20 de enero de 2016

COLOR Y VIDA



Después de la última entrada donde las paredes eran grises y el olor a humedad, quiero traeros hoy este montaje de fotografías coloristas con una música que alegra los sentidos.
Suelo ir a León cuando se despierta la llamada "urbanita" que hay dentro de mi y necesito ir a la ciudad.
Para ello tengo que madrugar un poco porque no conduzco y eso me limita mucho. Además con los famosos recortes hemos visto mermados los servicios públicos de transporte y es difícil trasladarse.
A Palencia hay más opciones.
Aprovecho para comprar ropa y darme algún capricho. Luego, me pierdo por los rincones buscando un lugar para comer cercano a la catedral y así poder disfrutar de la belleza de su arte una vez más.
Acostumbrada a vivir en un pueblo, saboreo esas horas intensamente por aquello de no tenerlo a mano habitualmente.
Escaparates, avenidas, edificios, paseos, jardines...todo me fascina. Pero una vez satisfecha mi necesidad estoy deseando volver de nuevo a mi rincón porque es donde he encontrado mi lugar y he decidido vivir.
Para el viaje de ida, suelo utilizar el tren Feve, de vía estrecha, que más de una vez han pretendido quitar y que al final quizá lo consigan.
Cuando el tren se pone en marcha es noche cerrada, pero al cabo de un rato comienza a vislumbrarse el sol entre las montañas. Es entonces cuando aparece la magia mientras me dejo llevar por ella.  Este tren esta ligado a mis recuerdos infantiles y de adolescencia. Entonces funcionaba con carbón y eran otros tiempos.
Recuerdo a mis padres acudir a despedirme a la estación cuando comenzaba el curso y me iba a León a estudiar interna en el Colegio de la Asunción. Mi padre me subía la maleta y me buscaba el mejor sitio con ventanilla sabiendo de mi curiosidad. Y recuerdo esos besos cálidos y afectuosos de los dos al despedirme.
Las estaciones, sobre todo la de mi época era como el centro de la vida del pueblo por la repercusión económica que tenía para la zona. Pero además era un lugar de encuentro.
En ella nos concentrábamos compartiendo la vida social. El tren, testigo mudo de llegadas y despedidas nos unía.
¡Si pudieran hablar las vías o las viejas máquinas!
Aprovecho en estos viajes a llevar mi cámara y robar a través de la ventanilla la vida de los pueblos que me voy cruzando, sobre todo a la vuelta que la tengo que hacer en autobús.
Lógicamente, con el cristal, las fotos son de mala calidad y además las tengo que hacer al vuelo. Una instantánea rápida en movimiento es muy difícil de conseguir, ahí esta mi reto.
Con ello me distraigo durante el viaje y de alguna manera doy vida a esas zonas rurales desprovistas de casi todo- incluso de habitantes- pero que conservan la belleza de lo genuino.
Prados, montañas, casas, rincones...parecen recobrar vida...
Con mi cámara pretendo mostrar la vida de esas gentes, pilladas al azar, en ese instante en que yo las vi.
Espero que os guste.

P.D. En el vídeo también hay algunas fotos de rincones del pueblo donde vivo. Guardo- Palencia.