9 de abril de 2012

LA TIERRA


Amaba su vieja tierra parda castellana. Había crecido con el murmullo de los chopos en la pradera, con las montañas vigilando su sueños, con las nubes acariciando su cabeza.


Al bajar del tren  una bocanada de aire puro le saludó efusivamente, y por su pensamiento pasaron los besos de su madre al atardecer.
Era entrada la primavera y a lo lejos divisó un paisaje que guardaba de manera muy especial en su alma de niño. La belleza y las tonalidades que le acompañaban hicieron que la emoción le invadiera por uno instantes y una lágrima furtiva resbaló por su mejilla curtida por el paso de los años.
Siempre habia sido un sentimental sin remedio. De su padre había aprendido a amar la tierra hasta penetrar en sus entrañas y sentir sus latidos, porque si, la tierra tiene vida propia.



Las nubes en el cielo parecían darle la bienvenida con sus formas caprichosas y juguetonas, e inmediatamente recordó la hora en la siesta en la era jugando con sus primos a desentrañar sus recónditos secretos .
Un tordo pasó por encima de su cabeza y fue a posarse en una rama comenzando una sinfonia de particular belleza llevándole al éxtasis más arrebatador.




Por la vereda de siempre aún pudo ver nieve en la montaña que brillaba con los rayos del sol, y respiró fuertemente para saborear aquel instante eterno de complicidades y emociones. Decididamente amaba la maravillosa tierra que le vio nacer y donde se refugiaba siempre que su pequeñez le ahogaba, porque sabia que la tierra era eterna y su sabiduría curaba siempre su dolor.