4 de enero de 2011

LA NIEBLA Y LA NOCHE


Hacia un frío húmedo que taladraba los huesos.  La noche recién estrenada se había cubierto de una niebla que hacia de los transeúntes figuras fantasmagóricas que se balanceaban por las esquinas.
Solo gracias a las farolas encendidas se podía dar un paso y otro sin tener que estar expuesto a perderte entre la bruma y quizá tropezar y caer al suelo.
A lo lejos, una madre joven, apuraba el paso, mientras su bebé lloraba caprichosamente en su cochecito, deseando que le arropase en sus brazos.
Al llegar a la plaza observó que estaba vacía y solitaria, le pareció que los árboles desnudos de hojas guardaban secretos en su tronco y aquella noche el viento los quería llevar de acá para allá.
De repente, sintió una mano en su hombro y un sudor frío invadió su alma, un grito de angustia se escuchó por el lugar y sin atreverse a mirar pensó en correr con todas sus fuerzas si no hubiera escuchado la voz cariñosa de su amigo: "¡eh soy yo, Manolo!"