28 de agosto de 2010

INÉS

Inés tenia el pelo blanco y una entrañable sonrisa. Su mirada profunda y su pasos cortos, daban a su figura un aire matriarcal que se manifestaba en el profundo amor con que arropaba a los hijos de esa familia suya, que junto a Tito, su marido, habia formado hace muchos años.

Inés, era insustituible en el rincón de la plaza donde vivía, porque cuidaba con esmero cada año, unos macetones llenos de hortensias que la sonreían con sus mejores galas cuando abría su ventana cada mañana. Sus amorosas manos que tanto entendían de amor y de dar, se llenaban de una ternura especial cuando regaba las bonitas flores, como rememorando las veces que en su vida había amado a su marido, a sus hijos, a sus nietos...

Inés sobre todo, sabia amar y era amada. Siempre cobijó en su corazón a las personas que se le acercaban y les brindó su amistad verdadera. De ello dan fe numerosos testimonios de amigas que compartian actividades en la Asociación de las Amas de Casa.

Era de esas personas que forman parte del paisaje urbano de alguna manera, porque con su amabilidad y cortesía inundaba los rincones del barrio.
La última vez que la vi, era el día de su cumpleaños. Estaba feliz, rodeada de hijos y nietos. Tenia una alegría especial propia de sus ganas de vivir y seguir amando. Me invitó a tomar café a su casa y pude degustar además de un rico trozo de tarta, un rato inolvidable rodeada de su preciosa familia.

Al poco tiempo enfermó y fue hospitalizada en la capital. Sus flores lloraban su ausencia...mustias suspiraban por su vuelta. Cada vez que pasaba por allí podía escuchar su llanto, y un pellizco enorme me sacudía por dentro deseando su pronta recuperación. También yo como sus flores, deseaba volver a contemplar su bonita sonrisa pronto.

Pero no, ella no volvió...

Rodeada de sus grandes amores, se fue despacito, como se van las grandes mujeres que dejan huella para siempre.

Sus flores, estuvieron a punto de morir de pena...fueron días de tristeza infinita!!

Pero gracias a los cuidados de Tito y de sus hijas, conservan su belleza llena de esplendor como un tributo generoso hacia esa mujer buena, que las cuidó siempre.

Me han contado, que en su tumba, casi siempre hay un ramo de hortensias que manos amorosas depositan allí con ternura infinita y que sus hojas guardan besos y recuerdos de amor de aquellos que la siguen amando.

P.D. Dentro de unos días, hace un año que Inés mi vecina, nos dejó. He querido rendírle un pequeño homenaje donde quiera que se encuentre y enviarle todo mi cariño.
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