21 de noviembre de 2018

EL HOMBRE SERIO


Era un hombre serio, taciturno, de mirada huidiza. Caminaba siempre cabizbajo, como si temiera tropezar. Jamás saludaba a nadie al pasar. Era como una sombra sin voz ni nombre.
Su poco atractivo físico, tampoco ayudaba mucho. Tenía una vulgar cara llena de granos enrojecida y una incipiente calva. Nunca se le vio sonreír. Alguna vez se adivinaba en su rostro una mueca burlona, un rictus con un halo de misterio.
Al cruzarte con él, daba la sensación de que quería pasar desapercibido dando muestras de incomodarse cuando gentilmente intentabas ser próximo y cercano.
Bien podía pasar por tímido o antipático a la hora de definir su carácter.
Era uno de esos hombres que forman parte del paisaje urbano y con los que te relacionas en tus rutinas diarias.
Uno de tantos seres que vagan por las calles de ciudades y pueblos, con su particular manera de ser, con un pasado a sus espaldas, con sus miedos e inseguridades.



Pero una noche de fiesta, las notas de una guitarra fusionadas con el bajo y la batería, le vieron dando palmas al compás. Se había trasformado en otro ser. Su cara resplandecía a la luz de la la farola cercana , su boca reía de contento, sus ojos habían tomado vida y manifestaban su estado interior de una manera sorprendente. Incluso se atrevió a dar unos pasos de baile certeros, nada improvisados.
Y es que... las apariencias engañan y hay que atreverse a vivir la aventura del conocimiento del otro.
Hay que intentar rescatar del interior aquello que desconocemos y sin duda existe.