3 de enero de 2016

LLUVIA


Llueve hoy en este primer domingo del nuevo año.
Escucho el tintineo de las gotas de lluvia al caer, mientras observo la vida desde dentro.
Adoro las mañanas de lluvia somnolientas de deseos, dejándome llevar sin más, por la caricia de mis manos inertes en el regazo.
 Sin prisa alguna, saboreo con fuerza los instantes. Sin apenas moverme, ensimismada en mis propios pensamientos como una retrospección de mi mundo interior pasado y presente.
En esos momentos, tan solo se escucha una melodía. Unas veces de violín, otras de un piano, incluso del llanto desgarrado de una trompeta.
Vivimos demasiado deprisa. Sin lugar para la reflexión que nos hace más libres.
Puedo observar a las gentes en su ir y venir cobijando sus amores y desamores debajo de un paraguas de colores. Porque es preciso poner a la vida un poco de color, para poder renacer cuando sea  necesario, escondiendo nuestra propia indigencia.
Se llenan los caminos y las calles de charcos, que no me queda más remedio que saltar, mientras la lluvia atrevida me besa la cara sin ningún recato.
De alguna manera el agua redime mis culpas y lava mis  imperfecciones mientras hace que me sienta mejor.
Otras veces el barro me impide caminar con soltura, aferrándose a mis pies y tratando de arrastarme al fango con enorme virulencia.
Todo ello acompasado con los sueños por cumplir en esta nueva etapa que se abre ante  mi pletórica de belleza incierta.
 En la aventura del vivir diario todo queda expuesto a los imprevistos que nos depara el destino. Ahí esta precisamente el incentivo para no dejarse morir en el intento.
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