4 de julio de 2011

LA HIGUERA ( Para el concurso de Paradela )


Carolina se asomó al jardín con impaciencia. Allí estaba ella, la higuera, con sus frutos en sazón. Todavía están verdes- se decía- mientras un tímido sol acariciaba su rostro aquella mañana. Desde siempre la higuera le había acompañado en el rincón del jardín formando parte esencial de sus recuerdos.
Se acercó despacito y acarició una vez mas sus hojas verdes llenas de vida sumergiéndose en los años felices de su niñez. Recordaba las caricias de su padre cuando regresaba del trabajo y las encontraba a ella y a su madre en aquel rincón. Había sido una niña feliz, amada...y ello le había dado una seguridad en ella misma capaz de ponerse el mundo por montera.
 Muchas tardes, acurrucada a los pies de su madre escuchaba de sus labios bellos poemas que la hacían soñar, siempre bajo la atenta mirada de la higuera, llegándose a formar una atmósfera mágica de entendimiento entre las tres.
 Aquel árbol de pequeño porte de la familia de las moráceas- había estudiado en el colegio- crecía en terrenos rocosos incluso en muros, era temido por mover el suelo donde crecían. Más de una vez su padre tuvo que apuntalar la tapia del jardín porque tendía a venirse abajo por la fuerza de las raíces que juguetonas asomaban por la vereda cercana.
 Tambien habia aprendido a diferenciar los higos de las brevas, pues eran dos las cosechas a lo largo de año con que era obsequiada por aquel querido árbol. Las brevas aparecían al principio del verano, y los higos sobre el final del estío.
 Su mayor placer consistía en escaparse cuando podía a solas y subirse gateando por el tronco hasta conseguir el preciado fruto maduro y saborearlo dejando caer por la comisura de los labios el dulzor que la embargaba de placer.
 Cuando escuchaba la voz de su madre llamándola, se escondía entre las hojas de su amiga del alma, compartiendo confidencias y sueños allí en lo alto.
 Allí encontró consuelo cuando la muerte inesperada de su padre la golpeó sin piedad, sintiendo las caricias y el consuelo de su incondicional amiga.
También se refugió de nuevo cuando su madre con el paso de los años envejeció y se marchó para siempre. Subida desde su atalaya, podía ver la vida con relieve, con una luz de esperanza, jugando con las nubes de colores y contemplando la belleza del sol cara a cara. Y es que los árboles,te atan a tus raíces, conservan en su interior retazos de vidas e historias de amor.  Han visto pasar los años y tienen una sabiduría infinita- se decía para sus adentros- acariciando más y más el tronco y las hojas, de la vieja higuera.

M.Paz.