Se han llenado las calles de agua, barro y muerte.
Voces angustiosas por los caminos.
Gritos de auxilio.
Llanto.
Desesperación.
Tristeza.
Lágrimas.
Héroes anónimos, arriesgando su vida.
Despedidas inesperadas.
En la soledad más absoluta.
Sin un beso, sin una caricia.
Se afanan los repartidores de culpas en dar su versión de los hechos.
Vendedores de humo en sus poltronas.
Ladrones de guante blanco.
Agazapados en su miseria.
Huyendo del barro y de la muerte.
Tan solo quedan los valientes, enfundados en sus botas con palas y escobas.
Brazos jóvenes, fuertes, vigorosos...
La llamada generación de cristal.
Y las buenas gentes.
Pero también acecha el mal.
Gente sin escrúpulos, que aprovecha la ocasión para sustraer lo que no es suyo.
Cara y cruz.
Lo mejor y peor del ser humano.
Repartidores de culpas, que insisten una y otra vez hasta completar su relato.
El suyo.
El de cada cual.
Sin asomo de un poco de decencia.
¡No nos olvidéis!
El agua y el barro se mezcla con las lágrimas.
El pueblo llano se une en su dolor y en su fuerza.
¡Saldremos adelante!
A pesar de los repartidores de culpas y su nefasta gestión.
¡Fuerza, Valencia!
La tierra de las flores de la luz y del amor.
¡Bendita seas!
Tú y tus gentes.