
Una tarde, mientras se ocultaba el sol, ella me contó que él había sido muy bueno.
Y lentamente me fue desgranando los atributos que le hacían digno de tal elogio.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordarle.
Se notaba una emoción apenas contenida al hablar de él.
Porque los hombres buenos existen.
Son reales, y viven con una enorme naturalidad al lado de las mujeres que aman ( me decía muy bajito, casi al oído, como si quisiera mostrarme para mi sola su secreto.
Sus ojos iban adquiriendo un brillo casi sobrenatural y la belleza de la tarde acentuaba más si cabe la magia de la confidencia que depositaba en mi corazón.
Caminamos largo rato por la playa.
Un perro se acercó a nosotras buscando una caricia. Iba acompañado de un hombre.
-¿Será este también un hombre bueno? (le comenté)
- No lo dudes ( me dijo)
-El mundo está lleno de ellos. Solo que pasan desapercibidos.
Comenzamos a cantar una canción que hablaba de amores.
De amores de hombres buenos.
Parecía que que todos los hombres buenos del mundo se habían unido a nosotras en nuestro paseo.
Ella iba feliz.
Llevaba dentro de su ser al hombre bueno que la había amado hasta el final y nadie podría borrarlo de su corazón.