8 de septiembre de 2017

IN MEMORÍAM


El día 15 de Julio se cumplía el quinto aniversario de tu marcha querido amigo, Raúl, pero no me encontraba en Guardo. Me fui unos días a Pamplona y me olvidé. Fue a la vuelta cuando me di cuenta. Pero mi cita seguía en pie y hoy he podido acudir a tu tumba.
Siempre cuento lo mismo cada año para los que entran en mi blog y no te conocen. Raúl es un joven amigo que se fue demasiado pronto. Todo ocurrió muy rápido, pero para entonces nuestra amistad estaba consolidada y me dejaste muy triste.
Fue un dolor intenso el que recorrió los corazones de los que te amábamos y muy afectados acudimos a tu funeral para acompañarte en tu marcha. Fue allí mientras lloraba en silencio, cuando una de las rosas de una de las muchas coronas que acompañaban tu féretro se cayo a mis pies. Yo la recogí pensando que tú me la enviabas para aliviar mi dolor y aún la conservo. Entonces prometí llevarte a tu tumba una rosa fresca en tu aniversario.


Este año te he llevado tres del jardín.



 Emprendí como en un ritual, mi camino hacía el cementerio como cada año. Hacía una preciosa tarde de verano y a lo lejos pastaban una vacas en el prado. Siempre voy sola. Necesito acudir sola a la cita. Interiormente voy recogida en mis pensamientos embriagada por el paisaje.
Una vez allí, dejé las flores sujetas por una anilla de la lápida, mientras surgía un diálogo entre tú y yo afectuoso, cálido...


Una paz enorme se colaba en mi alma, mientras pensaba lo ridículos que somos creyéndonos los reyes de la creación rodeados de los oropeles de la vanidad, la avaricia, la lujuria y el resto de los demás pecados capitales, dado que todos tenemos el mismo final.
Caía la tarde y el sol se colaba por el camposanto con su color rojizo. Sentía tu presencia con una intensidad tremenda. Y es que, poco sabemos del más allá y de las almas que se han ido, con lo cual cada uno vive estos momentos a su manera.
Estuve largo rato allí, sin prisa alguna. Tan solo me sacó de mi arrobamiento el movimiento de un joven muchacho limpiando con primor una tumba cercana. Le observé de reojo mientras comprobaba el cariño enorme que ponía en la faena.
Después de un rato, me despedí de ti Raúl. Al pasar por el lado del chico, me atreví a preguntarle a quien tenía enterrado y si hacía mucho tiempo que estaba allí. Me miro a los ojos con inmensa tristeza y con la mano me indicó el letrero donde ponía la fecha de su muerte y el nombre. Era su abuelo que en vida le había dicho que no se olvidase de él y había acudido a su encuentro igual que yo había hecho en esta tarde.
De alguna manera es una necesidad imperiosa de sentir al ser amado allí donde fue depositado su cuerpo, aunque la teología diga que el alma ya no se encuentra allí.
Me despedí de él, mientras le comentaba que conocía a su abuelo y a su familia. Una leve sonrisa acudió a su rostro mientras me decía adiós.
Otro año he acudido a nuestra cita, aunque haya sido un poco más tarde.
En mi corazón, sigue vivo tu recuerdo y siempre me va a acompañar.