19 de noviembre de 2012

LAS HOJAS

La señora Erundina era una deliciosa anciana que había cumplido los noventa y cinco años. Tenia unos hoyuelos en su cara que le daban un aire pícaro cuando sonreía. Sus grandes ojos se posaban en ti con inmensa ternura como intentando recordar tu rostro para sus adentros y guardarlo en el fondo de su alma.

Caminaba ayudada por un viejo bastón que tenia más años que ella, lo había heredado de su padre y desde siempre le guardaba en un sitio de honor hasta que lo necesitó para ella misma.
Se peinaba con su  pelo blanco recogido en un moño que la daba un aire de gran dama . Todavía su piel conservaba una belleza muy particular, siempre se distinguió por esa característica. Su epidermis había sido la envidia de todas sus amigas cuando era joven.

La señora Erundina, siempre vivió en el mismo barrio. Ese barrio sencillo de casitas bajas, de gentes trabajadoras y honradas, alegres, soñadoras...
Por supuesto que había aspirado a tener una casa mejor, a vivir más desahogada, a disfrutar del tiempo libre, pero se quedó viuda muy joven y tuvo que luchar fuerte en la vida.
Desde la ventana de la cocina se ve un viejo árbol que ha sido su confidente. Con solo mirarle siempre se ha sentido acompañada. En sus horas de dolor le bastaba sentirse acariciada por sus hojas, y cada nueva primavera sentía renacer su corazón con los nuevos brotes experimentando de nuevo la vida en su cuerpo rendido.
Mutuamente se han aliviado de los rigores del frío invierno de la vida, y al calor de su amistad han edificado grandes sueños juntos.
Cuando ya los años se han acumulado a sus espaldas, sus cuitas se han vuelto más entrañables si cabe. Es como una necesidad compartida por ambos a partes iguales. Quizá en el viaje final se necesite del verdadero amor de manera muy particular, de ahí la necesidad de cultivarlo siempre.
Ayer, la señora Erundina se encontró mal de repente. Apenas le dio tiempo de mirar por última vez por la ventana de la cocina a su amigo. Él, muy preocupado le dedicó una sonrisa de despedida.
En ese ciclo vital de cada otoño, el árbol con inmensa ternura ha desnudado sus hojas una a una como si fueran lágrimas de despedida recordando a su amiga el día que se quedó para siempre huérfano de amores.
Con una belleza inusitada, ha logrado una alfombra de un colorido espectacular, como si quisiera aliviarle su paso a lo desconocido...