10 de febrero de 2020

ARIADNA Y LA LUNA


Ariadna se enfundó el abrigo y se fue en busca de los secretos de la noche.
Hacía un intenso frío que calaba hasta los huesos y el alma, pero enseguida se sintió aliviada arropada por su bufanda de colores.
Aligeró el paso por las calles desiertas. Necesitaba mover sus pies entumecidos por las largas horas de reposo.

Un gato callejero cruzó muy cerca de ella aunque apenas logró verle. Huidizo corrió a refugiarse en el seto de un jardín cercano.

Allá a lo lejos, unos jóvenes cruzaban la plaza en plan de marcha.
Iban hablando a gritos.
Al pasar cerca de ella le invitaron a sumarse a la fiesta.
Ella no aceptó. 
Tenía una cita más allá de las estrellas.

Se perdió por una calleja cantando una canción.
Tan solo el eco de sus botas al pasar, y su sombra, le acompañaban en su paseo.

Iba muy segura de saber hacía donde quería llegar.

La plaza solitaria coqueteaba con la hermosa luna, mientras el tintineo de las gotas de agua de la fuente cercana marcaban el compás.

Ariadna contempló a la luna extasiada de placer.

Después, se soltó el pelo y descalza comenzó una danza apasionada.
Sus menudos pies volaban una y otra vez al son de una música imaginaria.
Su fina cintura se cimbreaba como una contorsionista al ritmo de sus caderas.

Así estuvo largo hasta que vencida por el cansancio dejo caer sus brazos y sus pies suspendieron el frenético baile.

Seguidamente se sentó en el suelo y comenzó a llorar con desconsuelo.

Así la recogió Manuel que la había seguido desde que salió de casa. 
Él la sigue siempre cada noche de luna llena.

No ha vuelto a ser la misma desde que regresó de la clínica donde estuvo internada después de perder a su hijo.