14 de marzo de 2016

HISTORIA DE UNA CATARATA


Esta es la historia de una catarata rebelde que me impedía ver con claridad las cosas bellas de la vida.
Comencé a darme cuenta de que no veía a mis amigos en la calle hasta que no les tenía casi al lado. Incluso pasaba de largo sin saludarles -cosa nada habitual en mi- pues saludo a todos aquellos a los que me encuentro.
Si me gusta vivir en un pueblo es precisamente por la cercanía con los vecinos y la vida tranquila que se respira. De ahí que suelo saludar a la gente con la que me cruzo, e incluso me paro un rato si es alguien conocido mientras le pregunto por sus cosas.
Como veía que el problema se agudizaba decidí acudir al oftalmólogo.
Nada más verme me dijo que tenía cataratas en ambos ojos y que tendría que operarme. Me aconsejó llevar lentes hasta que me pudiera operar y me regaño por no llevarlos puestos. Bien es verdad que me negaba a tapar mis lindos ojos por pura coquetería.
Así estuve durante un año hasta que volví a consultarle y me dijo que ya me podía operar.
Tengo que deciros que siempre he gozado de una excelente salud y jamás he estado enferma de nada. Alguna gripe con fiebre.
Me lo tome muy bien, porque no suelo preocuparme innecesariamente de lo relacionado con la salud ni visito al medico cada dos por tres.
Además, todo el mundo cuando se lo comentaba le quitaba importancia diciendo que era una operación muy sencilla, por lo que yo estaba tan tranquila esperando llegase el día.


Y el día llego.
Me acompañaba mi hermana y mi cuñado. Una vez allí me introdujeron en una sala donde había varios pacientes a los que iban preparando para operarles como a mi.
El ambiente era agradable, el personal muy atento y cariñoso.
Muchas enfermeras eran veteranas y también había gente joven que comenzaba.
 Destacaba por su altura y juventud, un chico jovencito al que una monja muy divertida que se iba a operar, confundía con el médico y le instaba a hacerlo cada rato. Era una mujer mayor, muy sorda, encantadora... que a voz en grito contaba sus andanzas en Ginebra y que quería hablarnos en francés.
Gracias a ella se me hizo mas agradable la espera y pude observar la vida de los sanitarios desde adentro. Es una profesión muy importante a la que hay que añadir un toque de humanidad dado que los enfermos se quedan aislados de la familia y en sus manos.
Muchas de las personas que allí había para operarse, eran de edad avanzada y se encontraban un poco perdidas.
 Pude darme cuenta de la profesionalidad de los sanitarios que allí había, tan solo con observarles.
Hay enfermeras encantadoras que te explican lo necesario para tranquilizarte y te apoyan como si fueran de tu propia familia.
Al cabo de un rato- estuve allí un par de horas o más- ya éramos todos amigos. Por supuesto les hablé del "Baúl de Laika" y quede en escribir una crónica de aquellos momentos.
A todos ellos darles las gracias por su dedicación y su valioso trabajo.
Pero sigamos...
Llegado el momento de la verdad, me vi de repente en el quirofano tumbada en la mesa de operaciones.
Estaba muy tranquila, pues recordaba los comentarios que había escuchado de familiares y amigos: "¡Eso no es nada!" " "¡Es muy sencillo!"
¡Ingenua de mi!
Nada más tumbarme, me ponen una sábana por encima y me cubren hasta la cabeza.
En la fotografía se puede ver perfectamente.
Tengo que deciros que padezco una claustrobofia tremenda. Miedo a los espacios cerrados, ascensores, túneles...
Y ante todo, no soporto que me tapen la cabeza y la cara.
Siempre les digo a mis familiares que cuando me muera me icineren. No quiero ni pensar si me despierto dentro de una tumba y sin poder salir...
Bueno, pues el simple hecho de taparme entera ya me puso en guardia...
Pero además me sujetaron la cabeza para que no la pudiera mover.
Mi angustia se iba acentuando por minutos...
Más tarde, sentí como cortaban un trozo de la sábana para dejar afuera la parte del ojo que me iban a operar.
Me introdujeron un aparato para abrir bien el ojo y que no pudiera pestañear.
Escuché a la doctora preguntarme la edad que tenía, y al contestarle, me dijo que pensaba que era más joven.
Pero a mi ya nada me importaba...





Al instante escuche una voz masculina que me decía insistentemente que no moviera la cabeza para nada, al mismo tiempo que me instaba a mirar fijamente a una luz que tenía encima.
Buff...allí si que ya me vi en la caja de pino...
Me imaginaba muerta y resucitada pasando por esa luz que dicen se ve al final del túnel...
 Tantas veces lo había escuchado y ahora era yo la protagonista.


Además, tuve la experiencia de que me operaran el doctor y una doctora en practicas pienso yo, pues le escuchaba a él dirigirla, con la inseguridad que eso te da. "¡Cuidado, por ahí no! "¡Espera, que eso es muy blando y se puede romper!"
La operación que quizá se haga en veinte minutos, así duro casi una hora.
Mientras, yo estaba en el más allá, viendo destellos de una luz celestial bajo el sudario del miedo.


¿ O sea que no era nada, eh?
Mi experiencia ha sido tremenda, y lo malo que me tengo que operar en breve del otro ojo...
Ahora ya he perdido la inocencia...
Claro, que ha habido gente- incluso mi hermano que se acaba de operar de lo mismo- que se han reído de mi y me han llamado exagerada...
Pero yo como lo viví así os lo cuento.
Pero desde esa desagradable experiencia se ha hecho la luz en mi vida...


¿Como he podido estar sin apenas ver tanto tiempo?
Ahora veo la vida con una luz nueva, y no recuerdo para nada esa otra luz, que en mi angustia se me antojaba venia del otro mundo.
Y estoy viva y coleando dispuesta a dar mucha lata.

P. D. Muchas gracias por vuestras cariñosas muestras de afecto.