21 de enero de 2019

LA ABUELA VIRGILIA


Cuando preparo algún regalo para un niño, mi recuerdo va a mi abuela materna,  Virgilia. Una mujer que se quedó viuda muy joven, porque mi abuelo en un accidente en la mina, falleció por entrar a salvar a un compañero. Uno más de esos héroes anónimos que pueblan el universo.


Mi abuela, a raíz de su muerte, se quedó en la miseria por las circunstancias de la época con tres hijos muy jóvenes.
Mi madre me contó muchas veces que su padre le había prometido enviarla a estudiar una carrera a pesar de ser mujer y la única niña de la familia.
Su promesa se quedó prendida de su pequeño corazón y lo suplió como pudo.
Aún así, heredé de ella mi amor por las letras, pues tenía talento para escribir.


A mi abuela, la recuerdo bien, aunque era una niña de seis años cuando pude disfrutar de ella. Cada noche recorría el pueblo de punta a punta para ir a dormir con ella.


Yo, mujer cabezota e independiente desde mi más tierna infancia, me empeñaba en subir sola. Claro que mi padre, bondadoso protector,  no me dejaba de su mano. Eso si, se iba escondiendo por las callejas hasta ver que mi abuela me abría la puerta, dado que yo me enfadaba muchísimo si le veía tras de mi.
Esa misma percepción la tuve siempre en mi vida de adulta mientras caminaba por la vida. Siempre estuvo detrás de mi protegiéndome y amándome.
Pero volvamos al recuerdo de mi abuela. Me han contado personas que la conocieron, que era una gran amante de los niños, y que cuando apenas tenía para ella misma y los suyos, su corral siempre estaba lleno de chiquillos a los que obsequiaba con lo poco que tenía: una manzana del árbol, unas nueces, un trozo de torta...


Por eso, cuando visito la vieja casa, puedo ver a mi abuela entre los árboles que allí había: un nogal, un manzano y un lilar, repartiendo regalos y sonrisas.
Creo que lo he heredado. En mi casa tengo una "Caja Mágica" llena de chuches para los niños de mis amigos cuando me visitan.
También me gusta prepararles pequeños detalles que envuelvo con la magia del cariño pretendiendo sorprenderles. Ahora tienen tanto de todo, que corren el peligro de acostumbrarse. Por eso me gusta jugar con su fantasía y abrirles la puerta del asombro.
Creo que los genes están ahí, no cabe duda.


En el viejo cementerio descansan sus restos.