21 de noviembre de 2010

ATARDECERES



Atardecía y el cielo teñido de rojo miraba con asombro a aquel personaje. Era un hombre alto, bien parecido, esbelto, de ojos negros y mirar profundo. Sus manos eran suaves, bien cuidadas. En su pelo oscuro se adivinaba el paso del tiempo, y unas canas recientes empezaban a aflorar en sus patillas.
Vestía con una elegancia inusual en un mendigo. Como único equipaje, una mochila al hombro con sus pocas pertenencias.

Se ha pasado el día pidiendo una limosna en la puerta de un supermercado. Avergonzado baja los ojos cuando la gente le mira con atrevimiento.
Sus ojos guardan un secreto que intenta esconder en el fondo de su alma. Es el secreto de su propia historia.
Una historia como la de los demás que por allí pasan. Una historia de amores, de traiciones, de buenos y malos momentos, de amaneceres luminosos y atardeceres teñidos de pasión.

Muchos pasan indiferentes a su dolor, no sienten empatia con su situación ni con su persona. Sencillamente le ignoran.
Algunos le miran compasivos mientras sacan unas monedas de su bolsillo y se las tiran encima de la gorra que el mismo ha puesto para ese menester.
Otros, se atreven a mirarle a los ojos e incluso esbozan una leve sonrisa, como queriendo con ese gesto penetrar en su interior y aliviar un poco su soledad y su infortunio.
Él, se sonroja, y devuelve ese gesto haciendo una mueca de complicidad con quien se atreve a profundizar en su herida.
Hay también quien huye de su presencia, fijando con desdén sus ojos en él, reprobando no se sabe que acciones malévolas.
Por fin, el día ha terminado y presuroso cruza la plaza mientras la oscuridad va llenándolo todo. Hace frío ya, hay que buscar un lugar donde pasar la noche...quizá le basten unos cartones para abrigar su soledad.