8 de mayo de 2009

La niña y los naranjos


La niña esperaba con ansiedad cada primavera  descubrir las blancas flores del azahar en los naranjos de su calle .

Había crecido casi al unisono  con la misma fragancia que aquellas flores de belleza singular

Una primavera y un otoño nuevo había pasado por su joven vida  refirmando así el paso del tiempo .

Con su mochila y sus trenzas recién peinadas, cada mañana sonreía al naranjo como sonreía a la vida que estrenaba cada amanecer .

Agarraba con fuerza la mano de su padre, como se agarran los niños a quien les da cariño y protección.

El naranjo también esbozaba una tímida sonrisa cuando la veía aparecer al doblar la esquina .
 ¡ Le parecía tan bonita !...

Era un ritual, que a diario, a la ida y venida del colegio se había convertido para ambos  en el símbolo de su amistad. Esas miradas llenas de complicidad  que solo ellos compartían, eran ajenas a los adultos.

Y es que solamente la imaginación de un niño, es capaz de sonreír a un naranjo y valorar la amistad que ha nacido con la naturalidad de las cosas sencillas.

Por eso cada primavera, el naranjo, la obsequiaba con una lluvia de flores blancas perfumadas  que brillaban de alegría cuando las besaba el sol y la veía aparecer.

El paso del tiempo y las incidencias de la vida les fueron alejando de aquellos encuentros tan llenos de significado para los dos, pero su amistad continuó mas firme si cabe.

El naranjo empezó a acusar los años en sus raíces . Cada vez le costaba más entregarle a su amiga el regalo de sus flores.  Pero haciendo un generoso esfuerzo, cada vez su aroma  era más intenso, más maduro ... como la verdadera amistad.

Sus miradas tuvieron siempre la complicidad de los seres que se aman y se guardaron fidelidad para siempre.

Hasta que un año, quizá alguno de los dos se despidió para siempre ...

Y cuentan por aquella esquina, un año y otro, la bonita historia de una amistad  que se hizo eterna en el tiempo, porque eterno es el amor.
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