26 de noviembre de 2009

CAPRICHOS

La historia de este perro empieza un día en que su dueño siendo aún casi cachorro, le abandonó. Quizá fue el juguete de un niño en algún momento. Con el paso del tiempo creció, y su aspecto de bebé juguetón, desapareció.

Se convirtió entonces en un desgarbado perro con un tamaño considerable y difícil de tener en un pequeño lugar. Una tarde le encontré deambulando por la plaza. Tenía una mirada de profunda inocencia y  huía de los seres humanos debido a su cercana experiencia .

En un descuido que tuve, se acercó a oler a mi perra. Mi perra es ya mayor y no tiene muchas ganas de ligar. Le gruñó muy enfadada y él asustado de mal genio de la fémina, se fue a toda velocidad.

Desde entonces, le vi vagar por las calles y plazas del pueblo buscando algo que comer. La mayoría de las personas le espantaban de sus puertas como si del mismo demonio se tratase.  Algunas personas compadecidas del pobre animal le ponían comida y agua.

Junto con unos amigos, llamamos a la encargada de la Protectora para ver si podían intentar cogerlo y llevarlo con los demás animales abandonados. No se dejaba atrapar por nada del mundo.

Llegó el mal tiempo y las heladas hacían las noches tremendamente frías. Me contaron que se acurrucaba en un viejo solar y allí dormía.

Logré ganarme su confianza y se acercaba a mi casa, donde le ponía de comer . Nunca me dejó acariciarle. Los niños, le solían pegar y correrle y se volvió muy desconfiado con los humanos.

Pero él, reconocía mi voz y se alegraba cuando me veía.

Una noche, le descubrí cerca de mi balcón .

Ah! pero no íba sólo...

A su lado, una preciosa perra pastor alemán, le lamía sus grandes orejotas...

Se habían enamorado .

Les puse comida y era emocionante ver como se la iban cediendo el uno al otro.

Mas tarde me enteré, que la perra, la habían adoptado de la protectora y que se escapaba con frecuencia. Había tenido cachorros y la tenían en el jardín en una caseta. Una noche de invierno, viendo que sus cachorros se morían de frío se arrastró llorando a la puerta de la casa de sus dueños pidiendo auxilio.

Nadie la abrió.

Se murieron la mayoría de sus crías.

El destino les había unido y compartían su vida. Era demasiado su dolor y su recelo hacia los humanos.

Les vi jugar y correr durante mucho tiempo.

Un día que estaba yo en la Protectora haciendo unas fotos de unos cachorros para ponerles en internet, para su adopción, de repente observé unos ojos llenos de melancolía en una de las jaulas...

Era mi amigo.

Habia reconocido mi voz y me miraba desde su cárcel, como implorándome, que le sacara de allí.

Por fin, le habían cogido y formaba parte de los inquilinos de ese horrible lugar.

Me marché muy triste, maldiciendo a los humanos que regalan a sus hijos un cachorro para Navidad o para el cumpleaños, sin darse cuenta que es un ser vivo que tiene su dignidad.
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