1 de marzo de 2016

ENCARNA ( Personaje del mes)

                                                              Encarna en una foto de juventud.

Me llamo, Encarna Liébana Lozano, nací el nueve de Febrero de 1911 en Santibañez de la Peña- Palencia.
Así comienza su historia el personaje que hoy os traigo. Escrita de su puño y letra, a los noventa años, rescató retazos de su vida y los plasmo en un cuaderno que su hija conserva.
Pero sigamos...
Cuando tenía siete años, empece a ir a la escuela- si así se podía llamar...- Era en al casa del concejo que tenía el suelo de tierra. Los asientos eran un roble partido por la mitad y para escribir teníamos que hacerlo de rodillas.
Solo había cuatro meses de escuela, porque muchos de los que íbamos teníamos que trabajar.
No era gratis. Se pagaba 1,50, los que no escribían y 2 pesetas los que si lo hacían.
Cuando tenía unos diez años, vino el primer maestro nacional que era vasco y apenas sabía castellano. A veces, se  quedaba dormido  y aprovechábamos para jugar al cu-cu y a confesarnos en clase.
El mes de Mayo era el Mes de las Flores.
A mis cuatro años me cree la simpatía de todos a la hora de recitar poemas a la Virgen. Las Mayordomas me sentaban en su regazo y una vez me quede dormida. Como pudieron me despertaron y medio dormida recite los versos. Al finalizar tenía que entregar al sacerdote un ramo de flores y, en vez de dárselo eche a correr diciendo que no se lo daba porque me lo había traído mi madre de Guardo.
La gente reía de buen grado al ver mi reacción.

Los versos rezaban así:

Todos te regalan flores
yo, que te regalare
por ser la más pequeñita
mi corazón te daré.

Aunque soy pequeñita
como un cañamón
nadie me gana a decir
¡Viva la Madre de Dios!

Y después, decía: "He dicho..."

Eran tiempos malos, y mi madre me compraba lo mejor que podía. Para ofrecer las flores, me hicieron un vestido con puntillas en el cuello y le encargaron a un zapatero unas botas con botonadura. Todo un lujo para entonces...
Con el vestido se llevaban unos pololos largos con puntillas. Recuerdo que mi madre cuando íbamos a la iglesia, me estiraba los pololos para que se vieran las puntillas.

Unos años más tarde, pusimos una cantina, también con productos de alimentación y carnicería.
Cuando mi padre, por motivos obvios de otros trabajos, no estaba, mataba yo los corderos.
Mi objetivo era superarme en todo y que nada pudiera ser obstáculo para seguir soñando. Tenía muy claro, que si se pone empeño en las cosas pequeñas, podía ser la levadura para que en un tiempo no lejano pudiéramos vivir mejor toda la familia.
Otro de los recuerdos que conservo de entonces, es que hicimos unos arreglos en la casa, principalmente en la cocina. Pusimos un gran ventanal, y una cocina económica de las de aquella época que no todo el mundo se podía permitir y la encimera con azulejos, y también reformamos el comedor.

Llegó el año 1929. Un año triste que no olvidare jamas.
Unos vendedores de uvas que habían venido a vender su mercancía a la fiesta de la Virgen del Brezo, nos pidieron el favor de dejarlos dormir en el pajar.
Mi padre, hombre generoso, no lo dudo un instante.
Pero se les ocurrió subir con una vela y  provocaron un incendio horrible, pues aquel año había habido abundante cosecha.
Se nos quemo la casa entera, además del pajar. Nuestros ahorros se quedaron dentro.
No se pudo salvar nada.
Nos recogieron los que vivían en la "Casa del Jardín" -que así se llamaba- y estaba frente a la iglesia.
Todo el pueblo se volcó. Nos llevaron mantas, ropa, comida...
Hasta los del Barrio de la Estación colaboraron.
Siempre les estuve enormemente agradecida.
No hacía mucho habíamos construido un local para hacer baile con una gramola. Todo se destruyo.
Mi padre se acercó aquel fatídico día al Santuario del Brezo, por la tarde, pues pensaba poner un puesto de lechazo asado y bebidas.
Cuando volvió se encontró con la terrible noticia.
Lo único que preguntó era si estábamos todos bien. Al contarle que no había habido desgracias personales, tan solo dijo: "¡Gracias a Dios!"
Así tuvimos que empezar de cero nuestra vida.


                                            Joaquín en una foto de juventud.

Tendría quince años cuando hicimos un teatro en Guardo. En el local de Doña Petra, la farmacéutica. Se lleno de espectadores y gente importante del pueblo.
Allí se encontraba, D, Adriano, el médico, un gran profesional y muy buena persona que también ejercía de alcalde.
La obra se titulaba: "La guapa, la fea y la graciosa"

Un Domingo que paseaba con mis amigas, Teodora y Aurelia, se acerco a mi, Joaquin y se puso a mi lado.
Mis amigas me dejaron sola con él. Me acompaño a casa y me dijo que el próximo Domingo volvería  a recogerme.
Aquel Domingo estuve escondida para no encontrármelo por la calle. Era muy joven, no quería comprometerme tan pronto y así se lo hice saber. Pero estaba dispuesto a esperar y así lo hizo.


Estaba estudiando en Valladolid la carrera de Comercio .
Cuando termino, se pudo colocar en el Ayuntamiento de Valladolid de Capataz de Obras.


Cuando cumplimos 22 años decidimos casarnos. El día 3-11-1933.
Los padrinos fueron, D.Enrique García Frías y mi hermana Maturina.
En principio iba a ser mi otra hermana Carmen, pero unos días antes de la boda falleció. De nuevo el destino se cebaba con nosotros.
Después de comer nos fuimos a Valladolid con D. Enrique en su coche y allí cogimos el tren para Madrid en nuestra luna de miel.
Estuvimos ocho días en un hotel que estaba cerca del Congreso de los Diputados y pagábamos 8,50 pesetas.
Visitamos los monumentos más importantes de Madrid.

A nuestro regreso a Valladolid, nuestra vida estaba rodeada de felicidad.
Teníamos muchos amigos con los que compartíamos la vida. D.Enrique, padrino de boda, D. José, también ingeniero, Dñª Isabela, viuda del Director General de la Renfe. El Capitán de la Guardia Civil, que fue padrino de mi hijo Jesús...
No nos faltaba de nada. Joaquín era muy bueno y tenía muchos detalles para que me sintiera bien. Él, se había quedado huérfano de madre a los doce años y fue criado por unas tías en Riaño, donde nació. Aunque nunca le falto de nada, la ausencia de una madre te deja unas carencias en el tiempo. Por eso estaba feliz teniendo su propia familia.
 A lo largo de seis años que vivimos allí, fui muy feliz.
Acudíamos al teatro, y reíamos mucho.
Pero estalló la guerra...

                               Joaquin y Encarna de luto por su hermana fallecida

Esta foto la hizo Joaquín en automático y no le dio tiempo de posar.
Cuando estallo la guerra todo cambio como es natural.
La casa donde vivíamos era del Ayuntamiento y nos enviaron a otra en el Paseo de la Magdalena. La casa era nueva y estaba al lado de la cárcel. Se podía hablar con el centinela por una de las ventanas.
Un día que volvía de Correos de echar una carta para mi hermano Vicente que cumplía años, me costó trabajo llegar...
Me cogieron entre un grupo de chicos y chicas un buen trozo del camino y no me dejaban marcharme. Como pude, me metí por una callejuela y pude llegar a casa.
Pensaba en Joaquín, si le hubieran pillado por allí...
Al día siguiente habían llenado las cárceles y las naves que tenia el Ayuntamiento de presos y por el patio de nuestra casa salían los tiros por todos los lados sin poder escapar.
Como pudimos, nos metimos en un armario y las balas entraban por el suelo.
Joaquín me decía que cuando saliera a comprar no pasara por el paseo para que no viera los muertos en la calle, que me fuera por otra lugar. Pero una vez, me encontré de frente con una madre y un hijo muertos. Pude ver también, desde la ventana, como a un señor que vendía verduras de su huerto, le dieron un tiro y allí quedo muerto en el acto.
Otro de los malos momentos que pase, fue un día que me acerque a comprar un regalo para unos amigos que se casaban, y a la vuelta me sorprendieron un grupo de chicos que decían: "Vamos a por esta, que parece una señoritinga..." e intentaban quitarme el paquete. Al llegar a un portal me metí dentro como si viviera allí y espere hasta que se fueron.
Buff...aun recuerdo como me temblaban las piernas...
Un día pude contemplar una manifestación que al llegar a la cárcel querían soltar a los presos. En esos momentos llego la tropa de caballería con sus espadas y la calle se quedo vacía.

                                  La tienda en la actualidad cerrada y deteriorada

Mi suegro se llamaba D. Epifanio Baños y era propietario de varias tiendas. Una en Santibañez y otra en Guardo. También había tenido varios negocios en Riaño. Con la llegada de la jubilación nos preguntó si queríamos quedarnos con la de Guardo. Había alguien de Puente Almuhey que se quería quedar con ella.
A Joaquin le gustaba la zona y habían adjudicado a su padre hacer la carretera de Castrejón a Guardo. El proyecto le dejo en la ruina porque había contratado a un precio y hubo una subida de sueldos por parte de la Administración del Estado y tuvo que pagar más de lo estipulado.
Habíamos decidido quedarnos con la tienda y pagarla a plazos pagando una entrada.
Por entonces habían nacido mis dos hijos mayores, Joaquin y Jesús.
Estaba a punto de dar a luz a mi hija Encarnita, y como entonces viajar tenía más dificultades que en la actualidad, preferimos que naciera en Guardo. Teníamos que viajar hasta Mataporquera y allí hacer noche para coger el tren de la Robla al día siguiente hasta Guardo. Era un viaje incómodo para una criatura tan pequeña.
Llegamos el 30 de Septiembre y nació el 5 de Octubre.
El día 1 de Abril, me encontraba yo en Santibañez en la matanza del cerdo y había caído una fuerte nevada. Se la conoce con el sobrenombre de la "Nevadona"
Mi marido se puso enfermo con un ataque de apendicitis lo que por entonces se daba en llamar "Cólico Miserere".
Fueron a buscarme Agustín Loma, un pariente nuestro que vivía al lado del paso nivel en un coche que tenía D. Pedro Yarritu. Tuvieron que hacer senda de Guardo a Muñeca y así hasta Santibañez.
Eso me hace pensar lo solidarios que éramos entonces y como nos ayudábamos unos a otros.
Llegue muy nerviosa y angustiada a su lado. El médico me dijo que estaba muy grave y no se le podía trasladar en su estado al hospital más cercano. Llame a la tía Maria a León. Me dijo que enviaba a un medico, pero era demasiado tarde.
Moría en mis brazos a los 37 años.
Mis hijos tenían, cinco años, tres y cinco meses.
A pesar de mi dolor, me di cuenta que tenía que salir adelante. Tenía tres hijos muy pequeños que me necesitaban.
La tienda estaba sin pagar. Apenas habían pasado tres meses y por parte de terceros de la familia, querían que la dejara pues no podría pagar lo que aun faltaba. Gracias a mis padres que fueron mis fiadores y a mi marido que había dejado todo bien escrito, pude quedarme con la tienda.
A veces las historias se repiten...


Tuve que comenzar a hacerme cargo de los pedidos pues por entonces no venían viajantes a casa y había una enorme escasez de material por las consecuencias de la guerra.
Una vez fui a Bilbao a un almacén de ferretería y al dar el nombre de la empresa: "Vda de Joaquín Baños" me miro asombrado y me dijo: ¿Que hacen con los maridos?
"No se ofenda, pero mire la lista enorme de viudas que tengo aquí.". Había ciento ochenta viudas.
La mayoría viudas de guerra.
Mi trabajo era intenso. Me levantaba muy temprano y todas las horas del día se quedaban pequeñas para tanta faena. Por la noche hacía las cuentas.
Tengo que agradecer tanto a mis padres como a mi hermano Vicente, su incondicional ayuda. Cuando tenía que ir a las ferias o de viaje, venían a ayudarme.
Los niños se quedaban con una chica. Entonces se trabajaba de manera muy precaria. No teníamos agua en las casas y había que ir a lavar al río.
¿Horas de trabajo? Todas.
Siempre fui muy feliz trabajando. Si lo haces con ilusión y entusiasmo, el trabajo es menor. Junto con la esperanza, son el único bien para alcanzar lo deseado.
Quiero trasmitir a las nuevas generaciones la cultura del esfuerzo.
¿Diversiones?
Ir a Santibañez los Domingos. Preparaba a los niños e íbamos a coger el tren a las doce para ir a comer con mis padres. Volvíamos a las cuatro de regreso.
Cuando ya eran mayorcitos, íbamos los Domingos al cine Corcos con Nila, la mujer de Mariano Martin (el panadero). Me gustaba mucho el cine y me servia de distracción y descanso para el resto de la semana.

                             La Primera Comunión de uno de sus hijos.

                    La Primera Comunión de Encarnita, su hija.

 Jesús, uno de sus hijos pescando truchas.

                        Jesús con unos amigos.

     Encarnita, su hija.

    Encarnita y su primo Neri.

Mis hijos tuvieron que ayudarme a una edad muy temprana. Mis circunstancias así lo requerían. Por aquella época a todos los hijos les tocaba ayudar de alguna manera. Cuando salían de la Escuela, aportaban lo que podían.
La primera vez que empece a vender muebles, cuando hizo la casa "Pototo" le alquilamos un local y fue muy gratificante porque podíamos colocar las exposiciones bien preparadas y se trabajaba mejor.
Si colocábamos un comedor, le poníamos su mantel, vajilla, cristalería y un ramo de flores.
Como durante la semana, estábamos atendiendo la ferretería, aprovechábamos los domingos para montar las exposiciones de muebles. Me ayudaba mi hija, Encarnita, que tendría entonces unos doce años.
Cuando observábamos a la gente en el paseo, le decía a mi hija: "Mira, la gente esta paseando y por los bares, yo soy más feliz aquí viendo el resultado de lo que hemos hecho."


Cuando en el año 1954 hicieron los primeros pisos de Protección Oficial, aumento nuestro trabajo. Los nuevos inquilinos compraban muchos muebles nuevos. Los llevábamos a mano, no teníamos furgoneta.
Recuerdo que Encarnita y Mamerto, eran los encargados de repartir los pedidos de muebles y se encargaban de su instalación.  Ponían el colchón- era de borra- encima del somier, y uno delante y otro detrás, iban por la calle y lo subían al piso que tocase.
Había que subir los armarios pieza a pieza con sus tiradores y montarlo.
Jesús, estaba en la ferretería y Joaquín también en la oficina. Por entonces cogimos a Mamerto, un chico joven para que nos ayudara.
Pienso, que las nuevas generaciones se quejan del trabajo teniendo más comodidades. ¿ No será que se lo hemos puesto demasiado fácil?
Por supuesto que los años tienen que ir con el progreso y me alegro por todos. Lo que pasamos nosotros fue duro, pero no por ello éramos menos felices...
Recuerdo un día que llego una mujer del Barrio la Fuente y me dijo: "Sra Encarna, puede darme un somier y un colchón que mi marido esta enfermo y estamos durmiendo en el suelo?"
"Va a venir el médico y no quiero que le vea así.  Se lo pagaré poco a poco..."
En ese momento pensé en lo que le tenía que haber costado contarme aquello.
Le di el colchón el somier y también la cama.
En mi interior me decía: "Si no paga, por humanidad tenía que dárselo.




Con el paso del tiempo la tienda se quedo pequeña y nos mudamos al local de enfrente antiguo cine Montañés.



Aquí os dejo un vídeo que grabe un día de la tienda antes de restaurar la fachada.

Hasta aquí el manuscrito que conserva su hija.
Ahora me toca a mi poner el final.
Me ha conmovido su historia cuando la iba leyendo. Al llegar a la anécdota de la mujer que le pidió un colchón para su marido, rompí a llorar...
No pude dejar de sentir admiración por una mujer que se arriesga a perder el importe de los muebles, con tal de ayudar a un semejante que tenía verdadera necesidad, ejercitando la caridad de manera tan sublime, pues no le sobraba a ella nada.
Un ejemplo de humanidad que su hija corrobora, pues fueron muchas las veces que de manera desinteresada la ejercito.
Me cuenta Encarnita, que los viernes, cuando venían al mercado de los pueblos vecinos, su mesa se llenaba de personas conocidas que se les había hecho muy tarde para el regreso y las invitaba a comer en su casa.
La tienda en la actualidad la regenta la mujer de uno de sus hijos que falleció. Apenas hace unos meses que han restaurado la fachada. Quizá conserva el letrero de antaño. Aunque yo la recuerdo siempre con el nombre coloquial  "Ferretería la Viuda"
 Ahí esta como símbolo de una época y en memoria de una gran mujer.

                            Encarna y unas amigas con la Virgen del Brezo .

   Encarna, vestida da faralaes.

   Encarna, con su hermano Vicente y Maturina.


Encarna, con su esfuerzo y su cariño supo sacar adelante a una familia, que hoy conservan su recuerdo como el bien más preciado.

   Encarna y su hija, Encarnita.

Encarnita desde muy niña fue un gran apoyo para su madre y la cuido hasta el final de su vida.
Me han contado que cuando había que cobrar facturas a los morosos, nadie mejor que ella por su decisión de que cobraba nada más que lo que era suyo.


Como colofón, os dejo esta instantánea donde se la puede ver detrás del mostrador de la tienda.
Tenía ya una edad avanzada y conservaba esa sonrisa afable y esa firmeza con un halo de bondad, con la que supo enfrentarse a la vida