15 de julio de 2016

IN MEMORIAM



Querido, Raúl: se cumple hoy el cuarto aniversario de tu marcha, y no he querido faltar a la cita.


Esta mañana te compré una rosa roja preciosa. He acudido a Eduardo, el poeta que habla con las flores, las  mima y tiene un gusto exquisito, de la Floristería Magnolia.
Nadie mejor que él para prepararme la rosa. Además, cuando le he ido a pagar, se ha negado a aceptar nada a cambio, pues le hacía ilusión que te la llevara también de parte suya.
Mi gata Leticia, cuando he llegado a casa con la rosa, la ha olido como para darme su aprobación de que era muy bonita.


Como cada año, me he puesto en camino hacía el cementerio. Hacía un sol de justicia esta tarde. De repente, sentado en el suelo, allí estaba Fortunato, un hombre de ochenta años que picaba la guadaña.
Estuve charlando un rato con él y le pedí permiso para hacerle una fotografía.
Ya sabes como me gusta escuchar de sus labios, la sabiduría de la gente de los barrios.


Me pidió que le hiciera una foto con su perra que me miraba un poco asustada y prometí llevársela en papel. Me preguntó que para quien era esa rosa tan bonita, y le conté tu historia. Mientras me escuchaba se le veía emocionado e iba asintiendo con la cabeza.




Me despedí de Fortunato y me fui acercando al cementerio. Hacía una tarde preciosa. La hierba recién cortada se apilaba en pequeños montones y a lo lejos parecía un mar lleno de olas.


Una cigüeña surcaba el cielo azul por encima de mi cabeza. Intenté captar una instantánea, pero con el móvil y su rápido vuelo, apenas la pude pillar.
Pensé en ti, que quizá me estabas viendo desde lo alto.
Si... ya se que son figuraciones mías, pero a mi manera te siento por los rincones sobre todo cuando observo las cosas bellas.


Casi sin darme cuenta, había llegado.
Todos los años, como en un ritual, hago el camino en soledad para estar un rato en tu tumba y entregarte la rosa.
Para los que no conozcan tu historia, decirles que eras un chico bueno, alegre, noble, artista, amigo de tus amigos, que nos dejaste demasiado pronto. Tan solo tenias treinta y un años.
Lo de la rosa, viene a cuento, porque en tu funeral, yo estaba en un lateral de la iglesia y vi como se caía una rosa de una de las muchas coronas que allí había.


La rosa, casi vino a parar a mis pies, y en mi dolor por tu marcha, se me antojó pensar que me la enviabas tu.
Cuando hubo terminado la ceremonia, la recogí y me la llevé a casa. Todavía la conservo, y desde entonces cada aniversario en prueba de mi amistad y mi cariño, yo te regalo también una rosa.


Una vez allí, estoy un largo rato contigo charlando de nuestras cosas.
Se que quizá alguien se sonría por mi ingenuidad, pero poco o nada sabemos del más allá y de las almas que dejan el cuerpo, por lo tanto puedo imaginarme lo que quiera y como quiera sobre tu presencia en ese lugar.
En la paz del camposanto, uno se siente muy pequeñito, y toda la soberbia y autosuficiencia se esfuman de un soplo.
Al lado de tu tumba, una mujer que no hace mucho se ha quedado viuda, se acerca cada tarde a visitar la tumba de su marido, y un poco más allá, otra...
-A mi me ayuda- me dice con la voz entrecortada- de alguna manera, siento que está aquí.
Cada cual vive el dolor a su manera y tiene unas necesidades, pero cada uno necesita recordar a la persona amada como sea.
Esta cita me conmueve cada año enormemente, porque notamos tu ausencia muchísimo tantos tus padres, tu hermana, tu sobrina, tus amigos y todos los que te quisimos.
Este año, mi emoción se ha acentuado. Cuando ya salía, una  pareja llegaba.
Una joven madre- casi una niña- traía a su pequeño hijo recién nacido para presentárselo a su padre fallecido no hace mucho.
Acaricie la cabecita del pequeño y la de la joven niña, mientras una lágrima resbalaba por mi cara .
Raúl, siempre vas a estar en nuestros corazones.
Miles de besos de parte de los que te amamos.