24 de julio de 2011

LAS ROSQUILLAS DE LA SEÑORA MARIA


La señora María tenia las manos blancas y muy suaves. Cuando te veia cerca, le gustaba coger las tuyas con ternura y apretarlas contra su pecho como queriendo darte su generoso corazón con aquel pequeño gesto. Su pelo blanco bien cuidado, aun conservaba su brillo natural, y en su rostro podía verse todavía los vestigios de la belleza de su piel, que en su juventud fue una característica muy peculiar suya.

 Cuando sonreía, un par de hoyuelos traviesos le daban un aire divertido asomándose sin ningún recato. Era de anchas caderas, aunque delgada de constitución y con tendencia a tener una barriga que sobresalía un poco, y que le había dado algún que otro dolor de cabeza,dada su coquetería femenina.

 La señora María era muy querida por sus hijos, por sus nietos, por sus vecinos, por su marido...por cada uno de esos seres que tuvieron la suerte de cruzarse en la vida con ella.
 Le gustaba cantar y no lo hacia nada mal. La música decía: "es la alegría del corazón humano que se desborda en cada nota" También era poeta, y tenia una enorme habilidad para componer versos que acompañaban sus días y los de los seres que amaba.

 Su nobleza de corazón, formaba parte de su esencia, era como su carta de presentación, como un rasgo peculiar que le definía de manera particular. Tenia eso si, un carácter fuerte, esculpido, que no le impedía para nada mostrar la ternura que habitaba en su corazón. Amaba los niños con pasión, siempre guardaba para ellos algún pequeño regalo con que obsequiarles disfrutando así al ver en sus caras la sencillez echa ilusión.
 La señora María era muy hábil con las labores de ganchillo. En los largos inviernos de su tierra,también tejía hermosos gerseys de lana de colores alegres, patucos, bufandas, gorros...

 Pero si una cosa hacia mejor que nadie eran las rosquillas. Aprendió de su madre la receta y la conservó como se conservan los grandes documentos de los tesoros de la humanidad, pasándola a su vez a sus hijos.

 Cuando la señora María hacia rosquillas, todo el barrio se embriagaba del olor a anís que salia de su cocina. Sus dedos iban formando con destreza aquellos aros que freía en aceite bien caliente, y que colocaba con primor encima del papel de estraza para que escurrieran.

 Los ojos infantiles miraban asombrados aquel momento de creación mágico a lo lejos. Nunca les dejaba acercarse por el peligro, y porque una vez frías podían desaparecer en las manos de aquellos pequeños ladronzuelos. Hacia grandes cantidades. En su generosidad, iba repartiendo a hijos, vecinos, conocidos...
 ¡Que placer saborearlas!
 Hoy, la señora María, sonríe, solo sonríe...y te coge y aprieta las manos cuando te acercas a besarle.