28 de noviembre de 2013

RETAZOS DE LA VIDA DE CELIA (Primer capítulo)


Recordaba una cantina de pueblo, cajas de galletas, botellas de bebidas, frutos secos varios en pequeños sacos. Era el pedido que acaban de traer a su padre y que trataba de ir colocando en las estanterías sin darse cuenta de que unos ojos infantiles le observaban muy cerca.
Era ella- su hija- que junto con sus amigas, esperaban casi escondidas, para intentar al menor descuido hurtar alguno de aquellos tesoros y llevárselos a su guarida.
La mayoría de las veces el saco de los higos aparecía roto y con alguno de menos. En su escondrijo, escuchaban la voz enfadada de su padre jurando que se iba a enterar el proveedor cuando volviese la próxima vez.
Entre risas y empujones por los nervios de estar haciendo algo prohibido, se repartían el botín sin arrepentimiento alguno mientras esperaban con ansía dar el nuevo golpe en breve.
No recuerda si fueron descubiertas por fin un día. En realidad, tan solo recuerda pequeñas instantáneas, como fogonazos, que su imaginación infantil quizá le hizo ver como grandes aventuras vividas en sus primeros años de existencia. Y es que la mente infantil agranda, o empequeñece, hace y deshace a su antojo.
Recordar, es volver a vivir, y vivir siempre vale la pena, solía repetir una y otra vez cuando habían pasado muchos años.
Siempre conservó su alma de niña en cada amanecer, y aunque la monotonía se intentaba colar como por ósmosis, acababa por ganar sus afán por exprimir las horas que se presentaban nuevas, llenas de vivencias, de encuentros, de sol, de aire, de vida.


Cada anochecer, solía subir a dormir con su abuela que se había quedado viuda muy joven y vivía sola en una de las mejores casas del pueblo.
Era atrevida, y le gustaba con apenas cuatro años, mostrar a todo el mundo que era una niña muy valiente. Por eso nunca quiso que nadie le acompañara . Era como un rito nocturno donde se sabía contemplada por la luna y las estrellas. Lo que ella ignoraba es que su padre escondido por las callejas la seguía de cerca y hasta que su abuela no le abría la puerta, él no se alejaba de su lado oculto en su escondrijo.
Hasta que un día le descubrió. Pero no se enfadó ni puso el grito en el cielo. Simplemente guardó en su alma para siempre la ternura de ese guardián que la acompañaría en su vida de adulta  en segundo plano, dejándola hacer,pero estando presente y protegiéndola.
La casa de su abuela tenía un maravilloso corral con árboles frutales y un lilar que era la envidia de todos. Cuando en Mayo las niñas hacían la Primera Comunión, le solían pedir un ramo de lilas a su abuela para llevarlo en sus manos y ofrecérselo a la Virgen  mientras recitaban un verso. Olían maravillosamente y brillaban con su colorido cuando el sol les besaba cada mañana, de manera muy especial.
También había un manzano hermoso que hacia las delicias de la niña y sus amigas. Les encantaba comer las manzanas verdes, sin madurar, haciéndolas irresistibles ese ácido tan peculiar que tienen. Jugaban a ver quien ponía la cara más rara de todas...Aquellos olores y sabores, la acompañarían siempre.
Lo hacían a escondidas, porque según decían los mayores, no eran buenas para los niños, y podían producírles que su tripa fuera más suelta de lo normal.
Pero amaban lo prohibido. Se escondían con su complicidad a flor de piel descubriendo la vida.
Continuará...