Arturo. Muy gentilmente nos invitó al stand de belleza más próximo que era donde él trabajaba con la intención de ofrecernos unos maravillosos productos de belleza.
En principio intente rechazar la oferta, ya que iba la primera y se dirigió a mi. Además no me suelo maquillar, pues tan solo me pinto los labios. Pero ante la insistencia de aquel muchacho sonriente y la delicadeza con la que me llevó hasta el sillón y me puso delante del espejo, no me quedó otra que brindarme a su experimento.
Detrás de mi venía mi hermana que conociendo mi vulnerabilidad ante este tipo de situaciones no dejaba de sonreír maliciosamente...
Arturo, una vez que me tuvo a su entera disposición comenzó a utilizar con enorme soltura un lápiz corrector de cejas y me las fue esculpiendo como si de una obra de arte se tratara. Luego, sacó un bote con una crema untuosa para eliminar las ojeras. Lentamente fue difuminando una pequeña porción de aquel unguento mágico hasta convertirlo en parte de mi piel. Se fijó en mis labios pintados en rojo con una barra que me trajeron unos amigos de Nueva York y comentó que era un bonito color. Con unos brochazos de colorete iluminó mis mejillas y dio por terminada la faena hablando en términos taurinos.
Yo observaba absorta en el espejo el cambio de mi rostro sin apenas alguna señal de mis maduros años, mientras mi hermana reía de buena gana...
Una chica muy guapa que también estaba trabajando en esa sección se acercó para ver el resultado del trabajo de su compañero y se sumó a las exclamaciones de regocijo de los que allí estábamos.
Una vez terminó conmigo, se dispuso a a maquillar a mi hermana siguiendo los mismos pasos. El cambio se iba haciendo evidente en su rostro mientras que ahora la que sonreía era yo...
A ella le pintó los labios en color fucsia para que le hicieran juego con el vestido.
En apenas unos minutos habíamos quedado a merced de, Arturo un joven cautivador. Viendo que era un magnífico profesional en ambos aspectos y nos tenía a las dos en el bote...se animó a contarnos que había maquillado a los chicos de Operación Triunfo a su paso por Pamplona y Bilbao en los últimos días en los conciertos. Sacó el móvil del bolsillo y nos enseño cantidad de fotografías con Amaia, Aitana, Agonei, Alfred...
Yo le comenté que les había hecho un reportaje cuando vinieron a Pamplona, Amaia y Alfred a un homenaje que les hicieron en el Ayuntamiento y se interesó por el nombre de mi blog.
Había pasado media hora y allí estábamos mi hermana y yo con, Arturo como si nos conociésemos de toda la vida.
Con ese arte que tenía el chaval no nos podíamos ir de vacío, y claro, terminamos comprando los productos que con tanto acierto nos había publicitado. A  nuestra edad uno no se puede permitir ir desarreglado y hay que colaborar en mover la economía y además teníamos la seguridad de que nos merecíamos un capricho.
Ya en la caja nos hizo un pequeño regalo de la misma marca mientras nos hacíamos un selfie para Instagram .
Arturo se despidió de nosotras con un beso y siendo tan gentil como cuando nos recibió.
Este chico es una joya que se rifarían las marcas si supieran de su valía . Su modo elegante de tratar a los clientes, su sonrisa cautivadora, su educación y su trato exquisito es lo que quiero dejar constancia con este pequeño relato.
Gracias, Arturo por tu simpatía y por ponernos tan guapas que casi no nos reconocen al volver a casa...jejeje.

9 de junio de 2018

HISTORIAS EN EL SUPERMERCADO.


Era una mañana huérfana de sol y flotaba bochorno en el ambiente. Unos niños jugaban en la plaza poniendo una nota de color con sus variadas vestimentas. Sus voces llenaban de vida la calle. Los últimos acontecimientos la habían llevado al enfado y la crispación más de una vez aquella semana.
Por eso necesitaba tomar el aire, salir de la prisión en la que había estado oculta.
Entró en un supermercado cercano y se dirigió a la sección de frutas y verduras. .Desde hacía tiempo había tomado la sana decisión de cuidarse y para ello se afanaba en conseguir los alimentos relacionados con la famosa dieta mediterránea. Tenía ya una edad que no podía descuidarse...
Mientras escogía uno a uno los tomates que parecían los mejores, descubrió a una niña de piel morena de un país lejano con dos moños apretados en su pelo que le tenían casi que hacer daño. Miraba atentamente un pastel de chocolate enrollado de nombre "Tigretón" y varios más que se exponían en la pequeña estantería. Sus profundos ojos negros estaban fijos en el objeto de deseo y apenas escuchaba la voz de su madre que le llamaba muy cerca. En su pequeño mundo se podía observar casi un diálogo entre ella y el pastel. Es más, casi se percibían sus palabras al observar sus ademanes. Su madre no estaba por la labor de hacer realidad su ilusión y la instaba una vez más a reunirse con ella. Muy de mala gana se alejó por fin apretando la mano de su madre y dejando atrás su sueño. Quizá fuera una lección en el aprendizaje para la vida y los pequeños desencantos y era mejor  agarrarse a lo seguro. La mano de su madre de momento...
Por la puerta apareció un muchacho dando grandes pasos. Tenía una larga melena con rizos que descansaban en sus hombros sin demasiado atractivo. Vestía ropa deportiva de marca y su higiene no era la más acertada. Quizá había puesto interés en ello, influenciado por la  modas. Iba como desafiando al mundo y a la sociedad queriendo singularizarse. Andar decidido, mirando al frente con ademanes de superioridad. Con esa actitud imposible ver que una mujer de edad y pequeña estatura no alcanzaba un bote de tomate, o un hombre mayor apenas podía levantar el carro de la compra a la hora de pasar por caja. Parecía no darse cuenta de que para cambiar el mundo hay que cambiar de actitud personalmente. Y es que, él vive en su propio mundo y no percibe nada más.
En la puerta de entrada, una madre joven charlaba con una amiga acompañada de sus dos hijas. La más pequeña, aburrida de esperar comenzó a pasar una y otra vez a través de la puerta que se habría nada más notaba su presencia. Era algo mágico que estaba dispuesta a explorar las veces que hiciera falta. Tenía una simpática cara y unos ojillos traviesos. Sonreía sin parar buscando la complicidad de los que la observaban.  Sus dientes perfectos mostraban la más bella de las sonrisas como queriendo iluminar el mundo en su ingenuidad infantil. Ya tendría tiempo de cambiar el rictus de su cara más adelante. Su risa fresca y desenfadada se abría paso ante la vida que tenía por delante.
Por último su mirada se fijó en un niño muy alto- demasiado- que estaba delante de ella en la caja. Una mujer que por lo visto le conocía le gritó: "¡Vas a llegar a lo alto"!
Él, ruborizado no sabía donde meterse....
Con una tímida sonrisa intentaba contarle lo que había hecho el fin de semana. Al mismo tiempo parecía querer encogerse un poco disimulando se aspecto y su tamaño. Se le veía inseguro. Quizá su altura había sido mofa por aquello de salirse de los cánones establecidos y deseaba no singularizarse de esa manera.
Pagó con tarjeta y se alejó sonriendo. Había conseguido relajarse y sonreír.