13 de octubre de 2010

MORUCHA

Morucha se encontraba en el prado como todas las tardes paciendo lentamente. Era muy joven, de mirada profunda. Su pelo del color de la miel brillaba de manera especial cuando el sol la acariciaba con ternura.
Pero aquella tarde no se encontraba muy bien, unos ligeros escalofrios recorrian su pequeño cuerpo y le hacian tiritar en pleno mes de Agosto. Como pudo se tendió en la hierba para sentir su frescura y sentirse aliviada.

Cerca se encontraba Paloma, su madre. Con un mugído lastimero trató de llamar su atención como pudo, no sin antes darse cuenta de que alguien desde fuera de la cerca, la observaba con curiosidad.

De repente sus miradas se cruzaron  como tantas miradas se cruzan sin apenas verse en el asfalto de las grandes ciudades. Con los ojos somos capaces de trasmitir sensaciones dormidas en el fondo del alma si sabemos mirar cuanto acontece a nuestro alrededor.

Morucha se sintió aliviada al contemplar los ojos de belleza espectacular de un niño moreno que le miraba con asombro.

-Manuél, ¿donde estás?

Pero el niño no contestaba a la pregunta de su padre porque la magia de la tarde se había parado en aquel rincón.

-¡Hola vaquita!- le decía bajito, casi al oído.

El sol que cansado se iba a retirar, no pudo por menos de sonreír dulcemente contemplando la escena.

Morucha bajó las pestañas avergonzada, porque era muy coqueta y pensaba que aquella tarde no tenia su mejor aspecto. Aún asi, abrió los ojos de nuevo y le sacó la lengua con un gesto de complicidad.

Por un momento se paró el tiempo que siempre va tan deprisa para acariciar aquel instante de amor, porque se decia para sus adentros : ! Hay tan pocos momentos tan puros como este!

Manuél de la mano de su padre, se perdia por la calle abajo. Morucha se sentia mucho mejor...lo que puede una mirada de cariño! El sol se iba por fin a dormir detras de las montañas.
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