25 de abril de 2018

PASEOS POR PAMPLONA


Salgo temprano de casa y me dirijo hacia el centro de Pamplona. Tengo que hacer una gestión en el banco y alguna que otra compra.
El día acompaña, pues no hace el calor excesivo de ayer y unas nubes surcan el cielo.
Tomo asiento en el autobús mientras observo el paisaje por la ventana. En la primera parada veo a un matrimonio de edad avanzada esperando. Los dos muy bien arreglados. Él sostiene una carpeta bajo el brazo y mira al infinito. Ella se la ve una mujer muy dispuesta. Le observa con complacencia mientras hace ademán de quitarle una pelusa de la chaqueta. Al instante le arrebata la carpeta y la custodia ella con premura. Es como si quisiera tener todo atado y bien atado. Él, la deja hacer. Da la sensación de que hace tiempo que se compenetró con la manera de actuar de ella y se le ve contento aparentemente. Quizá es de esos hombres que necesitan una "mujer-madre" siempre a su lado. O quizá ella es de esas mujeres controladoras que se exceden en su papel. Aunque lo más seguro es que mi imaginación calenturienta se haya inventado todo, en esos fugaces instantes en que los veo a través de la ventanilla.
En unas pocas paradas más, llego a mi destino.
En nada de tiempo termino los quehaceres que me han llevado hasta aquí y decido dar un paseo.
Llego a la Plaza el Castillo atraída por las notas de un acordeón. 
El viejo Café Iruña se alza majestuoso. Testigo privilegiado del paso del tiempo y lugar de encuentro donde revolotea el espíritu de Hemingway.
Me alejo despacio saboreando la vida y la mañana. Últimamente me he propuesto gozar de las cosas más sencillas.



Apenas sin darme cuenta estoy en la Calle Mayor. Observo a la entrada de las tiendas unos letreros dando la bienvenida adornados con flores. El pequeño comercio está abocado a desaparecer y de alguna manera quiere hacerse oír emprendiendo campañas para concienciar a los ciudadanos.
A esas horas de la mañana, una gran paz inunda las calles. Estoy segura de que a la noche no será así debido a la gente que hace "botellón"
Me entretengo largo rato paseando por esos rincones que conservan la historia de la bella capital navarra.
Cuando más ensimismada estoy, aparece un hombre joven caminado deprisa. Va escupiendo a derecha e izquierda sin recato alguno. Como si quisiera sacar de su interior los demonios que lleva dentro a toda prisa para aliviarse.
No hay nada que me enoje más, que estos tipos que se creen dueños de la calle y la van embadurnando de escupitajos asquerosos.
Como puedo me repongo del mal trago y estoy a las puertas de la Iglesia de San Lorenzo. Al verla abierta entro con la intención de visitar la capilla de San Fermín y al santo.
Pamplona, es una ciudad cálida de gente alegre y acogedora. Cada día que pasa me encuentro más feliz aquí.



Al pasar por el Hotel Tres Reyes, creo recordar que mi amigo catalán,  Llorenc lo conoce porque se ha alojado en él en sus viejos tiempos y le hago una foto. No me equivoco, pues al subirla a Facebook le ha hecho una enorme ilusión. ¡Va por ti, amigo!
Llego a la Plaza del Ayuntamiento y en un bar me tomo un pequeño refrigerio.
Después, voy entrando en la tiendas de ropa que me voy encontrando. Me encantan los "trapos" pero este año la moda es horrible. No hay manera de encontrar algo que me guste.
De repente se acerca a mi un hombre y me pide cincuenta céntimos para comer. Le miro a los ojos mientras rebusco un euro en mi vieja cartera. En una calle más abajo ya le había dado otro euro a uno vestido de peregrino con su perro y un letrero que decía: "¡Tengo hambre" 
El hombre se aleja agradecido, con la moneda apretada en su mano.
Cuando me ocurre esto, no puedo pasar de largo...
Si deshumanizamos el mundo, no hay quien viva en él.
Apuro el paso, pues se me ha ido la mañana en un suspiro y es la hora de comer.
La avenida está llena de gente que viene y va. Un hombre en silla de ruedas disfruta de los rayos de sol de la mañana mecido por el suave balanceo del que le lleva.
En casa me espera, Leticia impaciente. Sabe que le llevo una tarrina de su comida favorita.